Pasear por los pasillos de palacio, flores negras en mi camino. Llora la Victoria de Samotracia y eso que carece de cabeza. Gotea pus del techo de la Capilla Sixtina y llena los tropecientos cogotes que, mochila en ristre, queman el móvil a foto viva
Gente petrificada hace cola a las puertas de Damasco. Lo analógico se vuelve digital en un clic. El Hermitage arde a lo lejos, como las viejas letras de Hollywood.
Mercaderes de pacotilla tratan de vender a su madre por cinco sextercios mientras los aviones, con la zanahoria low cost, caen en picado hacia una ciudad ya vista. Los monumentos sufren la superficialidad de sus visitantes. Las gárgolas se rompen en pedazos de pura ira.
El castillo de Cardiff cambia de color al rojo intenso y causa sopor a la influencer que sólo piensa en quemar la tarjeta. Buckingham es el McDonald’s de los palacios.
El puente de San Francisco sin niebla es sólo un póster, una muesca más en la pistola de matar encantos. Alcatraz es sólo un recuerdo romántico, una piedra para la que las nuevas generaciones sólo tienen un gesto de indiferencia.
El Taj Majal es el fondo de mi nueva dentadura y los hindúes, perfectos extras de mis vacaciones perfectas y, sobre todo, de los directos de mis redes sociales.
La Estatua de la Libertad es una jaula de almas humanas que se hacinan cual hormigas en su hormiguero. La Muralla China es penetrada por millones de personas sin mascarilla (allí sí hay que ponérsela). El silencio sólo es un recuerdo. Ya no hay silencio total ni en el Himalaya.
Americanos con pasta que conocen mejor los Reales Alcázares que uno de Casariche. Chinos con pasta y pésima educación que okupan la calle sólo para hacer la instantánea ideal de la Giralda… Nos hemos vuelto tarumbas.
¿Casablanca es una ciudad, una película o un bar? Da igual, no es obligatorio tener conocimiento para viajar, sólo tener dinero y un móvil. Lo interesante es que los demás se mueran de envidia.
Filtros para que el atardecer en la ría de Huelva sea más bonito. Filtros para que Triana parezca más modernita. Filtros para que Hondarribia sea Ribadavia. Filtros para tunear la estatua de Pessoa en Lisboa. Filtros para que Clint Eastwood aparezca a tu lado en el poblado del Oeste de Tabernas… ¿Cuándo van a inventar un filtro para la estupidez?
La turistificación masiva provoca turismofobia, sobre todo cuando no hay nadie al volante del sentido común entre los mandamases. Es como andar entre zombis con cámara. Trato de apartarlos a duras penas para llegar al trabajo, pero me envuelve una espesura que son prensas de cemento armado estrujando mi cerebro.
El sabor del dólar es demasiado atractivo para todos, pero los cuadros gritan. Y las estatuas ponen la cara del Laocoonte porque detectan grandes dosis de ignorancia y mala educación. Cómo y cuánto hemos cambiado. Cómo y cuánto nos gusta esquilmarlo todo, explotarlo todo hasta la última gota.
Gran artículo Paco.
Misma sensación que tú. La pena es que es real, no sólo que tú o yo así lo percibimos.
¿Cómo revertirlo? Demasiadas mañanas sintiéndome David…y Goliat es casi inmortal