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woodward y bernstein gtres

Los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, que ganaron el Premio Pulitzer por su cobertura del caso Watergate, en la redacción de 'The Washington Post' el 7 de mayo de 1973. / GTRES

Comunicación, Opinión

Se cumplen 50 años del caso Watergate: cuando el periodismo salvó la democracia

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Decía el gran sociólogo Herbert Gans en 1960 que las noticias no son más que el ejercicio del poder sobre la interpretación de la realidad. Cuando se contemplaba en aquellos tiempos el trabajo de los periodistas, se tenía certeza de que el servilismo al poder era la nota dominante de la tarea de los trabajadores en los periódicos, las emisoras de radio y las cadenas de televisión y que, como otra socióloga –Gaye Tuchman– decía con acierto, las noticias eran todas «novedades sin cambio»

Durante siglos ya, el periodismo ha podido ser, y sigue siendo, una simple costra de conocimiento común dominado por los intereses de las fuentes que proporcionan la mayoría de los datos: las fuentes del poder.

Sabemos muy bien, porque lo vemos hoy en día, que el oficio periodístico, como el propio ser humano, puede degradarse hasta los más bajos instintos. La prueba del mal periodismo la tenemos, desgraciadamente, ante nuestros ojos todos los días porque esta profesión es una de las pocas que está sometida a vigilancia pública constante –lo cual es bueno y es malo a la vez–.

Los periodistas hacen su trabajo ante los ojos y oídos de sus lectores, oyentes o espectadores y eso les hace particularmente vulnerables y débiles. Sin embargo, el periodismo también puede elevarse hasta constituir un ejemplo para la sociedad. El comportamiento ejemplar de algunos periodistas en medios como la prensa, la televisión o la radio los convierte en modelos de honestidad y de ejercicio de democracia. Y esto es lo que ocurrió en Watergate. Aquel caso cambió para siempre a la sociedad moderna, a los periodistas y al ideal que esta profesión debe tener.

‘Fontaneros’ y micrófonos

El 17 de junio de 1972 –se cumplen ahora los 50 años– unos ladrones que habían entrado en la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington fueron detenidos. Se trataba de fontaneros, espías y delincuentes al servicio del gobierno de Richard Nixon, entonces presidente de los Estados Unidos. La misión de estos gánsteres a sueldo de Nixon era comprobar que los micrófonos que espiaban al partido rival seguían funcionando correctamente. Nixon dedicaba muchísimo dinero público a contratar espías y sabotear a los opositores demócratas. Usaba y controlaba miles de dólares de donantes al partido y dedicaba los servicios de inteligencia gubernamentales a espiar, malversar y manipular toda la maquinaria del Estado norteamericano.

Todo esto, como vemos, es más que actual y nos parece de lo más corriente en 2022: tramas similares como Cambridge Analytica y Gürtel o Pegasus son casos muy similares de nuestros días en los que políticos y gobiernos juegan sucio igual que Nixon lo hizo en Watergate. ¿Qué fue distinto, entonces, en Watergate? ¿Por qué fue tan importante?

Cuando el asunto del robo en la sede demócrata llegó a The Washington Post, el equipo directivo de este periódico tomó una decisión fundamental: seguir el caso. Continuar la pista de aquel asunto y de su trama de intereses y dinero era una apuesta complicada, porque iba a ser muy difícil demostrar el espionaje del presidente del Gobierno, a pesar de que era claro. Como hoy en tantos casos, la certeza era total, pero demostrarlo era difícil. Sin embargo, dos periodistas de investigación, uno más veterano y otro más joven, llamados Carl Bernstein y Bob Woodward, recibieron el encargo de profundizar en el asunto, de modo que su trabajo hizo crecer el interés por el tema en los lectores.

Bernstein y Woodward: periodismo ejemplar

La calidad del seguimiento de Bernstein y Woodward se acompañó del interés de otros medios, formando tal espiral de atención pública en prensa, radio y televisión, que, finalmente, en 1974 el presidente Richard Nixon dimitió por el caso Watergate.

Los dos periodistas de investigación consiguieron probar que Nixon tenía una red de corrupción y malversación de fondos que afectaba al departamento de Justicia, al FBI y a los jueces de la Corte Suprema, con los que el presidente intentó además encubrir los hechos y esconder lo ocurrido.

El asunto cobró un inmenso interés en los medios de comunicación norteamericanos, que en las vistas orales del proceso ante la Corte Suprema seguían masivamente en televisión la revelación de las pruebas contra Nixon y las artimañas del presidente para grabar a sus rivales y hacer dimitir a sus funcionarios honestos. A pesar de haber sido reelegido en medio del proceso, finalmente el presidente dimitió porque perdió toda autoridad moral y respaldo en sus propias filas.

Watergate fue el primer gran caso moderno en el que los medios de comunicación tuvieron la capacidad de generar atención hacia la corrupción política del más poderoso gobierno del mundo. Los periodistas de investigación siguieron durante meses y meses las filtraciones y las pruebas de sus fuentes –la famosa garganta profunda que, desde círculos cercanos al poder, proporcionó las pistas a los dos periodistas, en un oscuro parking de la ciudad–.

Fue el primer ejemplo de la capacidad del periodismo de investigación para derrotar al fraude y a la mentira. A partir de este ejemplo, los periodistas y los medios de medio mundo tuvieron un modelo de cómo trabajar.

The truth, no matter how bad, is never as dangerous as a lie in the long run (La verdad, por mala que sea, nunca es tan peligrosa como una mentira a largo plazo) es la frase de Ben Bradlee, director de The Washington Post durante el caso Watergate, que preside la redacción del periódico.

La validación de las fuentes

La triple validación de la información de las fuentes se convirtió en un protocolo periodístico: desde entonces, los periodistas saben que los datos de una fuente hay que contrastarlos con otras dos. La resistencia a las presiones sobre el propio periódico fue un modelo de integridad en el trabajo. Y, aunque hubo momentos muy difíciles, la constancia y la diligencia de The Washington Post se convirtieron en la mejor defensa de la democracia y el respeto a sus valores para todo el mundo.

Watergate no ha sido ni el primero ni el único de los casos célebres en que el periodismo se convierte en el ojo público que vigila por nuestros derechos y libertades.

Esta profesión, a la vista de todos, existe para defender nuestros sistemas de libertad y de respeto a la verdad y protegernos del desastre. Hoy, más que ayer, recordar Watergate es volver a defender nuestro futuro.


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3 comentarios

  1. José Ramón Talero Islán

    Muchas felicidades por su publicación y por recordarnos que la prensa debe ser libre y aportar a la sociedad verdad y honestidad, no como está ocurriendo ahora, manipulando y engañando a los ciudadanos a cambio de privilegios y subvenciones. Saludos cordiales

  2. Lucía Ramos

    Demos gracias a las ciencias humanas,
    que de generación en generación crean
    modelos de conocimiento que permiten explicar las preguntas que verdaderamente
    afectan a las realidades humanas.
    La figura de Nixon -es una de ellas- jamás
    será historia, es decir, pasado, sino un mito
    que sigue teniendo mucho que decir en el presente y también en el futuro.

  3. Salvador

    Más tarde sería indultado por Gerald Ford y según parece resultó ser otro escándalo político que le costó a éste último también la presidencia de los Estados Unidos en favor de Jimi Cárter.
    El bipartidismo de Estados Unidos también hace y deshace cuando lo cree oportuno cosas extrañas, según el momento, según la situación, etcétera, etcétera….
    Un saludo.

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