El nihilismo que impregna la sociedad española ha hecho que las personas no tengan una noción de qué son y qué poder tienen políticamente hablando. Con una sociedad carente de valores, de sentido y cuya consecuencia se ve reflejada en la corrupción sistémica del régimen actual, necesitan conocer lo que como sociedad atañe a todo ciudadano
El tercer estado en Francia
Los regímenes feudales en la Edad Media y Moderna han estado divididos en los que se llamaban estamentos o estados. Estos estamentos eran divisiones sociales de dirección vertical en los que se dividía el antiguo régimen. De aquí podemos ver el rey, el clero, la nobleza y el tercer estado, estando organizados de mayor a menor, siendo el rey el mayor órgano de la cúspide estamental y el tercer estado, el último. Estos tres primeros estamentos gozaban de privilegios frente al tercer estado, y este tercer estado era conocido como el pueblo. Dentro de estos estamentos se puede incluso jerarquizar más, pues dentro del tercer estado no era lo mismo un campesino que un siervo o que un artesano porque, aunque ninguno de ellos gozase de privilegios, su posición económica o social le hacía la vida más o menos fácil.
Los estamentos encargados de decidir la vida futura del pueblo francés en un Parlamento eran el clero y la nobleza que, junto al rey, guiaban la vida de unos 25 millones de personas. ¿Cómo era posible que una minoría de privilegiados, cuyas preocupaciones estaban aisladas del pueblo, dirigiese la vida de 25 millones de habitantes? Estos diputados eran llamados representantes, pero dicho término se les quedaba grande, pues la representación en un diputado se imposibilitaba al tener el privilegio de poder mirar por sus propios intereses más que por los de la comuna que debiera representar. Por ello, los diputados no eran verdaderos representantes y así es como una aristocracia asentada en una monarquía absoluta convierte al pueblo entero en un mero juguete.
Pese a esto, lo cierto es que había mucha gente que apoyaba a las mismas personas que estaban oprimiéndoles. ¿Cómo podía ser eso posible? La respuesta es sencilla: simplemente no estaban acostumbrados a la libertad pues, habiendo estado el pueblo en una caverna durante mucho tiempo, se habían frecuentado a la obediencia. Por suerte, esto estaba cambiando a finales del siglo XVIII, pues tenemos de ejemplo la Guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas, que fue la que motivó la Revolución Francesa, siendo Thomas Paine uno de los influyentes de la revolución, cuya importancia era tal como para ser nombrado redactor de la Constitución francesa revolucionaria.
Para Paine, junto a muchos otros ilustrados, un sistema basado en privilegios era un sistema meramente animal e inadecuado para una política racional. Estuvo defendiendo la elección del gobierno en contra del sistema hereditario, abogaba por una igualdad de derechos y denunciaba la usurpación de aquellos poderes, como el del rey de Francia, que no habían sido designados por el pueblo. Esta fue la línea liberal que fue tomando la Revolución Francesa y este fue el gran declive que envolvió al tercer estado, una clase social sin privilegios frente a una nobleza capaz de hacer leyes a su antojo, viviendo de los impuestos que el tercer estado pagaba, mientras los demás estamentos no lo hacían, y sin poder controlar dicho despotismo.
¿Qué es el tercer estado?
El tercer estado es la nación, entendiendo este concepto como ciudadanos. Los estamentos que caracterizaban al antiguo régimen se absorben todos en uno. Así ya no existe el clero, la nobleza o el pueblo llano, sino que ahora existe el término ciudadano, dotado de derechos. Si bien la condición de ciudadano viene antecedida de la Polis griega, es con la Revolución Francesa donde aparece la nación política que dota a esos derechos de una característica universalista, muy influenciados por el contractualismo de la época.
Es discutible la aplicación de este principio y es dudosa su práctica material, pero no es objeto de análisis ahora. En resumen, Todo aquel que tenga privilegios –entendiendo estos privilegios como la nobleza o clero del antiguo régimen– no será considerado parte de la nación, es decir, no podrá ser un ciudadano, pues no se regiría por las leyes comunes, sino que se regiría por una ley diferente debido su clase social. Por tanto, el tercer estado es lo opuesto a los privilegios políticos y va en busca de la igualdad en condiciones de la que hablaba Tocqueville: la igualdad jurídica.
¿No resulta curioso que, siendo la nación la que tenga el poder real de hacer leyes, darse una constitución y formar un Estado, haya sido a la vez oprimida durante siglos por personas privilegiadas? Resulta más curioso, cuanto menos, que haya sido también la nación la que haya derrocado a los gobiernos, por muy grandes y poderosos que estos hayan sido, mediante revoluciones. Tanta fue la existencia que tenían los franceses revolucionarios de su propio colectivo al que catalogaron como nación que, en lugar de gritar, durante las batallas, «viva el rey», gritaban «viva la nación».
