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España, ejemplo continuo de sacrificio y solidaridad, celebra una de sus múltiples victorias en baloncesto.

Opinión

El competir empobrece; el compartir enriquece

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Desde el punto de vista ético, está claro que la persona se enriquece en humanidad cuando se da a los demás, cuando comparte. Pero, ¿se vive mejor compartiendo?

Pienso que la idea de competitividad no es nada sana. La felicidad viene del compartir y no del competir. Dice Jorge Bucay: «La competitividad tiene efectos nefastos. Puedo asegurar que, sin corregir estos planteamientos falaces, ningún remiendo conseguirá acercarnos a la felicidad».

En la educación actual, que habría que cambiar, se muestra que ser el primero es lo importante, en las notas académicas, en los deportes… La raíz del problema es, por tanto, la educación que damos a nuestros hijos, y la clave es que «se erradique la competencia como herramienta privilegiada para el estímulo del progreso de cada uno y como recurso estrella de la evaluación académica», sigue diciendo Bucay: los condicionamientos de las pautas de éxito son erróneas, pues si bien «debemos aceptar que existe en nosotros una tendencia innata a la comparación con los otros, dejemos esos aspectos limitados al deporte… una diversión momentánea que nos permita volver a nuestro mundo cotidiano sin necesidad de demostrar que soy capaz de correr más rápido que nadie» por la vida, en el trabajo o en cualquier otro campo.

En muchas poblaciones africanas vivían felices, hasta que pudieron compararse con Occidente. Entonces vieron que no tenían tanto bienestar como por ejemplo Europa y desearon ser como ellos. Ese deseo no está mal, pues el progreso es algo conveniente, pero conlleva el peligro de que la persona que se compara tenga una comezón por querer competir con el que más ha progresado.

Y no digamos en Occidente, donde valoramos a una persona por el éxito que tiene, el trabajo que hace, pero decía el papa Francisco que en realidad una persona vale por lo que sirve a los demás. “No por lo que se tiene, sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino”.

Deberíamos ocuparnos de enseñar a los demás, ya desde que son niños, que el verbo competir es un verbo que enferma, intoxica y mata. Se trata de un pequeño cambio de sílaba. Convertir la palabra competir por la de compartir, la competencia en servicio. Como decía también Bergoglio, «es que este mundo globalizado simpatiza más con la cultura de la maratón, del competir, del correr, del ganar. En cambio, le cuesta entender el caminar con otro, el llegar juntos, el saber esperar».

El ejemplo del samurái

Para poder compartir, hemos de transformar nuestro ego en generosidad. Y eso lleva a ser humildes, que es, entre otras cosas, dejar que brillen los demás. Pedir consejo cuando no tenemos la solución. Y apoyarse en los demás. Aceptar que te ayuden, como en un equipo de basket que, si veo que hoy no acierto en las canastas, voy a dar el servicio a los compañeros de equipo para que ellos las acierten. Que a veces somos tan cabezotas que queremos ser protagonistas, en lugar de dar juego a los demás, porque el ego se pone por medio.

Podemos pasar una parte de nuestra vida como el burro detrás de la zanahoria, con metas y propósitos, con engaños de publicidad que nos dicen: «Consigue esto y tendrás la felicidad»… pero no la atrapamos. ¿Dónde encontrarla? Podemos contarlo con una historia: un samurái tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con sus largos bastones, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y ninguno llegaba a comer nada. El samurái, espantado, apartó su mirada de aquella visión… Más tarde llegó al cielo. Allí vio a la gente feliz, en una estancia preciosa y todos en una mesa con comida muy rica, con el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato y se lo ponía en la boca al que tenía delante y al lado…

No tenemos unos palillos para darnos la felicidad a nosotros mismos, pues la ética o moral puede resumirse en esto: no podemos ser felices solos, sino que, cuando hacemos el bien a los demás, cuando compartimos, somos felices. En la economía y la empresa, cuando hay esa sinergia con los demás ya hemos superado el individualismo, y entonces, hay equipo y, de rebote, como en las canastas, viene la felicidad. Este es el secreto. Y esto puede realizarse también en el trabajo.

Compartir es ser generoso. Con lo material y lo espiritual. No guardar rencor sino compartir amor, servir a los demás es lo más grande. Por ejemplo, la generosidad está íntimamente relacionada con el perdón. Conceder sin reservas el perdón por las ofensas recibidas es un gran acto de generosidad.

