¿Cómo serán las ciudades de un futuro cercano, activo, deslumbrante, viviente, moderno, empírico? A lo mejor todavía nadie se lo ha preguntado
Creemos que sí, sin embargo, que alguien, muchos, la mayoría ya se ha preguntado dónde viviremos de aquí a unos años, en qué lugar se habilitará nuestra existencia y dónde se producirá nuestro hábitat conjunto. Lo que está claro es que, si seguimos así, poco aire nos quedará por respirar, puesto que las ciudades en las que hoy vivimos están altamente poseídas por las consecuencias que el sistema monetario implica. Ocurre -lo juro por mi mismita novia gitana- que la fuerza del capital desordena todo humanismo y toda corriente de bienestar entre una sociedad de consumo que padece el impulso maquiavélico de la lucha de clases, donde unas sufren y otras ganan.
Las ciudades actuales se focalizan en varios puntos o secuencias: unos en los que habitan los parias y otros a los que les sucede todo el enriquecimiento posibilitado por la economía libre de mercado. De este modo, comprendemos que hay dos ciudades, como apuntaba San Agustín, una para los patricios y otra para los plebeyos. La plebe vive con hambre, con miseria, con mala salud, con falta de educación profundamente calculada, mientras que los patricios se mueven por entre los salones del whisky y el pelo engominado, por las romerías del lujo, los yates, las inmensas casas, los enormes automóviles, todos de pulcra marca, las amantes, la cocaína, el diseño de sus cuentas bancarias y un ágora en donde se habla de finanzas en vez de filosofía.
Las ciudades de la plebe
Las ciudades de la plebe, sin embargo, son barrios que caen en el olvido. En ellos, noche a noche, acuden las ambulancias para llevarse al muerto que ya ha dejado de sufrir. Barrios en donde la tristeza y la ausencia de confort apresuran una vida que cada vez se hace más difícil, por lo que vivir se propone como una larga enfermedad muy difícil de salir de ella, pues el sufrimiento es constante. En este sentido, acudir a la ciudad de los patricios es como una inmersión en un mundo que no les corresponde.
«En fin, señora: ¿Qué tú eres la hermosa Dorotea, hija única del rico Clenardo?», escribió el que luchó en Lepanto.
Ansí y ansí, las ciudades actuales se despeñan como guetos -separatas entre dos tierras, la opulenta y la venida hacia abajo-. Las ciudades de hoy están diseñadas para ese espectáculo entre lo sublime y lo paria, lo opulento y la aspereza, la buena educación y la educación marginal, la excedencia de comida y la ausencia de alimento. Por eso, si observamos bien, hoy por hoy, las ciudades están almacenadas en compartimentos, en zonas, en concubinatos, en una basculación que se produce según el éxito monetario que uno adquiera, mientras que, si no hay éxito social, uno es relegado a la otra orilla, allá donde quedan los vertederos, los mares sucios, las zonas arrinconadas, el lugar donde vivir es resistir y toda posibilidad de superación es posible, pero siempre vigilada por los que ostentan el poder.
El poder -¡por la nueva Virgen del Santísimo Confinamiento!-, tal y como lo conocemos, arrincona y margina, y todo esto se transcribe a partir de la observación de las dos ciudades que actualmente se dispersan en un cuadrilátero de voluntades afines o de sucias pistas de baloncesto, de columpios… Ah, esas canchas en donde la juventud más rapera da saltos con sus monopatines.
La ciudad actual adolece de una repartición de las calles de igual a igual, ya que la igualdad no existe, sino la discriminación de aquellos que han sido santificados por el sistema monetario y los que no han podido acceder a él, cobijándose en el frío de la noche. Por mucho que se recubran con mantas para intentar disipar el caos, la podredumbre, el dolor que se halla entre basureros del tiempo, donde el día a día se corresponde con lo mísero y lo irracional, el dolor y la angustia del vivir.
Y esas colas del hambre que la actual presidenta de Madrid –una tal Isa para sus titiriteros– se atreve a definir como unas soledades subvencionadas, etcétera -qué les voy yo a ustedes a contar que no sepan-. Natividad -comandada en su primer plan por Miguel Ángel Rodríguez, su asesor sonoro, portavoz de la era de la aznaridad-, Rocío dentro de su propio monasterio y así los puntos suspensivos…
Pero, si intentamos generar una ciudad en donde la igualdad se prolongue desde una nueva ética con el sincero objetivo de que no siga funcionando esta lucha de clases, debemos decir que eso es posible. No sólo posible, en caso tal, gestionable.