Añado que, lo que en un principio fue fruto de una patriotismo, se tornó más tarde se un sentimiento nacionalista. Fue en ese momento cuando el antiguo régimen dejó de tener sentido, pues ya los súbditos no dejarían su devenir en manos de unos privilegiados sin más; aunque, ni decir tiene que el poder siempre se ha ocultado de mil formas distintas para poder seguir controlando al tercer estado, sobre todo en oligarquías con derechos individuales que hacen creer al ciudadano que vive en libertad, cuando la realidad es que no controlan el poder político que les da esos derechos. Pero es obligación de cada nación librar sus propias batallas y buscar su propia libertad, la libertad política para controlar ese poder.
¿Qué pide el tercer estado?
El tercer estado no es, en su conjunto, personas estudiosas, científicos importantes ni grandes pensadores con una retórica brillante. Son simplemente ciudadanos. Quizá porque muchos, los campesinos en este caso, no tenían la oportunidad de haber podido asistir a la universidad o quizá porque el negocio familiar le condiciona a no poder estudiar, eso es lo de menos. La cuestión aquí es que los ciudadanos son personas y, como toda persona, tienen peticiones que deben ser, en la medida de lo posible, escuchadas y debatidas, independientemente de su nivel social o sus conocimientos. Nos referimos aquí a la representación política. De bien es sabido que los representantes del tercer estado, durante el antiguo régimen, no representaban más que a sus intereses, pero no a los intereses de la nación. Por ello, el pueblo pide y reclama verdaderos representantes que sean capaces de servir e interpretar las necesidades, y defender los intereses del distrito al que le sean encomendados, pues dejando que los representantes nacionales, regionales, provinciales y municipales no sean elegidos por el pueblo, sólo hacemos que perpetúen su privilegio.
Entonces, ¿qué es un representante político? Una persona que representa los intereses de un distrito, uno de los requisitos indispensables de la llamada democracia representativa. Estos representantes tienen que ser elegidos por los ciudadanos y, a su vez, estos representantes también tienen que ser ciudadanos. ¿Podría un campesino sin estudios ser representante de un distrito de 50.000 habitantes? Por supuesto. Es fácil entender que, para ser representante o diputado, no hace falta pertenecer a la nobleza, tener mucho dinero o muchos estudios, sino saber defender los intereses generales de un conjunto de personas. La representación tiene su fin en el momento en el que un distrito no elige directamente a su representante o este representante tiene el privilegio de no ejercer cuentas a su distrito.
¿Qué fuerza tiene el tercer estado?
Cualquiera podría pensar que el tercer estado, siendo únicamente ciudadanos, no tienen fuerza frente a un Estado, pero esto no sería verdadero pensarlo, pues toda formación no organizada es siempre más fuerte que una organizada, siendo el Estado una estructura organizada y la nación una estructura no organizada. El Estado no es más que una organización artificial creada para monopolizar la administración del orden social, y así ha necesitado de legitimidad para poder actuar en pro o en contra del pueblo. Esta legitimidad se podía encontrar de varias formas, pero era siempre el pueblo quien tenía la última palabra, pues si bien un soberano podía tener fuerza frente a estos, ese pacto donde el mismo pueblo restaba cierta libertad a cambio de seguridad podía ser roto por el derecho de resistencia, un derecho moral que todo pueblo tenía para estar en contra de un gobernante que no era justo con ellos, tal como hicieron los revolucionarios con Luis XVI en la Revolución Francesa, por poner de ejemplo el marco histórico que estoy siguiendo, pero la historia está plagada de cientos de ellos.
Lo que quiero decir aquí es que es el pueblo quien legitima tanto al gobierno como al Estado mismo. Esta fuerza del tercer estado encuentra su sentido en la unión, en la asociación, y va acorde a la ley de finalidad, cuya custodia está, en un principio, a cargo de la naturaleza. Esta ley nos dice que toda acción tiene una finalidad y que el primer género de finalidades la encontramos en la naturaleza misma; el beber agua tiene como finalidad calmar la sed. Siendo la libertad una condición de la naturaleza, es el motivo para que las voluntades tengan como fin calmar su estado de opresión, pues si lo político existe para preservar un orden social y este hace justo lo contrario, es derecho de las partes en las que recae dicha opresión el conquistar la libertad que se les ha quitado.
Esto que escribo no es nuevo, de hecho, Juan de Mariana habla muy bien de ello, pues todo pueblo está en contra de la tiranía, ya que altera el ethos. Bajo estas premisas, en la Revolución Francesa fue la nación quien se opuso a una monarquía estatal que oprimía a todo el tercer estado, ya que este último tuvo que soportar subidas de impuestos muy altas mientras sus gobernantes, los cuales estaban en una posición de privilegio, se despreocupaban del pueblo. Mostraron el derecho a resistencia a través de la asociación de las personas que en revueltas se juntaban. Es conocido el caso de las mujeres revolucionarias que fueron a Versalles, todas juntas, a reclamarle al rey las indignaciones que tenían.
Muchas felicidades,como siempre un anàlisis de la historia claro y unos planteamientos muy reales e inteligentes…pero nos dejamos engañar por los mismos indeseables,corruptos y manipuladores,que quieren el bien de ellos y no el del pueblo…A lo largo de la historia siempre ha ocurrido y aún en nuestros días sigue ocurriendo…Saludos cordiales