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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), y el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (2i) a su llegada al acto de entrega de llaves de viviendas de alquiler asequible. A 17 de marzo de 2025 en Sevilla, Andalucía (España). / EP

Corrupción, Opinión, Política

Partidocracia o el miedo a luchar por una libertad política colectiva

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Antonio García Trevijano lo sabía. Y por eso hizo mucha divulgación donde le dejaron (en el programa de debate ‘La clave’, por ejemplo). La Constitución Española de 1978 otorgó unos poderes demasiado grandes a los líderes de los partidos políticos, que iban a ser clave para elegir a los jueces del Consejo General del Poder Judicial y a sus propios diputados. Con esa patente de corso, se inventaron aquello de «magistrados progresistas y conservadores». ¿No es evidente que son los mismos perros con distinto collar?

La no separación de poderes en nuestro país permite situaciones aberrantes como que el fiscal general del Estado esté imputado y nadie le pueda obligar a dimitir o que el Constitucional le haya dado la vuelta a la sentencia de los ERE como un calcetín. O que Rajoy no haya sido ni siquiera juzgado por el caso Bárcenas a pesar del ya mítico mensaje «Luis, sé fuerte«. O que Aznar también se haya ido de rositas pese a esas iniciales sospechosas (J. M.) que aparecían en la libreta del tesorero del PP y pese a la oscura operación que permitió a Florentino Pérez crear el equipo de los Galácticos (la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, que tantas veces ha denunciado José María García). O que Felipe González se haya librado de todas las investigaciones por corrupción en su época como presidente del Gobierno (caso GAL, Filesa, Ibercorp, caso Roldán…).

Así lo definía García Trevijano en La clave hace muchos años: «El sistema de poder en España no depende para nada ni de las urnas ni de los electores, sino que es un acuerdo de una camarilla de seis o 12 personas que se han apoderado del sistema de poder en España, que hacen las listas de diputados, que los mandan al Parlamento y que tienen que votar lo que ellos (los líderes de cada partido) les dictan con mandato imperativo. La Constitución no sirve para nada porque es violada y dice principios que no serán jamás aplicables (por ejemplo, que los partidos serán democráticos)».

La Constitución no previó la red de trampas que puede inventar el ser humano para retorcer las leyes, que son escritas casi siempre con muy buenas intenciones, para mejorar la vida de los ciudadanos, pero que siempre contienen algún artículo interpretable al que se agarran los juristas de los políticos para librarles de la cárcel y mantenerlos en el poder.

Hemos llegado a tal degradación que Carlos Mazón no es que no dimita. Es que se negó a pedirle perdón el viernes a una mujer que le imploró a voces que pidiera disculpas. Hasta el rey Emérito pidió perdón por aquel safari. Y Ábalos sigue en su escaño.

Las redes sociales han ayudado a que la ciudadanía se radicalice, aumente el grado de su indignación y piense que votando cada cuatro años se arregla todo. Y no es así. Hay que echarse a la calle a protestar por cada derecho que nos ningunean, como lleva haciendo la Asociación Justicia por la Sanidad desde el año 2016. Hay que reivindicar otra carta magna que finalice de una vez por todas con la corrupción sistémica y la única manera es anular el sistema político actual para pasar a un sistema más democrático en el que los vecinos, por distritos, puedan echar a un político malo a la calle sin que el partido pueda salvarlo.

Esa red clientelar que forman los partidos tiene que terminarse. Así no habrá miedo a levantarle la voz a un Mazón o a un Sánchez de turno cuando quieran olvidarse de las políticas sociales para derrochar dinero en Defensa, por ejemplo. O cuando quieran perpetuarse en su cargo aún sabiendo que son responsables indirectos del sufrimiento extremo de un número determinado de personas.

Problema endémico

Pero es un camino tortuoso, porque son muy pocos los que verdaderamente se conciencian y se abstienen de votar para forzar un cambio de sistema político más democrático (el de Estados Unidos, Alemania, Francia o Reino Unido, ya se vería). Son muy pocos los que van a todas las concentraciones y manifestaciones. Son muy pocos los que hacen divulgación del origen del problema endémico. Son muchas las trabas administrativas y legales que pone el sistema para su propia disolución.

Es difícil pensar que los políticos, de repente, van a focalizarse primero en los ciudadanos antes que en sí mismos y en sus propios partidos. Es difícil pensar que, si un presidente lleva demasiado tiempo, va a ceder su asiento (ya Moreno Bonilla ha dicho que va a presentarse a las próximas elecciones en Andalucía, cuando había asegurado que sólo estaría dos legislaturas). «El pueblo me necesita», un pensamiento narcisista desde los tiempos de Nerón que esconde el ansia viva por seguir en el trono, por mandar, por estar por encima de los demás, por no volver a la vida mundana, por no perder los focos, por seguir en las mejores fotos, por tener pelotas alrededor 24 horas al día

Y los grandes empresarios son cuervos que utilizan a los políticos (y al sistema actual) para sacar el mayor beneficio económico posible aun a costa de empobrecer cada vez más a la población.

Julián M. Clemente: «Tenemos dos lados en la cuerda de la podredumbre»

El editor Julián M. Clemente, en el prólogo de la novela gráfica Alcalde Fisk (Panini, 2018), lo expresa de forma meridiana: «Sabemos que hay políticos corruptos porque también hay personas que los corrompen. Las partidocracias, allá donde la falta de democracia interna campa a sus anchas, eligen a los más mediocres, aquellos cuyas voluntades son más fáciles de torcer y que, por lo tanto, son susceptibles de dejarse arrastrar por el egoísmo y los bajos instintos. Ante esas figuras, no hay recalificación de terrenos o concesión de servicios que no pueda conseguirse mediante unos cuantos maletines colmados de billetes».

«Tenemos, por lo tanto, dos lados en la cuerda de la podredumbre, y el uno necesita al otro para que la cuerda se mantenga tensa alrededor del cuello del ciudadano. Pero, a veces, ocurre que alguno de los extremos decide asumir también el papel del otro. A veces, es todo ese partido del que usted me está hablando el que se convierte en organización criminal. A veces, es una persona en concreto la que se queda con el dinero y con los beneficios que trae el dinero. Y así es como nos encontramos con figuras del empresariado que deciden saltar a la política como atajo para lograr su fin último», sentencia Clemente.


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Un comentario

  1. Francisco J. Castillo Ruiz

    Se puede decir más alto, pero no más claro.

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