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maria zambrano

La pensadora y escritora María Zambrano (1904-1991).

Cultura, Educación, Opinión

La verdad interior, un diálogo entre corazón y acción

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Vivimos una crisis de la cultura occidental, que empezó cuando Descartes inaugura un proceso de soledad existencial de la persona. En nuestro pensamiento occidental, vemos un dualismo entre lo interior y lo exterior. Mientras que los estoicos siguen la línea más oriental del interiorismo, los pragmáticos se vuelcan a lo exterior. Al mismo tiempo, en la modernidad, se ha roto el equilibrio entre mente y espíritu, y el alma se ha dejado de lado para fijarse solo en lo psicológico, hasta que se está valorando actualmente la emotividad y la interioridad del corazón. María Zambrano es un ejemplo de ello

Cuentan de un encuentro entre un cojo y un ciego, que están en un lugar donde hay un incendio. Le dice el cojo al ciego: “Yo veo, pero no ando bien; tú no puedes ver, pero tienes buenas piernas: vamos a ayudarnos y, unidos, nos salvaremos”.

El cojo sería Oriente, donde hay buena vista: allí se vive una interioridad profunda, se ve con los ojos del corazón; pero por su dificultad en su cojera, no se resuelven los problemas de cada día, ni hay previsión de esos problemas, no hay progreso, hay más pobreza… Digamos que priorizan la verdad interior (aunque también vemos transformación, como la que llevó la noviolencia de Mahatma Gandhi: “La verdad es totalmente interior. No hay que buscarla fuera de nosotros, ni querer realizarla luchando con violencia con enemigos exteriores”).

En Occidente tenemos las piernas, priorizamos el hacer, el progreso: podemos andar muy rápido, pero estamos ciegos, no sabemos adonde vamos. Estamos entre-tenidos, tenidos entre cosas… nos falta el sentido de vida, que, junto a ese progreso de la sociedad del bienestar, nos haga participar en un proceso continuo hasta llegar a lo que se debería ser nuestra plenitud. En el terreno espiritual, en Occidente estamos ciegos, sin conexión con nuestra interioridad. Se ha proclamado la interioridad mental (desde Descartes) o psicológica (desde Freud), pero se ha perdido el corazón, y de ahí la preocupación actual por los aspectos emocionales. Es difícil estar centrados cuando no tenemos centro en nuestro corazón, nuestra interioridad: mucha gente corre y hace cosas, pero ¿les llenan de verdad? ¿Se busca el sentido de la vida?

La verdad auténtica es transformadora

María Zambrano cuenta que la verdad auténtica es transformadora y que, en la modernidad, se ha proclamado un sucedáneo de verdad que es solo manifestativa de lo que uno es, no transforma la persona y por tanto no es verdad. Por ejemplo, Rousseau habla de interioridad, pero su visión del corazón humano no es la de una mejora a través de la vida (transformación) sino que es expresiva de lo que uno lleva. Zambrano busca formas de conocimiento “laterales” en un mundo racionalista, un método capaz de abrir un camino para recuperar el orden del corazón, un “saber sobre el alma”. Vencer así el abismo abierto en la civilización occidental entre vida y pensamiento. Busca la existencia de la verdad en la interioridad humana, la sabiduría del corazón, que la filosofía del mundo antiguo había relegado. No comparte el laicismo que lleva al racionalismo de la modernidad a un callejón sin salida.

En nuestra vida, todo gira en torno a un centro que es como una llamada que atrae como un imán, allí anida la interioridad de la persona, y la verdad que yace allí escondida. Un ejemplo de ello es San Agustín en sus Confesiones: nos muestra un método para la transformación de la vida y un camino válido para abrir el cerrado corazón del hombre moderno.

Es un volver a la vida y “sin renacer nada es del todo vivo”. En este camino, nos encontramos con dificultades que se transforman en apertura y trascendencia: “Sin desamparo, la inmensidad no aparece”. Es una apertura al infinito que llevamos dentro, a una vida llena y verdadera. “La verdad transforma la vida”, pero la verdad va unida al amor: la persona es un ser que “muere con la muerte y se salva con el amor”.

La verdad va unida al amor

En palabras del papa Francisco, si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor: “Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca (…) quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada”.

Podemos establecer puentes entre las culturas orientales y occidentales y enriquecernos mutuamente, con humildad, pues la verdad no es algo rígido sino que se descubre con ese diálogo y, en cierta forma, la verdad es dinámica, se va construyendo con el amor, con el corazón: “Realizando la verdad en el amor” (Carta de san Pablo a los Efesios 4,15).

La verdad interior en el pensamiento occidental

En una de las páginas que recoge de Séneca leemos: “Al hombre se ha dado alma inquieta y movediza; nunca permanece tranquila; extiende y pasea su pensamiento en todos los parajes conocidos y desconocidos, vagabunda, impaciente de reposo, aficionada a la novedad” (Consolación a Helvia). Unos siglos más tarde, San Agustín, mejorando esto, dirigirá a Dios estas palabras: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti”.

