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Unos padres paseando con su hija.

Educación, Opinión

Saber educar (III): queremos que crezcan con personalidad

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Para que sea posible el deseo que pronostica el título para los niños y jóvenes de la actual generación -y sucesivas-fijemos la base de su formación en pilares de calidad. Éstos nos los proporcionará la educación en valores y en empatía. Y por supuesto, contamos con los padres

¿Por qué los queremos con personalidad? Fácil respuesta: el ser humano -hombre, mujer- ha sido creado, ha nacido para ser feliz. Esta finalidad se verá cumplida si ese ser humano estima la vida como su primer gran valor, adornado y completado con el de la libertad.

Ayudarle a que los emplee bien y disfrute de ellos es lo que deberá alcanzar la formación o educación que le faciliten la familia y la sociedad. La mayor responsabilidad recae en sus padres. Ellos deben elegir la forma de educar a sus hijos -cuestión de singular importancia-, porque ella marcará su personalidad.

De estilos educativos familiares podemos encontrar bastantes y muy diversos; hablemos de los dos extremos: familia autoritaria versus familia permisiva. Ambas son nocivas per se.

La primera se caracteriza por no dar razones para el comportamiento, ninguna explicación. Esto es así porque lo digo yo, obedecer y callar, su base de disciplina es el castigo. La segunda, no tiene reglas ni siquiera plantea la autoridad de padre o madre. No saben decir un no, hablan poco o nada con los hijos, no les preparan contra las contradicciones o frustraciones

De estos modos, ¿qué cabe esperar? La excepción será que esos hijos sean personas normales para encarar sus vidas; lo normal es que sean inseguros, sin criterio propio, con baja autoestima, con nulidad de resolver problemas, pues todo se le ha dado hecho y serán fácilmente manipulables o se convertirán en personas conflictivas.

Frente a estas posiciones, encontraremos las familias conscientes: denominamos así a las que educan a sus hijos fomentando en ellos actitudes, hábitos positivos y valores. Pienso que es oportuno introducir estas dos reflexiones:
«Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres», Pitágoras (filósofo y matemático: 569-475 a. C.); «educar hoy es ayudar para siempre”, Don Bosco (fundador de las Escuelas Salesianas: 1815-1888). Reflexiones que abren y abonan el camino de la educación en empatía y en valores.

Aunque ya conocemos algo de la empatía, que se adelantaba en el artículo anterior, hemos de ampliar detalles que nos lleven a considerarla clave en dos ideas esenciales en las que nos introduce el profesor e investigador Luis Moya, el cual pone su confianza en que la empatía sea el antídoto al acoso escolar (bullying), así como que colabore a que las personas empáticas sean más felices.

El que seamos más o menos empáticos depende de una conjunción de factores, que podemos simplificar al tener en cuenta la genética, el trato familiar recibido desde el nacimiento –expresado en caricias, abrazos, tono de voz– la socialización –guardería, parvulario, escuela– y el ambiente educativo consiguiente.

El citado profesor añade que ese trato afectivo y cariñoso al bebé hace que su cerebro libere la hormona del apego, del amor y la empatía, denominada oxitocina. De esta hormona y su beneficiosa influencia da noticia también la doctora Marian Rojas, psiquiatra, entre otros estudiosos, destacando su acción sobre el optimismo y felicidad de las personas.

Por el contrario, un trato falto de atención y cariño desde los primeros años, un maltrato -de palabras o acciones-, el abandono o desapego son el principio de un ciclo de comportamiento violento. Por ello, hay que admitir que la empatía y la violencia son la cara y la cruz del comportamiento. Es por lo que el profesor Moya Albiol opina que la empatía sea el antídoto contra el bullying.

Desgraciadamente se dan multitud de casos de acoso en las escuelas o institutos. Lo padecen tanto chicos como chicas y son tan culpables los que acosan como los que lo contemplan y no intervienen para evitarlo. Así como también lo son los directores de centros que no actúan en justicia con aquellos alumnos que hayan cometido la tropelía. Hemos conocido casos en que la errónea solución fue recomendar a los padres del alumno acosado que lo cambien a otro colegio, con lo cual el castigo de la mala acción lo sufre (equivalente a una expulsión) el o la acosada, cuando realmente, si hay que expulsar a alguien, es al que comete el delito.

Se plantea así la imperiosa necesidad de que los centros educativos tomen como de todo punto necesario que al profesorado se le exija conocimiento y preparación del binomio empatía-acoso dentro de las condiciones de acceso a su plaza. No pensemos que es mucho pedir, dado el beneficio que aportaría. Deberían tomar protagonismo los consejos de centro y las Ampas.

Diálogo, compartición y voluntariado

Los padres han de ser quienes estén muy vigilantes para detectar problemas en sus hijos. Lo que implica que hablen mucho con ellos, mostrándoles disponibilidad en todo momento. En sus charlas deben incluir el uso -y no el abuso-del móvil y de sus redes. El frecuente diálogo entre padres e hijos hace crecer los vínculos afectivos familiares aumentando la mutua confianza. Los chicos tendrán la oportunidad de exponer sus opiniones, comentar preocupaciones, escuchar consejos… En una palabra, están aprendiendo a pensar, van ganando autonomía e irán actuando con criterio.

