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La policía antidisturbios francesa hace retroceder a los manifestantes en Nantes en el segundo día de protestas por la reforma de pensiones. / AFP

Opinión, Política, Sociedad, Solidaridad

Afrancesados nos quiere Dios

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Los franceses que tanto les gusta tocarnos las narices a los españoles, han vuelto a darnos una lección de lo que es defender sus derechos como ciudadanos

En eso los españolitos somos un pueblo que va muy por detrás de esos maravillosos gabachos revolucionarios. La revolución no es decir cuatro gansadas en las redes sociales para creerte que estás luchando contra el poder opresor que le quita dignidad a la vida de las personas. La mayoría de los podemitas y voxeros son de esta calaña: berrean y embisten con el teclado, pero las manos y la cabeza las tienen a estrenar.

Qué decir de los partidos más sistémicos, como el PP y el PSOE, cuyo electorado duerme el sueño de los justos para seguir ciegamente lo que les dicen sus héroes políticos. Aquí el personal lleva tambores y trompetas a las manifestaciones, no quieren ni siquiera disimular que, para ellos, esos actos no son más que una charanga festiva. No se puede bailar sobre los derechos adquiridos de las personas. Si quejarte se confunde con una fiesta, el poder te dará razones para seguir bailando toda la vida. Y no digo que esté bien quemar las calles, destrozar el mobiliario urbano y crear un ambiente de violencia, pero, si quieres demostrar que algo no te gusta, lanzar besos y flores no va a ser la solución.

Las manifestaciones han demostrado ser actos que, en nuestras actuales democracias occidentales, no sirven para nada. Un grupo de personas se manifiesta un solo día durante un par de horas y después se va a su casa a poner la televisión o internet. Las sociedades siempre se han enganchado a lo que les hace olvidar la realidad y las pantallas, con sus luces sicotrópicas, son perfectas para ello.

Quejarse un día solamente

Quejarse un día solamente, hacerlo más tiempo se convertiría en un trabajo y en las manifestaciones a la gente no se le paga por asistir. Uno sólo coge rutinas diarias a cambio de seguir explotado en un trabajo que no le gusta por un mísero sueldo. Y uno va precisamente a las manifestaciones para que esas condiciones mejoren, pero, si te quejas demasiado, te puedes quedar sin ese caramelo envenenado al que se llama empleo. Pero eso a los franceses siempre les ha dado igual. A ellos un gobierno mindundi no les va a vacilar con una subida en la edad de jubilación justificada en que lo tienen que pagar los de siempre.

La economía va mal, no hay dinero para las pensiones, pero los políticos se suben los sueldos cada cierto tiempo y sus privilegios también aumentan. Los bancos necesitan ayuda, pero cada año se enorgullecen de que sus resultados son mejores que el anterior y, por tanto, sus beneficios, mientras los precios de todo también suben. Sólo molesta en nuestras sociedades los salarios mínimos que deben cobrar los trabajadores y las pensiones de nuestros mayores, que son los que han demostrado una coherencia y dignidad en sus vidas que el resto todavía tenemos por mostrar.

Los franceses salen a la calle y lo hacen durante días, meses, no se les olvida, como a nosotros, los problemas que tienen. Es la realidad la que hace que no puedan olvidarlos. Los españoles cada mañana al despertar reseteamos nuestra realidad, partimos de cero, de una especie de encefalograma plano, donde a cada minuto vamos recordando de manera interesada y tendenciosa las prioridades para el día que comienza.

Somos una sociedad asustada, estamos acojonados y puede que el miedo a perder lo que tenemos, las cosas materiales y derechos conseguidos con mucho esfuerzo, si nos quejamos como dios manda, entonces el poder pueda enfadarse y que las cosas se pongan todavía mas feas.