Otro poeta andaluz, Antonio Machado, lo decía así: “Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que una fontana fluía / dentro de mi corazón”. Es la fuente que mana en el interior: “Di, ¿por qué acequia escondida, / agua, vienes hasta mí, / manantial de nueva vida / de donde nunca bebí?” Somos a imagen de lo inimaginable, inquietud y anhelo de interioridad, de infinito: “Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que una colmena tenía / dentro de mi corazón; / y las doradas abejas / iban fabricando en él, / con las amarguras viejas / blanca cera y dulce miel”.

La admiración ante la vida, y también las situaciones límite como asumir los fracasos, y en general todas nuestras experiencias de vida, nos pueden hacer crecer, descubrir nuestra verdad interior, aunque también hemos dicho que existe la opción de cerrarse a la realidad exterior, y no crecer. Romano Guardini compara algunos personajes clásicos: «La vida de Sócrates y la de Aquiles brotan puramente de la puesta en juego interior y se cumplen con una necesidad que es al mismo tiempo libertad según la ley de la esencia propia. Lo que viene de fuera, debe servir a la fuerza formadora de la imagen interior…  sienten la existencia como emparentada y familiar con su íntimo ser. Por eso los acontecimientos e influjos que les alcanzan no les añaden nada extraño, ni trastornan su forma de ser en su despliegue».

Y señala que no lo hace así Epicteto el estoico, «no está orientado hacia fuera con valentía; ni llevado por grandes iniciativas, ni protegido por durezas. Es más bien una naturaleza contemplativa, y en todo caso, interiormente frágil. Lo que acontece, el destino, él lo percibe como extraño, incluso enemigo, y le cuesta trabajo arreglárselas con ello. Por tanto, se encierra en el núcleo de su ser, para superar o al menos aguantar desde allí lo que acontece. Y ciertamente lo hace, en cuanto que se dice que a él no le afecta nada en lo más íntimo. Por eso sitúa tan dentro lo más hondamente propio, que frente a ello no sólo parece extraño el acontecer externo, sino su propia condición de ser, sujeta al cambio y a la ruina«. Al estoico no le afecta el destino, la propiedad, la familia, el poder o el honor, la salud o las condiciones anímicas… El estoico dice: «yo no soy eso». Pero, ¿qué es lo que queda, si mi vida externa es no una «imagen» de mi yo? Hablamos de un «yo impersonal», sin propiedades, inaferrable e inconmobible. «Por eso el proceso básico de la vida personal no es despliegue, sino afirmación y conservación». Es algo parecido a lo que ya lo dijo Buda: se ve que el mundo es dolor, culpa y apariencia. Desligarse del sufrimiento será el objetivo de la vida, la impasibilidad. Pero adolece esta visión, en mi opinión, de insensibilidad, que la persona no sea plena sin “sentir” plenamente, me suena a neurótico, a no aceptar el camino real.

Equilibrio entre contemplación y acción

Tenemos -sigue Guardini- los dos puntos extremos: «El puro despliegue de la esencia propia en el ámbito de los acontecimientos afines y la mera afirmación de sí mismo en un mundo enemigo». Entre ellos «se sitúa esa actitud que percibe precisamente el destino como contenido y sentido de la propia existencia, trazada con claridad ejemplar por Virgilio en la figura de Eneas». Tiene dolor por la pérdida de su Troya, pero recibe la promesa de «la fundación de una nueva ciudad y el comienzo de una gran historia»… Es difícil este equilibrio entre lo exterior y lo interior, pero necesario para el desarrollo integral y así, mientras algunos personajes clásicos como Alejandro Magno están abocados a lo exterior y otros como Séneca lo interior, este equilibrio lo vemos en Platón y Plotino, Agustín y también en La Eneida: «Lo que llena la existencia de Eneas no es ni el autodespliegue de lo interior ni el encuentro con la gloria del mundo que se desvela con el descubrimiento y la acción, sino la misión divina; destino en el sentido propio de la palabra. Y se le llama piadoso, esto es, capaz de percibir y superar como mandato divino cuanto le acontezca».

Hasta hace 2000 años, las influencias de Oriente llegan a Occidente y se mezclan con nuestras raíces. Y será en tiempos de Augusto que se nos da una revelación que nos hace contar el tiempo a partir de ahí de ese momento: Jesús de Nazaret nos revela una interioridad más profunda. De ahí sacará Agustín lo que no supo más que atisbar Platón: No vayas mirando fuera de ti, entra en ti mismo, porque la verdad habita en el interior del hombre, como sigue cantando Machado: “Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que un ardiente sol lucía / dentro de mi corazón. / Era ardiente porque daba / calores de rojo hogar, / y era sol porque alumbraba / y porque hacía llorar. / Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que era Dios lo que tenía / dentro de mi corazón”.

Hemos estudiado que el pensamiento filosófico occidental se nutre de las raíces judías-helénico-cristianas. Propongo que hemos de considerar también las influencias orientales, que han sido abundantes (en la filosofía griega, en la árabe, y por supuesto en la actualidad). También Oriente ha recibido influencias occidentales, por ejemplo gran parte de su progreso económico ha sido por influencia del capitalismo.

Podemos enriquecernos con un diálogo intercultural, como explicaba muy bien Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad. Ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Esta es la riqueza del auténtico diálogo.


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