Escribir es poner los latidos sobre la página para evitar la taquicardia. Una vomitona que intoxica hacia fuera. Una falsa calma. El amor de los demás que nunca llega. Este otoño de 2022 destaca por su grisura brillante, metalizada, como un Mercedes de condición y conducción líquida. Como no me gustan los paraguas, me pongo a darle a la tecla
No hay lluvia como la interior. La que provoca una inundación ante lo que el ojo ve. Y no estoy hablando de llorar. Yo soy más de sufrimiento seco. Exteriorizar es muchas veces quedarse en casa con tu dolor. La alegría debe ser callejera y jugarse la vida en cada una de sus esquinas y de sus plazas.
No hay nada que perder cuando pisamos las aceras y los ladrones lo único que pueden robarnos es la ilusión que ponemos en salir de casa para encontrar una oscuridad nueva, distinta, aunque sean las once de la mañana. En los bolsillos sólo llevamos las piedras que pudimos quitarle a Virginia Woolf. Ella fue siempre una acaparadora, sobre todo de la buena escritura. Hizo de la natación un arte funerario. Escribir Las olas para bebérselas todas en un acto de ansiedad literaria y vital sin precedentes.
No hay dinero en nuestros bolsillos. Los supermercados son los nuevos bancos. Unos te lo guardan a cambio de ir quitándotelo poco a poco, como lo hace la vida con tu tiempo desde el momento en que naces. Y los otros te lo cambian por productos alimenticios que dejen constancia de que cada día tienes más hambre. Hoy comprar comida te deja más cerca que nunca de la inanición. La inflación es una bonita metáfora para referirse al balón gástrico que a todos nos han obligado a llevar en nuestras almas. El cuerpo va por libre, triste y débil. Nuestra alma se hincha como un globo y se sacia con un alfiler de forma ilusoria.
Pan, aceite y tomates a precio de oro
Ningún gobierno ni ningún consejo de administración de estas empresas hace nada para cambiarlo. Hay una guerra en Ucrania dicen, pero para cambiar los móviles al último Iphone a todos los diputados, sí que hay dinero. Las ganancias del sector de los supermercados respecto del año anterior han subido de manera cuantiosa. Pueden buscar los datos. Los agricultores, ganaderos, reponedores y cajeros, esos hombres y mujeres, no han visto precisamente una subida en sus ganancias económicas, sino que se congelan en alguno de los casos y, en otros, sus márgenes caen de manera peligrosa, como es el caso de agricultores y ganaderos. Pero pueden seguir votando y haciendo como si no pasara nada, para que ellos tengan la justificación de pensar que es así. Aquí nunca pasa nada.
Podemos seguir comprando el pan, el aceite, los tomates, como si estuviéramos comprándonos un reloj Rolex. Y alimentarse no es un capricho. Poner la luz y la calefacción no es una pijada ni nada parecido a irse a esquiar a Baqueira, como los tontos más reales y auténticos hacen. La nieve es la que consume gran parte de la población para aguantar esta fría realidad.
Volver a casa para pasar tu propia hambre. Alimentarse del silencio dulce. Escuchar su parte salada y marítima. Un hogar sin goteras no hay quien se lo beba. La televisión no funciona por mucho que esté encendida. Ya lo decía el maestro de esta cosa indefinible llamada columna o artículo periodístico, José Luis Alvite: «La televisión es una de esas cosas que mejoran con los apagones». Y en mi casa es la oscuridad la que se enciende. La luna y el sol no son bien recibidas en ella. No sabrían por dónde entrar y yo no les dejaría salir. En los auténticos refugios, la poca luz que haya debe salir de uno mismo. La mía es un hilillo que se desenrolla cuando la oscuridad está más presente.
Pienso en escribir todo esto. Me apetece. Tengo ganas. Estoy hambriento de ello. Los dedos se sacian con imaginarlo. La imaginación se alimenta con muy poco. El corazón delator vive en la página en blanco y son estas paredes muertas las que buscan su sentido. Los dueños de los supermercados y nuestros gobernantes duermen el sueño de los injustos. Otros seguimos despiertos, con el hambre en los ojos. La belleza no engorda, pero tampoco llena. Siempre quiero más, pero no siempre queda cuando estás despistado haciendo otras cosas. La belleza es una búsqueda agradecida. Solo hay que estar atento a que la noche no se vuelve oscura.
Y despertar en este otoño raquítico donde la desnudez humana es más obvia que la de los árboles. Las hojas vuelven a tapar nuestras vergüenzas como lo hicieron con nuestros primeros padres, Adán y Eva. La manzana hoy sólo se la pueden comer los pecadores con mala conciencia y billetera celestial. Son las mismas serpientes que se benefician de predicar sus mensajes engañosos.
Son más de las diez y los supermercados vuelven a abrir sus puertas. Ninguna de ellas da al cielo ni te está esperando San Pedro. Los pedros de la Tierra tienen que picar piedra para entrar en ellos y poder comprar algo. La (pre)historia siempre se repite. No sé si hemos avanzado algo. Lo que sí que sé es que este otoño está durando demasiado para ser principios de octubre.
Una buena manera de expresar cómo nos afecta el otoño a todos, me gusta la comparación de los bancos y la vida.
Empieza a nacer el día
me gusta encontrar este escribir
que repara la herida
La desgarradura que nos bota a sus calles
como un naufrago detrás de las sombras sacado de un cuadro de Magritte
Con un miedo luminoso que me dejará
volver a casa oliendo a pájaro acariciado.
(Gracias nuevamente Manuel, me gusta tremendamente su «confesionalismo».)
Buen día.
Es un placer Julia que me leas con el depósito a plazo fijo de tu amabilidad lectora hacia mi texto. En tu banco, querida Julia, sí que merece invertir mi tiempo en seguir escribiendo.
Querida Lucía, me gusta confesarme en la «Iglesia» que es la página en blanco. Formar oraciones, mientras sé que tu espíritu fiel y poético están conmigo, echándome una mano.
(…). Novalís nos lo «confirma» en un fragmento:《La poesía es la religión original
de la humanidad》**