Como muchos coetáneos míos, me he criado entre álbumes de cromos, tebeos, libros… y revistas. Desde pequeño, he leído revistas de cine y de baloncesto y siento pena cada vez que me entero de que un quiosco ha cerrado
La última mala nueva viene de un centro comercial de referencia ubicado en la Plaza del Duque, en Sevilla capital. Dentro, en la planta baja, había un centro de revistas inigualable. Era un espectáculo poder mirar y admirar las portadas de más de 100 revistas diferentes, desde la edición en español de Forbes hasta Panenka pasando por la superviviente Gigantes del Basket o Cuadernos del Caimán. Dime una temática específica y te diré qué revista especializada necesitas. Puede que Caza y Pesca o Muy Interesante. Puede que Desperta Ferro o El Jueves. Me quedé patidifuso cuando fui ayer a comprarme el Dirigido por de este mes, en el que viene un amplio dossier sobre la saga de Indiana Jones con motivo del estreno de la quinta entrega el próximo 28 de junio, y en el sitio de las revistas habían puesto un expositor de sombreros de mujer.
Pregunté y me dijeron que lo habían trasladado a la planta -1. Bien. Escaleras mecánicas abajo, ya me olía a chamusquina. Cuando llego al nuevo estand de revistas, exclamé: «¡¿Pero esto qué es?!». El gran quiosco de prensa y revistas se había reducido a un pequeño expositor en el que ya no estaban las revistas de cine ni las de historia ni las de deporte ni las de política. En su lugar, sólo se podían adquirir Pronto, Telva, Clara, AD (interiorismo), Pasapalabra, Cosmopolitan, Icon, Teleprograma, Telenovela, Vogue y alguna más.
Por supuesto, en ese instante, me acordé de la época en la que llegó a haber cuatro revistas de baloncesto al mismo tiempo (qué buena era Superbasket). Se podían comprar en cualquier parte, en cualquier quiosco de los de chapa, en cualquier papelería. Y si andabas descuidado y tardabas un par de días en ir a por ella, se agotaban. Quiero sacar a la palestra varios factores que influyen en esta desaparición paulatina de las revistas en papel.
El mantra de la rentabilidad
Los editores llevan años quejándose de que la gente va móvil en mano y que ya no quiere revistas en papel. Es una realidad que se venden menos. También es cierto que los precios de las imprentas se han disparado en los últimos años (Fotogramas imprime desde hace algún tiempo en papel reciclado para abaratar costes, con lo que ya el tacto y el olor no son los mismos). Pero también es verdad que no se ha cuidado el producto y que el esfuerzo de muchas empresas editoras por mantener el producto no ha ido de la mano de los quiosqueros, que no han tenido paciencia para aguantar en muchos casos ni han hecho de comerciales (la desidia de algunos es patente cuando preguntas por alguna revista y te dicen: «No sé si la tengo, mira a ver. Si no está ahí es que no la tengo»).
Si van eliminando, poco a poco, todos los puntos de venta, la única solución es la suscripción, pero no a todo el mundo le gusta recibir en casa la revista (en el buzón no cabe y hay que arrugarla). Ir al quiosco era una liturgia que se va difuminando a golpe de clic. En Andalucía, ya hay pueblos enteros de más de 8.000 habitantes sin un solo quiosco de revistas especializadas (no cuento el Hola, el Pronto y el Diez Minutos).
El público tampoco acompaña. En conjunto, las revistas mensuales han perdido más de nueve millones de lectores desde 2008, un 60% del total. Y muchas han cerrado por completo (Rolling Stone, Interviú) o la edición impresa (Quo, Cuore). Pero otras siguen, dando los últimos coletazos hasta que aguanten. Hace dos años, Hearst y Condé Nast hicieron sendos EREs en sus plantillas, un reflejo de que la actual crisis golpea de nuevo al sector.
¿Por qué la gente sigue leyendo libros y cómics en papel y no revistas?
Se da un fenómeno curioso: la venta de libros en papel se ha ido recuperando en los últimos años, mientras que la decadencia de periódicos y revistas ha sido imparable. Panenka es un buen producto. Líbero es un buen producto. La Revista de Historia es un buen producto. Puede que la sociedad española ya no sea tan culta como antes y no pueda abarcar libros y revistas (la economía familiar no llega en muchos casos). Existen las suscripciones anuales, una medida que anula el papel del quiosquero de toda la vida.