La generosidad, para que esté en permanente desarrollo, debe vivirse con una convicción profunda, de que los demás tienen el derecho a recibir su servicio. Atender las necesidades de los otros. Significa renunciar a nuestros deseos, gustos y caprichos para darles prioridad a atender esas necesidades de otra persona, de una manera rápida y eficaz, especialmente a las llamadas de ayuda ante desastres o necesidades específicas.

Escuchar sin interrumpir

Y tener sentido del humor ante las contrariedades; y evitar quejarnos por lo que no tenemos. Y solidarizarse con ellos, especialmente en momentos de desgracia. Y escuchar sin interrumpir, dar nuestro tiempo, atención y dedicación a quien nos necesite. Y no demostrar prisa, cansancio, fastidio o impaciencia ni ofrecer disculpas injustificadas al realizar estas actividades. Todo esto es compartir.

Y practicar la sencillez y la discreción al hacer estos servicios a otros sin pregonarlo ni esperando felicitaciones. Y procurar sonreír siempre, a pesar del estado de ánimo y aún en las situaciones poco favorables, propias o ajenas.

Y usar las habilidades y conocimientos, para ayudar desinteresadamente a los demás en la familia, escuela, iglesia, organizaciones, etcétera.

Lo importante no es hacer lo correcto sino dar lo mejor de nosotros mismos

Lo más importante en la vida no es hacer lo correcto sino amar. No está la excelencia en la competitividad (ser más que los demás), sino en dar lo mejor de nosotros mismos. No estar a la altura de las circunstancias, que es fuente de estrés para llegar a lo que se espera de nosotros, sino dar lo que podamos hoy, poner todo el amor en lo que hacemos.

La competitividad es una señal de carencia, el lado oscuro de la vida: no es ganar sino perder, pues todos estamos interconexionados y, si competimos, lo hacemos al final contra nosotros. No competir, compartir: ser una mente creativa, con sueños e ilusiones, solidaridad, perdón: guardar rencor o culpabilizar a alguien por algo que ha sucedido en el pasado sólo le perjudica a uno mismo. Y, cuando no ha ido bien la cosa, aprendemos a rectificar, volvemos a empezar. Así, al dar lo mejor de ti, los demás, en lugar de huirte, se verán atraídos hacia ti: irradias buenos sentimientos, transmites amor, que es participación de algo divino que se nos da para que lo demos. Y así estamos mejor.


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7 comentarios

  1. Jose Ramón Talero Islán

    Muchas felicidades Luciano,extraordinario escrito lleno de sabiduría y verdad…si cumpliéramos esto que expone,otro gallo nos cantaría en esta sociedad egoísta y valedora de aspectos materiales.Saludos cordiales.

  2. Angeles Suarez Pozo

    Yo creo que predicar por una moral de compartimiento en esta época puede ser tomado como algo retrógrado.

    Yo creo que la palabra compartir no gusta, ni tampoco interesa.

    Lo justo tendría que ser qué cada persona tenga lo que se merece por estar compartiendo en el mismo mundo.
    Lo de compartir me suena a caridad, a iglesia, a limosna.

    Me gusta más la palabra derechos humanos.

  3. Luciano Pou Sabaté

    Muchas gracias, José Ramon! Saludos cordiales

    • Lucia Ramos

      Sí, mejor no hablar con tono «paternalista».
      «Mamá naturaleza» nos diría:
      cuantos más árboles, más bosque.

  4. Jordi Mirall

    Muy cierto todo, aunque no deja de serlo desde un punto de vista puramente humano; no mezclarlo con lo divino, no hace falta.,..

  5. Marisol

    Muy bien todo, pero no olvidemos que hacer las cosas de la forma correcta…es muy importante. No basta con la buena intención. Imaginaros un médico que no supiera hacer las cosas de la forma correcta sino que solo pusiera buena intención. En fin, que la excelencia y el esfuerzo son muy necesarios. Y, en la enseñanza, de alguna manera tienen que evaluar el trabajo que hacen los alumnos. que se esfuerzan y los que no lo hacen. Por eso existen las calificaciones.
    Por lo demás, muy gráfico y significativo el cuento de los palillos.

  6. Lucia Ramos

    Ya lo dejó bien claro antes Albert Camus:
    «La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor».
    Pero claro, sólo fue un buen filósofo.

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