Se cuenta de un hombre que se hallaba en el tejado de su casa durante una inundación y el agua le llegaba hasta los pies. Pasó un individuo en una canoa y le dijo:
“-¿Quiere que le lleve a un sitio más alto? –“No, gracias -replicó el hombre-. He rezado a mi Dios, y él me salvará”. Pasó el tiempo y el agua le llegaba a la cintura. Entonces pasó por allí una lancha a motor. – “¿Quiere que le lleve a un sitio más alto?” – “No gracias, volvió a decir. Tengo fe en Dios y él me salvará”. Más tarde, cuando el nivel del agua le llegaba ya al cuello, llegó un helicóptero. –“¡Agárrese a la cuerda -le gritó el piloto-. Yo le subiré!” – “No, gracias. Tengo fe en el Señor y él me salvará”. Desconcertado, el piloto dejó a aquel hombre en el tejado. Pocas horas después ese pobre hombre moría ahogado y fue a recibir su recompensa y al presentarse a la presencia de Dios dijo: –“Señor, yo tenía total fe en que Tú me salvarías y me abandonaste. ¿Por qué?” A lo cual Dios replicó: -“¿Qué más querías? ¡Fuiste tú que no quisiste, yo te mandé una canoa, una lancha a motor y un helicóptero!”
Cada día tenemos oportunidades de crecimiento, podemos vivir el momento presente, sin esperar ese momento mágico, un santo advenimiento, porque la clave está en no quejarse sino aprovechar las energías para crear. Y si puede ser, algo que nos guste. Así como los niños saben vivir la curiosidad y el flow en lo que hacen, podemos buscar dentro de nosotros esa ilusión y desarrollarla en todo lo que hacemos.
No todo está en lo que dispongamos nosotros. Recuerdo cuando Ronald Reagan parecía el hombre más poderoso del mundo (cuando la Guerra Fría) y al poco escribió: “Mis queridos compatriotas americanos: Me han comunicado recientemente que soy uno de los millones de americanos que padecen el mal de Alzheimer”… Junto a su querida Nancy concluyó sus días. Esto significa que la clave no está solo en lo que yo dispongo sino en lo que se dispone desde lo alto por un lado, y desde mi libertad por otro. Como un ovillo, que podemos tirar de los dos lados. Y entremedio, el tiempo que nos queda, que es lo que tenemos. No podemos celebrar más que el tiempo pasado, pues no sabemos lo que nos queda… Pero también está relacionada la actitud interior con la salud, de algún modo.
Embriagados en el vértigo de la frivolidad
¿Cuál es la edad de un hombre? Los calendarios, los relojes, las arrugas, las burbujas de champán de cada Nochevieja tejen cronologías extrañas que no coinciden con las fechas del alma. Hay personas que no maduran, a quienes les sorprende la vejez embriagados todavía en el vértigo de su frivolidad: tratan entonces de apurar la vida a grandes sorbos, a la búsqueda de lo que ya no volverá nunca a ser. En cambio, otros no pierden nunca la admiración e ilusión del niño, y se enriquecen también con las etapas sucesivas de la vida. Hay un tiempo que se pierde y otro que se convierte en aquel tesoro que no envejece, que es aprovechar el tiempo para amar.
¿El tiempo existe? Para nosotros sí, pero fuera de este sistema operativo en el que nos encontramos, no hay tiempo. Por eso, podemos decir que venimos de Dios y a él vamos. Y si nos dicen que no existíamos antes de nacer, pienso que ¿cómo no vamos a existir, si estamos existiendo, y fuera de este tiempo todo es eterno? Y si me dicen que después no hay nada, ¿cómo no va a haberlo?: pues si existo ahora es que vivo en la eternidad al mismo tiempo, no estamos solo aquí. Nuestro tiempo es un entretiempo entre dos instantes que se funden en la eternidad, único instante.
Recuperar la inocencia perdida
Por eso anhelamos un paraíso perdido, de donde vinimos, y nada puede llenar esa añoranza. Pero podemos resucitar dentro de nosotros lo mejor de ese paraíso por la esperanza, y recuperar la inocencia perdida, aunque esto a veces da vértigo: la hora de descender al fondo de nosotros mismos para reencontrarnos niños, tal como fuimos.
Quizá ya estamos hartos de reuniones y actividades que nos aburren. Es tiempo de quitarse las máscaras que la vida pegó en nuestros rostros. Olvidar las zancadillas y el arte de avanzar a codazos, las risas hipócritas. El tiempo podemos dedicarlo a cosas mejores, y restañar heridas, estirar la sonrisa para borrar las arrugas de las amarguras. Acabó un año más el tiempo de Navidad, tiempo de ilusión, y ahora nos toca poner los sueños a volar y vivir de verdad.
Muy buena reflexión final
Muchas gracias, Francisco!