En muchos países, como Estados Unidos, los elegidos representan a sus electores. Incluso se reúnen con ellos con frecuencia (en otros asuntos, no los quiero poner como modelo)
Aquí, en cambio, si un político piensa en sus electores y no cumple la política de partido, queda como traidor. Hasta ese punto la partidocracia domina nuestro modo de pensar. Nuestro sistema político no es representativo de los ciudadanos, sino de los jefes de los partidos políticos. Estamos en una democracia delegada en ellos, no representativa. En una democracia, la soberanía reside en el pueblo y no un despotismo ilustrado (todo por el pueblo sin el pueblo). Pero nosotros sólo votamos y luego ellos lo hacen todo.
Y es porque nuestra democracia se configuró como una partidocracia, consecuencia perversa de nuestra Constitución, que tiene muchas cosas buenas pero esa, sin duda, no. Y la corrupción ha sido tanto en el gobierno central como en algunas comunidades autónomas como Cataluña en la era de CIU (ahora Junts) y Andalucía en la era del PSOE (caso ERE por ejemplo).
El sistema caciquil se ha denunciado en algunos sitios, como hizo Julio Anguita en sus años de Córdoba, pero no se admite aún lo evidente, y es que hay una partidocracia caciquil y neofeudal, que produce políticos cerrados y bloqueados, mediocres e ineptos, que están al servicio de los partidos y, concretamente, a los que dominan esos partidos.
Y la culpa la tiene la redacción de la Constitución de 1978, que estableció un sistema democrático parlamentario en el que los partidos políticos juegan un papel fundamental en la representación y en la formación de gobiernos. No es sólo que el sistema proporcional puede favorecer a los partidos en lugar de a los individuos (lo que podría dar lugar a una mayor influencia de las cúpulas partidistas). Es algo más notorio: los elegidos son una lista de un partido que solo obedecen al partido y no rinden cuentas ante los que les han votado.
Bajo el yugo de la ‘cupulocracia’
Por eso hay corrupción. Por eso los políticos eligen a las cúpulas de los jueces y no hay una completa separación de poderes, sino que entre ellos se reparten el pastel. Y se va convirtiendo además en una cupulocracia, en una oligarquía, equipos de dirección de personas que no han trabajado, no han sido profesionales, solo políticos de carrera, asesores que van participando del pastel a medida que suben (y se prostituyen muchos de ellos), en su obediencia ciega a las órdenes de sus cúpulas.
Por eso se dice que los partidos se han convertido en empresas dirigidas por minorías oligárquicas que juegan a la comedia de la democracia. Se cambia el relato mintiendo de modo que lo blanco se muestra como negro, como cambios de opinión, por parte de unos y otros.
En Suiza, se hacen referendos preguntando a los ciudadanos sobre muchos aspectos que interesan (a nivel general, cantonal o local). Aquí no se nos pregunta nunca (solo lo de la OTAN, hace ya más de una generación).
Es indispensable que haya verdadera separación de los poderes del Estado: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. La legislación no puede ser por decreto ley sino por el proceso habitual de su promulgación y no por vía de urgencia.
Es preciso que los medios de comunicación sean independientes y libres. Y menos mal que algunos lo son, de distintas tendencias. Además, se requiere una reforma constitucional para esa representatividad y división de poderes.
La dictadura del relato
La situación no es como la de Venezuela o Rusia, pues aquí uno puede opinar algo distinto a los que mandan sin que lo envenenen, pero hay muchas veces una dictadura de un relato que se va creando y que no se puede contradecir sin ser atacado (en Cataluña pasó con el PP). Los ataques de unos y otros, fachosferas y rojos son también ejemplos de esa falta de libertad de expresión, de respeto.
J. Lizcano recordaba cómo se nutrían esos políticos del dinero de las empresas a cambio de las concesiones, entraban en la corruptela política, por ejemplo del 3%. Pero aún no sabemos cómo se financian los partidos… solo que el PP tenía una caja B que repartía dinero, al parecer también a Rajoy.
Dos buenos artículos de la Partidocracia. Lo que no veo claro es lo de la «reforma «. Tendríamos que hacer una Constitución de verdad y no una carta otorgada como la que tenemos.