El poder en España está acostumbrado a que el pueblo sea dócil y acepte todo lo que le digan. Te sube los impuestos, como este detestable gobierno de España; te baja la calidad de los servicios públicos, como en la Comunidad de Madrid de la terrible Ayuso; y te dice cuando salir o no de casa como en la pandemia, que vale que había que evitar los contagios y, por tanto, no dejar que las personas se juntasen en lugares públicos, pero lo del toque de queda y prohibir salir a la calle entre las 0:00 y las 6:00 de la mañana, si no había una razón justificada, me pareció la demostración más palpable de hacer un uso de poder autoritario y fascista llevado a su máxima expresión. Como si el maldito bicho, a esas horas nocturnas, sus poderes adquirieran propiedades especiales. No dejar salir a la gente a la calle cuando más vacías iban a estar me pareció algo cruel con quienes mentalmente no podían más con el confinamiento y la casa literalmente se les caía encima. Supongo que, en ese tiempo, los únicos héroes de verdad que yo conozco, y que no son otros que los mendigos y vagabundos fueron multados duramente por no volatilizarse y desaparecer durante todas esas noches.

Dicen que la democracia es el gobierno del pueblo y cuando el pueblo habla no se le hace caso. Los ciudadanos son olvidados una vez han sido utilizados al ejercer el voto. No se les vuelve a preguntar nada hasta que sean necesarios otra vez dentro de cuatro años. Durante ese tiempo hay que callar y obedecer. Si algo no te gusta, puedes poner una queja, que seguramente no llegará a su destino y que, si lo hace, se descojonarán de ella mientras la queman con el puro que se están fumando a tu costa.

Contra ellos sólo funciona el ruido y el miedo a perder su poltrona de poder. La sumisión de la que hablaba Houellebecq en una de sus novelas, aunque en este caso era por otros motivos, pero qué casualidad que sea un autor francés precisamente. El poder solo entiende el enfado activo. Al pueblo no le han dado otra opción para hacerse escuchar. Siempre habrá unos grupos que intentarán aprovechar el caos para sacar esa violencia que llevan dentro sin necesidad de ninguna excusa, pero la gran mayoría, si se queja de esa manera revolucionaria, es porque no le han dado otra alternativa.

Ojalá la violencia no fuera necesaria por parte del pueblo para hacerse escuchar, como si la utiliza el poder para que nadie intente salirse del rebaño pactado. Tienen las leyes de su lado, pues las ponen ellos y también los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que, entre obedecer al pueblo o al poder político, siempre han tenido claro qué bando elegir, aunque no les quede otra según marca la ley, pero hay veces que podría ponerse de parte de los débiles, que son los que mayoritariamente suelen tener razón.

Los franceses nos tiraron las fresas, pero somos nosotros los que tiramos nuestras dignidades hace tiempo. Y esas no hay quién se las coma, pues están bastante más podridas que esas cajas esparcidas con ese fruto rojo por el largo y ancho de esas carreteras. Son dignidades y rojos de sabores distintos. La de los españoles sabe a zumo de fresa, siempre demasiado dulce. La de los franceses a sangre derramada, un sabor metálico, pero de una humanidad de carne y hueso.

Mientras tanto, sigamos robotizados, programados para que el alma sea algo que dudemos que alguna vez tuvimos. La Guerra de la Independencia la perdimos, como lo demuestran los patriotas orgullosos de cómo se dieron esos acontecimientos. Yo cada vez estoy más convencido de que Nadal e Induráin son productos de nuestra imaginación. ¿Españoles diciéndole a los franceses cómo hacer las cosas en su territorio? Y, por último y como consecuencia de todo esto -y puede que lo más grave-, la tortilla francesa ha demostrado que le echa más huevos que nosotros a la española.


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2 comentarios

  1. José Manuel Dorrego Sáenz

    Hubo un tiempo en el que le metíamos caña a los gabachos, incluso incluso montábamos motines de Esquilache por un un trozo de tela, pero nos hemos quedado en revolucionarios de Ikea, una penita…

  2. Francisco J. Castillo

    Mejor una protesta a la española, el 28 M las urnas vacías, no hay violencia, no hay destrozos y los políticos se van a acojonar más que por unas protestas violentas que de cara a la galería pueden quedar como «los malos del cuento».

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