Recuerdo a mi padre, que llegaba los viernes por la noche con el Visión 3 metido dentro de la cazadora para hacerme la broma de que se le había olvidado comprarla en el quiosco de La Palmera, en el centro de Huelva, donde todavía sigue ubicado, pero ya no vende revistas. Recuerdo a mi hermano mayor y sus montañas de Fotogramas. Recuerdo cómo comentaba con mis amigos Juanma y Lolo las páginas del Gigantes. Antes se podían juntar cuatro o cinco chavales alrededor de una revista. Ahora se juntan, pero cada uno con un móvil. No es exactamente lo mismo.
Mi teoría es que no leemos tanto como parece en las pantallas. Cada vez vemos más contenido audiovisual (vídeos cortos, podcast, series, vídeos musicales, vídeos caseros, vídeos virales, cortes de informativos…) y lo que más leemos son los mensajes por WhatsApp, Telegram, Facebook, Instagram… Sí que es verdad que el fenómeno de la prensa digital ha emergido con fuerza, eclipsando a los periódicos tradicionales en papel, que han tenido que reinventarse y muchos han tenido que cerrar su edición impresa, como El Correo de Andalucía.
Sin embargo, cuando nos vamos de vacaciones y estamos bajo la sombra de la sombrilla, es más práctico comprar el periódico en papel o la revista de turno que arriesgarnos a llevarnos la tableta o el móvil y que se nos llene de arena o se moje. Por eso, en centros neurálgicos vacacionales como La Antilla, Punta Umbría, Chiclana o Marbella, todavía pueden contemplarse quioscos repletos de revistas, periódicos y libros con horarios generosos (te puedes comprar tu ejemplar en papel a las ocho de la tarde sin ningún tipo de problema).
Con estos mimbres, las nuevas generaciones asumen el carácter efímero de las cosas y pueden llegar a confundirse con la prisa, con el ritmo frenético de la sociedad. No todo vale. No siempre el periódico de hoy es el papel para envolver el pescado de mañana. Hay que atesorar el número 1.000 de El Jueves. Hay que valorar como se merece una buena portada, como la de la retirada de la camiseta de Pau Gasol en la cancha de Los Ángeles Lakers o la de España campeona de la UEFA Nations League. Así luego hay energúmenos que llaman «calvo» a nuestro seleccionador en plena celebración del título. La viralidad antes que la reflexión. El vómito de palabras antes que la comprensión lectora.
Si tiramos a la papelera una cabecera como Fotogramas, que tiene 77 años de historia, al futuro se llegará con una aplicación del móvil impersonal, gélida, intangible. Un mañana robótico se avecina. La firma de tu cronista favorito será sustituida por un Terminator.
Un gremio que se desangra
Y los gobiernos deben incentivar también ese periodismo escrito de las revistas en papel. El Ministerio de Cultura podría subvencionar a este gremio para paliar la subida de precio de las imprentas y la pérdida de lectores (quizá no les interese, porque las revistas especializadas no suelen estar ideologizadas, salvo las de temática política, claro). Y para que a esos periodistas (muchos de ellos freelance) les suban los sueldos. Estamos hablando de un patrimonio muy valioso de nuestro país que se está yendo por el retrete y a nadie parece importarle.
Yo siempre albergué la esperanza de que las revistas especializadas sobreviviesen a esta era, pero ya soy pesimista. Miro alguna estantería de mi casa, donde conservo viejos ejemplares del Gigantes del Basket donde salían Fernando Martín, Sibilio, Villacampa y compañía, y alguna revista de cine que tuvo que cerrar por la pandemia, como Imágenes de Actualidad. Ya sé positivamente que nunca las tiraré porque, dentro de una década más o menos, serán piezas de museo. Pero que a todos los que nos tirábamos en el sillón o en la cama a leer con fruición las críticas de Daniel Monzón en Fotogramas o los reportajes de Quique Peinado en Gigantes nos quiten lo bailao.
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