En mayor o menor medida, todos somos Sísifo en la sociedad actual. El hombre recto, el que se viste por los pies, el íntegro, el que todavía tiene principios en tiempos de laxitud, ignominia y destrucción del ser social, tiene que soportar a los zánganos y a los mezquinos, a los corruptos y a los desalmados, como si fueran la pesada roca del mítico mito griego
Para los que no estudiaron Griego en el instituto o no han podido leer nada de Homero, trataré de resumir la historia en un solo párrafo (y, si quieren ampliar, ahí está internet): Zeus y Hades, que para nada estaban contentos con las tretas de Sísifo después de tratar de escapar del inframundo en el que purgaba sus pecados, deciden imponerle un castigo ejemplar: subir una pesada piedra por la ladera de una montaña empinada. Y cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería hacia el valle, para que él nuevamente volviera a subirla. Esto tendría que repetirse sucesivamente por toda la eternidad.
El gran literato y filósofo Albert Camus acudió también a este inolvidable cuento universal para escribir, en 1942, El mito de Sísifo. El título del ensayo proviene de este atribulado personaje de la mitología griega. En él, Camus discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentando el mito de Sísifo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre. Así nos sentimos todos los que tratamos de cumplir las normas en tiempos de pandemia y cargamos con el peso de los irresponsables, ya sean ciudadanos o dirigentes políticos, que son la roca al fumar sin guardar la distancia, que son ese pedrusco de falta de compromiso con el prójimo, que son esos pseudoexpertos diciendo que esto será «como una gripe» y que «no se podía saber», que son esos botarates que siguen organizando fiestas multitudinarias en pisos o chalés y que la sociedad demanda que todo el peso de la ley caiga sobre ellos. Todo ese peso lo llevamos sobre nuestros cansados hombros.
Es muy emocionante el anuncio de Campofrío de Quique San Francisco haciendo de la Muerte guadaña en mano, pero el mensaje de María Galiana, una anciana de 85 años diciendo «he vivido siempre como he querido, no te tengo miedo» es confuso. Sobre todo porque se lo dice a la Parca, es decir, al coronavirus. ¿No habría sido mejor ofrecer a la sociedad un mensaje de prudencia ante el abismo de la Navidad? María, siempre has vivido como has querido, pero ahora no es siempre. Ahora es tener dos dedos de frente. Ahora son los últimos 100 metros de un maratoniano, los más difíciles, pero hay que recorrerlos aunque sea tambaleándose, contra todo riesgo y apartando esas rocas andantes que son los adultos imbéciles sin mascarilla en lugares cerrados; los adolescentes agrupados en manada; los que siguen practicando deporte de contacto sin PCR; los tenderos que permiten que alguien compre sin tapabocas; los políticos que fomentan la confrontación y el miedo sin hablar claro a la población, menospreciando su inteligencia (ojalá tuviéramos una Merkel en Moncloa); en definitiva, los gerentes empresariales, agrícolas, sociales y culturales que solo miran por su gremio, es decir, su ombligo, en lugar de echar un vistazo al cordón umbilical que nos une a todos y al que tenemos que agarrarnos para subir esta empinada montaña con la salvación de las personas mayores como misión fundamental. Salvar al anciano Ryan sería el título de la película.
Pero los inconscientes, negacionistas y malos políticos, cogidos en innumerables embustes en los últimos meses, son también Zeus y Hades, ya que imponen el castigo del contagio a los que les rodean con su ineptitud o su carácter desalmado. Como ven, miles de años después, el mito de Sísifo sigue teniendo una aplicación brutal a la sociedad moderna de la inteligencia artificial. La esencia del ser humano no se encuentra en el número de likes que recibas, sino en saber soportar el peso del pedrusco sin dejar de avanzar. Y tener la ilusión, la esperanza y la fuerza de voluntad de creer que esta vez la piedra no caerá al valle, que todos los sísifos del mundo podemos evolucionar a un estadio mejor, situado en la cima, para quedarnos allí para siempre, aunque tengamos que cargar con toda la maldad, propia y ajena.
Los valientes son los que vencen su propio miedo
Los valientes no son superhéroes, solo personas que dan un paso adelante sin mirar las consecuencias personales y que saben gestionar su miedo. Si vencen a algo es al propio miedo, eso que Salvador Illa, Jesús Aguirre o Fernando Simón no han podido conseguir (ellos lo que quieren salvar es su culo). Porque hay que ser muy valiente para cargar con un pedrusco (pongan aquí, aparte del coronavirus, la cruz con la que tienen que cargar a diario en forma de enfermedad, paro, dolor, soledad, falta de cariño, absurda burocracia, dictadura de las compañías telefónicas, estafadores cibernéticos, barreras arquitectónicas, amigos y familiares traicioneros…) y subir una cuesta sabiendo que la derrota nos aprieta como si Kawhi Leonard -el jugador de la NBA con las manos más grandes- nos estuviera cogiendo por el cuello.
Así hay millones de familias en España que, antes de la pandemia-epidemia-infodemia, ya sentían dolor vital al levantarse cada mañana y saber que la cartilla estaba tiritando o que la enfermedad rara de su hijo no tenía cura. ¿Cómo estarán ahora? Hasta el mismísimo Zeus bajaría la cabeza al ver a esos miles de sísifos haciendo cola para comer caliente en los comedores de Cáritas. Hasta Hades convertiría su pálida piel en rojiza, de vergüenza, al asomarse a cualquier residencia de ancianos y ver cómo dejan morir a algunos infectados encerrados en sus habitaciones, como perros, como zombis en un mundo en el que Rick Grimes y Michonne (protagonistas del cómic y de la serie de TV Los muertos vivientes) acabarían de rodillas, desmoralizados y hundidos, como Charlton Heston al final de El planeta de simios: «¡Maniáticos, la habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡¡Os maldigo!!».
Y dentro de todos los sísifos, los más sísifos son nuestros profesionales sanitarios, ya que ellos llevan la parte de la roca más pesada. Para finalizar, les dejo una frase de Píndaro con la que Camus abre su ensayo antes mencionado:
No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.
D.Francisco Núñez extraordinario,magnífico artículo…mi más sincera felicitación…ojalá los lean muchos cientos de personas y valoren que la verdad y la libertad son los dones màs sagrados que tenemos,si queremos avanzar.Saludos cordiales.
Que bonito y que gran verdad. Pero no tenemos remedio, vamos hacia nuestra propia destrucción, es ley de vida. Gracias.
Magnífico artículo! Un respaldo a los prudentes y un toque a los insensatos. Muchas gracias
Muchas felicidades por el artículo, Paco