empatia

Una imagen que ilustra la empatía.

Educación, Opinión

Saber educar (II): enseñanza, educación, empatía y valores

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Las cuatro intervienen en nuestra vida; su influencia será muy significativa en toda ella y algunas marcarán etapas. Las dos primeras son harto conocidas y utilizadas a diario por casi todas las personas, lo que a veces se presta a que no distingan el verdadero significado de una y otra, pues cada una mantiene su identidad. Han de saberlo perfectamente padres y madres, en bien de su prole y para satisfacción propia al llevar a cabo ambas tareas

En cuanto a empatía, aunque siempre existió, no se ha tratado su estudio hasta tiempo relativamente reciente, creo que a principios del siglo XIX. Se le han ido dando definiciones varias, pero con incidencia en su fundamental acción. El Diccionario de la RAE la define como «identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo del otro«. La forma más sencilla de referirse a ella es ponerse en el lugar de otras personas, o sea, que implica el saber cómo me siento yo con lo que le ocurre a alguien. De ello derivarán diferentes formas de actuar. Por tanto podemos adelantar que, cuanto más empático se es, le será más fácil entender a otras personas y estará dispuesto a ayudarles. Después trataremos de ahondar algo más en ella.

De valores digamos que «son cualidades que posee o debe poseer cada persona en su manera de ser y/o comportarse, y por ellas será apreciada, estimada o elogiada«. De qué valores posea y practique dependerá la aceptación que se le preste.

Solo hemos hecho la presentación de las cuatro palabras y se evidencia que dan materia como para escribir más de un libro. El objetivo ahora es introducirnos en la necesidad de tenerlas en cuenta para la mejora de la realidad educativa con base sólida y sin dejarnos llevar por los cantos progres de sirena recién llegada.

Vamos pues a tratar de la empatía y de los valores. Advierto de entrada que las ideas y teorías que se expondrán no son del autor del artículo, pertenecen a investigadores que las han ido descubriendo y, una vez comprobadas, las dan a conocer en las obras que publican.

Aquí y ahora, se trata de transmitir conocimientos para que sean útiles en la labor educativa de padres (educadores naturales de sus hijos) y de maestros y profesores, en colegios e institutos.

En este sentido, la empatía ha despertado un gran interés dados los probados beneficios que presta a nivel individual y social, porque mueve al individuo a «ser mejor persona, para ayudar a los demás«. Ideal en que coinciden y lo expresan en sus obras -con estas o parecidas palabras- pedagogos, psicólogos, maestros y profesores. Y ya nos adelantan que no es posible tratar de empatía sin tener en cuenta la cooperación y el altruismo, opinión defendida por el profesor universitario e investigador en neurociencia social Luis Moya Albiol.

Según él y otros investigadores, percibir situaciones o emociones en otra persona despierta un movimiento de compenetración y sentirá similares emociones que ella.

El interés actual por la empatía está basado en que la persona empática se preocupa más por el bien de los demás, ayudará en cuanto esté a su alcance y resolverá los conflictos sin utilizar la violencia. Esto y otras características que contemplen los derechos de todos desembocan en que la sociedad sea considerada más civilizada. Igualmente coincide en ello el investigador en empatía y autismo Simon Baron-Cohen, que dice: «Solo existe una raíz del mal, la falta de empatía».

Por todo ello es natural que surja la pregunta: ¿cómo se puede aumentar la empatía?

Bien claro es que este deseo se da más en los padres/madres preocupados por educar a sus hijos. Aprovecharán la ocasión cuando hayan observado un comportamiento inadecuado en su hijo/a hacia un hermano, un amigo o compañero de colegio; le preguntarán: ¿cómo te hubieras sentido en caso de ser tú la otra persona? Saldrá de inmediato ocasión de que entiendan lo que es respeto, tolerancia…

Otro ejemplo podría ser poner ante la atención de los hijos un hecho que acaban de ver en la televisión sobre la conducta de un personaje; que ellos expliquen por qué consideran que actuó bien o mal -según el caso- respecto a otra persona y cómo habrían actuado ellos, con lo cual se acostumbrarán a formarse juicios sobre el bien y el mal en lo que atañe los demás o a ellos mismos.

Un sabio consejo del profesor e investigador nos dice: «Debemos empatizar y no simpatizar«, o sea, ponerte en el lugar del otro, pero sin hacer tuyo su estado emocional, porque esto solo te haría sufrir. La empatía es muy positiva para el bienestar emocional de la otra persona, puesto que se siente escuchada y comprendida.

Con ejemplos como los antes mencionados u otros que se presenten, estaremos comprobando que la empatía se puede desarrollar en el ambiente familiar, igual que se hace con los distintos aspectos de lo que se suele denominar buena educación: el respeto, la cortesía, la disponibilidad.

Todo lo que antecede, nos lleva a entender que el investigador Moya Albiol, en sus libros, haga hincapié en que el fomento de la empatía lleva a disminuir la violencia. Por tanto, es muy aconsejable que la familia y la escuela se empleen en cultivarla.

Valores

Al hablar de las cuatro palabras clave que encabezan el artículo, adelantaba lo que pienso de ésta (véase más arriba). Pero claro, me limité a reconocerlos en las personas; aunque también cabe considerar los que pueden poseer los animales y las cosas.

Buscando en el Diccionario de la RAE leemos: «Grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite«. Y define así los valores éticos: «Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida».

El filósofo Xavier Zubiri habla de los valores diciendo que son «cualidades de las personas, de los animales o de las cosas que permiten acondicionar el mundo haciéndolo más habitable». Una vez definidos, el paso importante es que los valores sean las fuertes rocas de los cimientos del edificio educativo.

En esta fase es donde hay que contar con la familia. Es por eso que, ya en algunos de los artículos que hemos venido publicando, se aconseja a los padres que fomenten en sus hijos, desde muy pequeños, hábitos y actitudes positivas y les acostumbren a ”ir viviendo en casa” valores como compartir (juegos, chucherías, libros, cosas) con sus hermanos; respeto (a lo que hagan o digan, a no querer ser siempre el primero); orden (dejar cada cosa en su sitio, guardar los juguetes, pelota, libros en el lugar que corresponde). Tener en cuenta -sin protestar- los tiempos de comer, jugar, estudiar, dormir…); seguirán introduciendo otros: sinceridad, honradez, laboriosidad, etcétera, con explicaciones y ejemplos en cada uno.

Podemos ponderar cuáles de ellos son los que más ayudan a que la convivencia sea más agradable. Así como cuáles son los que más influyen en calificar a alguien como buena persona.

Estos, y pensamientos equivalentes, han llevado a bastantes autores a establecer un orden o jerarquía de valores. Filósofos, sociólogos, psicólogos han propuesto algunas tablas o clasificaciones de valores. Comentaremos algunas en una próxima ocasión dedicada a educación en valores y en empatía.

Por ahora, quedémonos con la convicción de la vital importancia de que seamos los padres quienes tenemos que manejar el timón de la preparación para la vida de nuestros hijos con bases sólidas, sin dejarnos convencer por un erróneo progresismo. Conocemos el verdadero valor de la familia.

Bibliografía útil para consultar:

  • Luis Moya Albiol. La empatía (2ª edición), de Plataforma Editorial.
  • Víctor Küppers. Vivir la vida con sentido (11ª edic.), de Plataforma Editorial.
  • Bernabé Tierno. Poderosa mente (4ª edic.), de Temas de hoy.

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