Tiene razón el vicepresidente del gobierno español, Pablo Iglesias, cuando dice que no hay «normalidad democrática en España», pero no porque, como él dice, «los golpistas están en prisión», sino por al menos un centenar de atentados y violaciones de la democracia que existen en el presente, entre ellas que un tipo como él, totalitario, comunista y antidemócrata, esté gobernando la nación
Es fácil encontrar más de un centenar de razones y hechos que demuestran que España carece de «normalidad democrática», es decir, que no es una democracia, de las cuales mencionaré algunas decenas porque la lista completa sería insoportable en un artículo de prensa y necesitaría el espacio de varios libros.
El principal argumento y drama de todos los existentes es que España, como nación democrática de hombres y mujeres libres, no existe por estar gobernada no por demócratas, sino por corruptos con peligrosos rasgos totalitarios que ni conocen ni respetan las reglas, libertades y derechos que exige la democracia.
Precisamente, que los golpistas catalanes estén en prisión, pagando su violación del orden constitucional, es uno de las escasas muestras de que todavía quedan algunos residuos de democracia en España. Pero que existan residuos no significa que exista democracia, porque faltan elementos fundamentales como una ley igual para todos, elecciones realmente libres y limpias, separación de poderes básicos del Estado, controles democráticos fuertes al poder, una sociedad civil influyente, unos medios de comunicación libres, veraces e independientes, protagonismo ciudadano y un largo etcétera.
En España puede afirmarse sin temor a equivocarnos que no se cumple ni una sola de las exigencias básicas de la democracia. La mentira, el incumplimiento de las promesas electorales, las alianzas para gobernar contra natura, el engaño, la censura, el clientelismo, el reparto mafioso del dinero público, el despilfarro, la abundante financiación de los partidos con dinero de los impuestos, los mismos impuestos abusivos y confiscatorios y las nulas exigencias y controles a la clase política, blindada con aforamientos y privilegios, que superan los de cualquier otra nación del mundo, son rasgos españoles ajenos por completo a la democracia y a su alma cívica.
De democracia a basura autoritaria
La democracia en España se ha reducido a votar cada cuatro años. Nada más que eso. La democracia, una vez que se conquista, hay que seguir defendiéndola cada día y es necesario luchar por ella si no la queremos perder. Cuando el pueblo se relaja en esa lucha, los políticos avanzan y configuran el sistema a su gusto para poder mandar sin obstáculos y convierten la democracia en tiranía, como ya advirtieron los clásicos griegos, con Platón a la cabeza. Es lo que ha ocurrido en España, donde los españoles dejamos a los políticos libres para remodelar el sistema y han convertido la democracia en basura autoritaria y en una posta de aterrizaje para el abuso y la corrupción.
Hasta en Europa empiezan a descubrir que España, más que una democracia, es un vertedero de injusticias y abusos de poder en manos de una clase política ajena a la democracia y a sus valores y normas. Los numerosos dictámenes y fallos de los tribunales europeos contra España, como los que condenan la Ley Hipotecaria y algunos impuestos abusivos, como el de Sucesiones y Donaciones, son síntomas de que los europeos están descubriendo por fin la tenebrosa verdad política sobre España.
Hasta el que fue primer ministro sueco, Fredrik Reinfeldt, acierta cuando afirma que en España existe una profunda relación entre déficit público y corrupción. El saqueo impune de las cajas de ahorro, el robo que se perpetra desde el poder, el enriquecimiento ilícito de miles de políticos y la concesión arbitraria y venal de contratos públicos, subvenciones, concesiones, ayudas y otros favores inconfesables agudizan el déficit público español y aceleran la ruina del país.
El alejamiento de la democracia no es un problema actual sino antiguo y consustancial al sistema político español, que fue diseñado por falsos demócratas con demasiada influencia autoritaria de los políticos y sus partidos y con vocación de engañar al pueblo para heredar el poder del franquismo agonizante. Desde entonces empezaron los males. La Constitución fue redactada en una cafetería por gente que desconocía la democracia, especialmente por dos sujetos como Abril Martorell y Alfonso Guerra. El primero, un franquista mal reciclado y el segundo, un trilero político con doble disfraz, el de socialista y el de demócrata. Felipe González fue el capitán de aquellos trileros y un maestro del engaño; Aznar fue un arrogante engreído que no tuvo agallas para ser de derechas; Zapatero fue un inútil con sonrisa de ángel, manipulador y mentiroso; Rajoy fue un falso manipulador, insensible, vago, corrupto y analfabeto en democracia. Pero ninguno de ellos supera en déficit democrático a Pedro Sánchez, un tipo con rasgos psicopáticos que no sólo no respeta la democracia sino que escupe en ella cada día, cuando mal gobierna España acompañado de comunistas, amigos del terrorismo, independentistas y golpistas llenos de odio.