Para educar en empatía en casa, los padres han de motivar que, entre los hermanos, se cumpla el hábito de compartir: juguetes, chucherías, libros de lectura, encargos, juegos de sobremesa, alguna prenda de vestuario… Es igualmente motivador explicarles las virtudes del voluntariado que los adolescentes y jóvenes pueden llevar a cabo, dando su tiempo, su ayuda y comprensión en un ejercicio de generosidad a personas que les puede llegar a ser muy beneficioso (magnífica ocasión de practicar y aumentar su propia empatía).

Se evidencia la necesidad de que la familia y la escuela eduquen en y con valores

En los centros educativos, maestros o profesores tendrán en cuenta que son empáticos y están logrando que los alumnos lo sean, si en ninguna ocasión etiqueten a algún educando, ni los ridiculicen ante los demás por algún error; si se muestran disponibles en escucharlos, si son algo tolerantes ante alguna excusa o explicación; los irán acostumbrando a valerse por sí mismos, a tener iniciativa… porque sus logros personales acrecentarán su autoestima. En una palabra, van creando y fortaleciendo su personalidad.

Entremos en la educación en valores. Por los derroteros tan negativos que se están viviendo, porque se ha rebajado excesivamente el nivel de cordura en que se desenvuelve gran parte de la humanidad, se evidencia la necesidad de que la familia y la escuela eduquen en y con valores.

Transcribo las palabras con que Spranger anima a hacerlo: «Educar es transferir a otro, con abnegado amor, la resolución de desarrollar, de dentro a fuera, su capacidad de recibir y forjar valores«. Ya, en un anterior escrito, se facilitaron definiciones de valores. Recordemos que una de ellas decía: «Son cualidades de las personas, de los animales o de las cosas, que permiten acondicionar el mundo y hacerlo más habitable», según Xavier Zubiri.

Los sociólogos hablan de jerarquía de valores y elaboran tablas o escalas de ellos. Por ejemplo, Max Scheler (1874-1928) establece las categorías, de menos a más, que ahora reproducimos (tomadas con su nombre, del libro La Galaxia Educativa, no como copia o plagio, sino para facilitar información):
1ª Valores útiles: adecuado, conveniente…
2ª Valores vitales: fuerte, sano…
3ª Valores lógicos: verdad, sinceridad…
4ª Valores estéticos: bello, sublime…
5ª Valores éticos: justo, bueno…
6ª Valores religiosos: santo, piadoso…

Otro autor, Francisco Larrollo (1949), en su obra La ciencia de la educación, propone esta clasificación: a) Valores que se realizan en las personas (y enumera siete categorías) b) Valores que se realizan en las cosas (señala tres categorías). Por no alargar, no es el caso, no las reproducimos.

En todos los temas que tratan de educación hemos insistido en la importancia de que sean el padre y la madre -desde el nacimiento de sus hijos- sus verdaderos educadores, y que disponen para ello de dos grandísimas armas, amor y ejemplo. Sus formas de actuación se centran en dar cariño, hablar mucho con los hijos y, sobre todo, escucharlos, lo cual agrada mucho a los niños, porque se sienten atendidos y valorados. Así irán introduciendo en el vivir familiar, poco a poco, -conocimiento y práctica- los valores de una convivencia (vivir–con) feliz y formativa.

Consideremos este pensamiento de peso específico: «Mejorar las familias, mejorará el mundo». La prole familiar va percibiendo que sus padres no solo conocen, sino que practican, lo que les están enseñando. Los padres irán seleccionando aquellos valores que nos hacen crecer como personas apreciadas por los demás, así como felices consigo mismos. A modo de inicio, pueden formar entre todos, la lista de aquellos valores que consideran imprescindibles: honradez, respeto, sinceridad, responsabilidad… (irán surgiendo y su aplicación será escalonada, según necesidades y oportunidad).

Familias, tened en cuenta que el tiempo que se regala a los hijos es un tesoro que va creciendo para ellos y para vosotros.

Frases que ayudan a reflexionar

  • «Cuando tu interior te dice ¡qué feliz soy! te das cuenta de que estás mirando a los demás, en vez de mirarte solo a ti» (Josefa S. G.).
  • «Quien de verdad quiere ser bueno, lo será» (Séneca).
  • «Júntate a los buenos y serás uno de ellos» (Miguel de Cervantes).
  • «La actitud hace dichoso al hombre» (J.W. Goethe).

Bibliografía

  • Luis Moya Albiol, La empatía (2ª edición).
  • Educar en empatía (2ª edición).
  • José Ramos Santander, La Galaxia Educativa. Pedagogía, Teoría de la Educación (Editado en 2022).
  • José María Toro, Educar con Co-razón (15ª edición).

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Un comentario

  1. José Ramón Talero Islán

    Mi querido profesor y compañero, verdaderamente es una inmensa satisfacción y orgullo, cómo continúas con tu labor pedagógica… Mil gracias por seguir en la brecha y enseñándonos. Un gran abrazo.

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