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Díaz Ayuso, celebrando su victoria anoche junto a Pablo Casado.

Opinión, Política

Inmunidad tabernaria: el triunfo de Isabel Díaz Ayuso en olor de multitudes

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El padre Gabilondo vuelve al convento y allí pasará las prédicas de labio belfo y mucho aspaviento intramuros, bajo las mejores horas lentas: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas (nada como tener bien organizada la jornada)

Es lo que pasa cuando se saca a un septuagenario voluptuoso a un campeonato olímpico. Ahora los mandamases andan, sí, con la palabra comodín: “Necesitamos renovación, esto no puede ser un geriátrico”. Las navajas cachicuernas peinan a Iván Redondo, aprovechando la ola, a quien Sánchez encargó este plan y el fiasco no pudo ser mayor. Cinturones obreros de Madrid (Vallecas, San Blas, etc) todos contra el padre Gabilondo, torpón y atolondrado, primero “con Iglesias no” y ahora frente a la alta tapia escolástica. Seguid sacando abueletes a bailar agarrado, que esto sigue y no para. 24 escaños, superados en votos por Más Madrid, donde están los morados sin chalés y buena gente. Llora, llora lágrimas como melones el padre Gabilondo, ay, mientras Dios anda entre las perolas.

Bal, muy mal

Bal, otro casi del geriátrico, hunde y hace desaparecer a su partido, Ciudadanos. Eso de correr con cubalitros de cerveza es a lo que lleva, o lo uno o lo otro. Los cachis cerveceros acabaron en el desierto, el erial de la nada que rezuma pus y hace temblor de labios apretados, no belfos ni socialistorros, en Edmundo Fat-al. Pobre. Primero fue Rivera, Riverita, y ahora él, pero no se puede hacer campaña de atletismo con una jarra de Mahou en la mano. “O lo juno, o lo jotro”, decían por Arroyo del Fresno, barrio del lumbreras. 24 escaños a la basura. Dice que seguirá intentándolo, dentro de dos años, y es que la risa floja sube a los ojos, sale por las orejas, hay que tener muchos bemoles para seguir en la barra tras cerrar el bar.

El auditorio rechaza abuelos cebolletas, triunfaron los jóvenes y, dentro de dos años, lo mejor es hacer botellón en el Imserso, con maya y pantacas ciclistas muy pegados al culo, sí. No sé cómo será eso de convertirse en el sepulturero, en el enterrador de unas siglas, en todo el abismo por culpa de su derechización deliberada, y eso que había vuelto Toni Roldán y otros iconos. Bal, fatal. Bal, muy mal. Bal, cambia de grifo.

Más Madrid crece como esa espuma que tan poco duró en el vaso de Bal. Los listos de Podemos no quieren marqueses de Galapagar y sí buena gente a pie de calle, en barrio obrero. MM sube cuatro: 24. Lo gordo, gordísimo, es el sorpasso en toda regla al padre Gabilondo. Mónica García y Errejón cantaron por lo menudo, casi sin atril ni escenario, porque no había perras, pero el concierto fue un éxito. MM es una fórmula joven, honesta, algo así como una alegría nueva de boca en boca, ese brillo en los ojos que ni se tatúa ni se borra ni se trasplanta, como decía Lola Flores. Es una izquierda pequeña que se ha zampado de un bocao a la grande –sorpasso– y donde están los votos de los podemitas inteligentes.

Pablo Iglesias lo deja, anda con Roures a ver si hay o no más de lo mismo, el marquesado de las televisiones con huerta buena, todo en plena mudanza, porque ahora será vecino de los Bardem, adiós Galapagar. Lo más seguro son urbanizaciones con seguridad incorporada, sí. Unidas Podemos (13 escaños desde 10) pero puro canto del cisne, esa alegría débil, entera y morcillona antes de palmarla. La horda de nuevas caras (sin coleta) será un desfile lento y negro de caballos. Lo peor será evitar la fuga a Más Madrid, nuevo cielo morado, sin mansión ni marquesado en Galapagar.

Isabel Díaz Ayuso: huracán absoluto, victoria enorme. Toda la izquierda le hizo la campaña: ni uno solo quitó su apellido de la boca durante los mítines. Un efecto idéntico al de Trump: la gran traca. Todo Madrid, con asistencias en las urnas hasta del 80%, la votó. No pasó por el ejército de unas siglas como Espe Aguirre (recluta, cadete, cabo, sargento, oficial, teniente, capitán, comandante, etcétera) sino que, seis meses atrás, emerge toda ella de una bronca hasta la actual corona de laureles. Comunismo o libertad, un lema que es casi mofa de izquierdas, la lleva al éxito. La libertad de las tabernas, eso es, que ella da la vuelta como un calcetín, y hace que los viejos comunistas se planteen qué hay con Chávez, Castro y Morales. Dice un viejo adagio: “En democracia, los votos se cuentan, no se interpretan”. La ganadora, sin un resquicio de duda, lumbre, luz o penumbra. Tezanos sigue con su propaganda, ese bochorno espantoso de llamar “tabernarios” a sus votantes, algo que incendió a las masas, hasta la actual victoria multitudinaria.

Se acaba el cuento, también la coleta. Madrid votó en masa y no lo hizo al padre Gabilondo (Ora pro nobis) ni a Bal (Dos cortos y una caña con calamares). Abascal (VOX) subió un escaño, peor todavía, lo que canta cómo los votos de Ayuso no vienen de ahí. La calle, enardecida, sale al frente de nuestros políticos. Menuda taberna, sí. Los oráculos andan hoy con la cabeza baja. Los profetas guardan ese silencio lleno de ruido de los mejores entierros y procesiones. Solo Ayuso conectó con un electorado, y a lo burro, de forma masiva. «No hay mayor obra de arte que gozar de multitud«, quiso Baudelaire.   


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