Toda esta gente ha podrido el país y ha degradado el sistema hasta extremos sobrecogedores. Todos han convivido fácilmente con la corrupción y se aficionaron a la mentira. Cada uno de ellos se sintió con derecho a legislar y gobernar en contra de la voluntad popular y ni uno de ellos tuvo el más mínimo respeto a la democracia y al ciudadano, al que ignoraron y aplastaron.
Una parte importante del dinero de los impuestos los gastan los gobiernos en fortalecer su poder, en financiar el clientelismo y en comprar mafiosamente votos, voluntades y medios de comunicación
Hay muchas leyes, normas y costumbres del sistema español que serían declaradas igualmente ajenas a la democracia y a la decencia elemental por cualquier tribunal democrático que las analizase, desde el diseño del Estado, irracional, monstruoso, insostenible y plagado de enchufados e inútiles familiares y amigos del poder, hasta la generosa financiación pública de los partidos políticos y sindicatos, algo que el ciudadano odia y cuya supresión reclama a gritos sin que los arrogantes y antidemócratas políticos les hagan caso. Sin olvidar que una parte importante del dinero de los impuestos los gastan los gobiernos en fortalecer su poder, en financiar el clientelismo y en comprar mafiosamente votos, voluntades y medios de comunicación.
Pero hay otros cientos de leyes y costumbres que son abiertamente contrarias a la democracia y que en España tienen una vigencia cruel y desalmada: los impuestos abusivos; la desigualdad ante la ley; el nombramiento de jueces y magistrados por parte de los partidos políticos; la ausencia de democracia en la vida interna de los partidos; la tortura encubierta en comisarías y cuarteles; el acoso y persecución del adversario; las concesiones de contratos y subvenciones, muchas veces tramposas y trucadas; el cobro de comisiones; el urbanismo salvaje; el enriquecimiento ilícito de miles de políticos; el saqueo sistemático al que han sido sometidas las cajas de ahorro y otras instituciones públicas; la estafa masiva a los ciudadanos con las participaciones preferentes, realizada con permiso del Banco de España y de la clase política en general, que ha participado del expolio; las listas negras de empresarios y pensadores; el amiguismo; el enchufismo; el nepotismo; las oposiciones a cargos públicos trucadas y mil tropelías, chapuzas, fechorías y delitos más, además de todas las modalidades posibles de corrupción y chulería, vigentes en una España que se parece más a un gigantesco vertedero que a una verdadera democracia.
El pueblo español, que era el mas fiel e ilusionado con la democracia hace apenas dos décadas, es hoy un pueblo frustrado que desconfía de sus dirigentes y que repudia el sistema. Cuando le preguntan, responde que los políticos son el tercer gran problema del país y la corrupción pública el segundo. Solamente el drama de la economía hundida tiene más rechazo que los gobernantes que abusan y que los corruptos. Ese dato demoscópico es suficientemente grave para provocar una refundación del sistema, la dimisión masiva de la clase política fracasada y el precintado de unos partidos políticos que, por el número de causas abiertas y en investigación por los tribunales, se parecen a bandas organizadas de malhechores. De hecho, desde la muerte de Franco, la única organización que ha protagonizado más delitos que el PSOE y el PP es la banda terrorista de ETA, pero en los últimos años, desde que los etarras dejaron de asesinar, no existe mayor concentración de degeneración, abuso y delito en España que la representada por los grandes partidos políticos de España.
Aunque la Europa actual, pilotada por una Alemania que huele a deslealtad y egoísmo, no es precisamente un modelo de democracia y decencia, debería obligar a los políticos españoles a que sean menos sádicos y que, por lo menos, disimulen más su sucia vocación opresora y anticiudadana. Europa, a pesar de sus terribles carencias, no puede mantenerse por más tiempo al margen del gran escándalo español, un país donde los poderes públicos han permitido que muchos de sus hijos, aplastados injustamente por el poder político y financiero, se suiciden arrojándose por las ventanas o quemándose delante de las instituciones bancarias, sin defensa posible y sometidos al imperio de la maldad política y económica de las élites. España, más que un rescate económico, lo que necesita es que los actuales partidos políticos sean suprimidos y precintados y que el sistema se refunde, esta vez para crear una auténtica democracia, no la basara que ha construido la clase política española, probablemente la más sucia y antidemocrática del continente europeo y de todo Occidente.
El riesgo de España es ahora máximo y mortal porque Europa, para combatir los estragos del coronavirus (que en España han sido los mayores de todo el mundo desarrollado, tanto en muertes por habitante como en retroceso de la economía) va a entregar una enorme masa de dinero, cifrada en unos 140.000 millones de euros que, si Dios o los ciudadanos no lo remediamos, van a ser administrados y repartidos por Pedro Sánchez y su compinche Pablo Iglesias, los dos tipos probablemente más inmorales, desvergonzados, mentirosos y menos fiables entre los que han gobernado esta nación desde los tiempos de los íberos y los celtas.
Quizás le llamen catastrofista, pero no es el problema, éste radica en la triste y absoluta veracidad del articulo.
Gracias y saludos.