La sociedad actual española está fragmentada. Se demostró en las últimas elecciones generales, donde la variedad de representantes es histórica, como lo es la cantidad de partidos necesarios para formar gobierno. Pero la actual pandemia está dejando evidencias claras de que la ruptura entre los diferentes estamentos es indiscutible
Fruto de esta división, es la gestión da la propia pandemia, donde todos estamos desbordados y bloqueados, remando cada uno para su lado, intentando sobrevivir a la tempestad sin mirar más allá de nosotros mismos. Empezaré por la clase política:
El Gobierno central está tomando decisiones anticonstitucionales y pseudocomunistas, que generan desconfianza en Europa y reticencias para abonar lo que nos correspondería. Una vez que llega ese dinero, hacen el reparto a las comunidades atendiendo más a criterios políticos que demográficos. Es el precio que deben pagar por pactar con aquellos a los que España les importa poco o nada. Por si fuera poco, están más pendientes de remover la mierda histórica que de buscar soluciones para el presente y el futuro.
Cada una de las 17 comunidades autónomas barre para dentro, entrando en una lucha inoperante de poder. Centrándome en Andalucía, que es donde resido, podría decir que se empezó medio bien, pero llegado el verano, se quiso abrir demasiado el grifo del turismo y el consumo y ahora se les ha ido de las manos. La prudencia inicial, se convirtió en prepotencia, bajo el lema de Andalucía, destino seguro. A la vuelta de las vacaciones, se ha actuado mal y tarde para frenar el avance del virus. Lo que antes era previsión ahora es improvisación.
Y los gobiernos municipales tampoco mejoran. Deberían poner medios policiales para que se cumplieran las normas, pero en vez de eso, se gastan el dinero en unas cuantas mascarillas o unos cuantos test para aparentar que se preocupan del pueblo.
Unos y otros, sean del partido que sean, parecen tener más interés en su beneficio propio que en sacar a los ciudadanos de esta calamitosa situación. No pactan, ni dialogan, salvo para subirse el sueldo, cuando debería ser lo contrario. Ocultan datos según su interés y siempre se echan la culpa unos a otros sin buscar soluciones eficaces ni consensuadas.
Las empresas privadas, cada vez más insolidarias
Como dice el refrán, A río revuelto, ganancia de pescadores. Y ese parece ser el lema de las empresas, que tratan de sacar el máximo provecho posible de esta situación:
Las de sectores directamente implicados en la pandemia, inflan los precios. Por ejemplo, desconozco el importe real de un test PCR, pero dudo que no se pueda hacer más barato de los 120 euros como mínimo actuales. Igualmente pasa con las mascarillas, que ahora cuestan hasta un 60% más baratas que al principio de la crisis, señal de que alguien se estaba llevando más dinero de la cuenta (entre otros el Gobierno, al cobrar un 21% de IVA, cifra reservada a los artículos de lujo).
Y las que no son de ese sector se oponen a las medidas improvisadas, con uñas y dientes. Esto hace que abran bares cuando no deben o que, en cualquier comercio, el aforo siempre sea mayor del permitido. No contratan a más personal para, por ejemplo, vigilar el cumplimiento de las medidas sanitarias, sino que mandan a todos los empleados que pueden a un ERTE para que el marrón de los sueldos y sobre todo, de la Seguridad Social, se lo coma papá Estado. Sálvese quien pueda.
Los ciudadanos, desconcertados, hacemos lo que nos da la gana
Ante todo este panorama, el papel de los ciudadanos debería ser el más importante y sin embargo, somos los que menos cumplimos. Quedan lejos los aplausos diarios a los sanitarios, que tampoco servían de mucho, pero al menos animaban. Los esfuerzos de los peores meses parecen una confusa nebulosa, un mal sueño del que nos hemos despertado con tantas ganas que ahora nos abrazamos y besamos sin pensar ni a quién, hacemos fiestas clandestinas y aprovechamos las 24 horas antes de una medida restrictiva como si fuera el fin del mundo.
Con tantos cambios y medidas contradictorias, se genera una desinformación por la saturación de información, así que, en general hacemos lo que nos da la gana, sin respetar normas y sin ser suficientemente responsables. Total, nadie nos vigila.
Los grandes perjudicados, cada vez con menos fuerzas
A todo esto, los grandes perjudicados son:
1) El personal sanitario, agotado, sin más fuerzas y recursos que su propia vocación. Abandonados a su suerte en todos los sentidos.
2) Las fuerzas del Estado (Policía Nacional, Guardia Civil), que se enteran de cada nueva medida o restricción a través de la prensa y a última hora. Deberían controlar a los ciudadanos, pero no pueden por falta de medios humanos.
3) Los profesores, que hasta el último día no sabían si iban a tener que ir al colegio o no, ni qué medidas se iban a tomar en cada caso. En un sistema ya anticuado de por sí, en el que las clases suelen estar hacinadas, ahora encima hay que vigilar si los niños llevan la misma mascarilla desde hace dos días o inventar nuevas formas de mantener la distancia de seguridad sin perder la afectividad, tan importante en edades tempranas.
4) Los autónomos, que en lugar de recibir ayudas para salir adelante, tienen cada vez más restricciones, muchas de ellas contradictorias e incongruentes.
5) Los niños, que solo perciben negatividad a su alrededor, que no pueden jugar en un parque ni hacer deporte, pero que deben permanecer entre cinco y seis horas diarias encerrados en una clase con otros 30 compañeros.
Conclusión: una pandemia así saca a relucir las costuras de una sociedad rota, dividida, egoísta, ignorante y atolondrada. Afortunadamente, siempre hay casos de lo contrario, pero cada vez más escondidos entre tanta estupidez e inconsciencia.
De acuerdo contigo, gracias!!!.
Bravo Álvaro. Has descrito perfectamente la situación real de la pandemia, todos somos culpables en alguna medida. Enhorabuena
Ni Stifen Hawkinj lo escribiría mejó.