Entonces persisto pues agonizo en este pisto de mi comentar, ¿las ciudades del futuro cómo deberían de ser? ¿acaso cuadrangulares, oblongas, triangulares, de qué forma geométrica? Según diferentes estudios, se propone la construcción de las nuevas ciudades en forma circular, desde donde se propondrían las diferentes funciones de esta ciudad como en anillos que partirían desde un centro donde se concentrarían por reforzar las necesidades fundamentales para la existencia de los hombres: escuelas, hospitales, salida de transportes, acumulación de energías limpias -solar, sobre todo-, centros de almacenamiento de productos, alimentos, mercancías, en definitiva, estas necesidades del hombre en relación con su bienestar.
¿Qué entendemos por bienestar?: «¡Vive el Señor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos de este castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en él!», tintó aquél tras Lepanto.
No soy tan quijote como para imaginar que todos romperíamos lanzas por barbechar todo lo imprescindible con tal de focalizar la alegría de vivir. ¡Albricias! que aquesto es, que por ello o firmo mandamiento en prisión si así no ocurriera: la ciudad de nuestro dios como morsa del autoconocimiento, la cultura, que, pardiez, qué poco nos dura.
«Ama y haz lo que quieras»
San Agustín antes de ser santo escribió: «Ama y haz lo que quieras». Amemos, pues, este nuevo estado centrífugo de la nueva ciudad. ¿Quién me lo rebate? Aquí soy, con mi pichita en forma de berberecho, por Dios. La ciudad con sus distintos anillos en torno al círculo donde se propondrían las otras áreas de convivencia, como las casas para vivir, los grandes y perfumados jardines, zonas verdes, alimentación de energías, hogares no con demasiada altura, sino desde la construcción baja y desde un diseño ecológico donde las energías procuren una vivienda inteligente, apoyada por el alto contenido tecnológico.
Sí, ¿qué pasa? Soy el señor de los anillos. Pero más feo y cojitranco. Es que sucede que dichos anillos más extremos se abrirían hacia las afueras, adonde el nuevo hombre y la novísima mujer y el trans y los menores no acompañados -ay, cuántos chimpancés todavía no se han bajado del árbol- precisarían ese gustirrín por barbear una alta calidad de vida. No hablo de la isla de Utopía de Tomas Moro, sino de mi alegre distopía, esto es: la estancia en este mundo de forma más equitativa y más igualitaria a diferencia de cómo funcionan hoy las ciudades.
Alfonsina Storni echó estos versos: «En la margen del río estás… rozando las cabezuelas estelares mi pensamiento, baba de luna, de mí a ti. Teje su tela. Tela invisible que entolda mi ciudad y tu ciudad y da sombra a las cúpulas…».
Las nuevas ciudades se conectarían unas con otras a partir de veloces transportes, terrestres y subacuáticos, por lo que, dado su control de dirección y de viaje gracias a los métodos tecnológicos, se evitaría todo tipo de accidentes. ¿Y los automóviles? Aquí insto al lector a que vea esas peliculillas norteamericanas.
Las nuevas ciudades serían ante todo humanísticas, racionales, tecnológicas, provistas de energías renovables y seguras
Las nuevas ciudades serían ante todo humanísticas, racionales, tecnológicas, provistas de energías renovables, seguras, garantes no sólo de las necesidades de todos los seres humanos, que cederían -por consecuencia- el debido espacio a los animales y a la madre naturaleza, sino de su confort y de la sobreabundancia de todo lo que tuviera que ver con su alimentación, educación, ciencia, investigación, pensamiento, desarrollo humano, áreas de ocio, creatividad, aire puro, asistencia a la salud mediante la informatización de las distintas áreas de la ciencia, lugares para la vida donde la vida se convertiría en algo agradable, distinto, feliz, gozoso, mentalmente equilibrado.
Quién sabe si, como ya apuntó Foucault, viviríamos en un mundo sin cárceles ni hospitales psiquiátricos. Las prisiones son sólo la consecuencia entre una ética que diversifica la conducta humana a partir del bien y el mal, por lo tanto, es una cuestión de justicia. Lo justo y lo moral desaparecerían porque no tendrían razón de ser, puesto que, en un mundo equilibrado, el género violento no combaría ningún significado, dado que el estado de bienestar estaría tan establecido que no habría razón para robar, para matar, para violentar. Ésta es la propuesta. Supongamos que sea posible. Decimos que lo es. Y lo digo yo porque me sale de los timbales. Todavía mejor, porque me sale del bollo del cogollo de la cotorra. Y acabóse el Cuento del Tonel –leer a Swift– con unos versos que no me gustan -hay que ser sincero- del ciego Borges:
Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio.
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