‘Equo ne credite, Teucri! Quidquid id est, timeo Danaos et dona ferentes’ (¡No confiéis en el caballo, troyanos! Sea lo que sea, temo a los griegos incluso si traen regalos).
Homero. La Iliada
El grito del Laocoonte ha resonado a lo largo de los años que agitan la historia. Los ojos del viejo Apolo se fueron cerrando al caer Troya. Nada es igual desde entonces, desde la muerte de Héctor y de Aquiles. Ningún héroe ha sobrevivido tantos siglos a la gloria. Y aunque hoy nos dignifiquen con nuevos nombres, ninguno tendrá la grandeza de aquellos. Todos los nuevos envejecen pronto y se convierten en polvo de olvido.
Susana Díaz ya está en los libros de historia, como sus predecesores desde Plácido Fernández Viagas. Pero, a diferencia de todos ellos, ella será recordada por ser la primera presidenta de la Junta de Andalucía que perdió el trono andaluz. Desde entonces es una perdedora. Con el precedente de perder unas primarias frente a Pedro Sánchez, que la descabalgó por votos y por democracia interna. Ella, que era del aparato desde que aprendió de Caballos a manejar la fontanería fina del partido en Sevilla primero y luego en Andalucía.
Ella que fue la señalada por Griñán como sucesora cuando a Rafael Velasco, el de Córdoba, se lo llevó por delante el escándalo de la formación. Un Griñán, que emulando al marqués de Lafayette cuando presentó al pueblo a Luis Felipe de Orleans, salió al balcón de San Telmo a gritarle a la turba allí reunida: “Esta es vuestra reina, vuestra Khaleesi del Sur”. Y los adeptos levantaron todos la voz como ilotas del partido que sirven bien su señor.
La táctica del Tancredo
Eran los años en que a Juan Espadas lo habían defenestrado como consejero de la Junta de Andalucía y lo habían lanzado a que se estrellara en el Ayuntamiento de Sevilla contra Juan Ignacio Zoido. Los 20 concejales del PP aplastaban cualquier resurrección del PSOE en Sevilla. Pero Zoido perdió él solo la alcaldía, enterró todas las ilusiones de cambio de sus votantes y engañó a la ciudadanía de Sevilla. Recuerdo que uno de sus concejales dijo que, de 10 cosas que decía, 11 eran mentira. Este es el mejor resumen de su gobierno.
Perdió Zoido, no ganó Espadas. El hombre que no hacía ruido. El menos mediático de todos los concejales de Sevilla. El perfil era tan bajo que parecía que no existía. Era como aquel equipo que dejaba todo el campo a su rival para que lo dominara y se desgastara. Ejercía a la perfección la táctica del Tancredo. Pasaba tan desapercibido que nadie lo situaba como opositor a la alcaldía de Sevilla. El trabajo de desgaste ya lo hacía solo el PP en el gobierno, se marcaba y se desmarcaba solo. Rodeado de su propia oposición interna capitaneada por Beltrán Pérez, que consiguió destruir la obra de su propio alcalde en beneficio propio. Hoy languidece como capitán de una oposición que es cada vez más ridícula e imprecisa. Tan solo una foto y un recuadro en los diarios locales. A eso han quedado reducidos.
Y en eso Espadas consiguió ser alcalde. Y siguió con la técnica del perfil bajo. Se convirtió entonces en el cuñado perfecto de todo sevillano, en el yerno que todo suegro deseaba tener, en el hermano que nunca tuvieron muchos ciudadanos. Consiguió estar en la foto de familia de muchas casas de Sevilla, presidir muchas de sus mesas y dar la bendición a la comida. Todo lo que tenía que hacer es que su gobernanza fluyera como un río de montaña tras un remanso. La corriente que siga lamiendo las orillas hasta llegar al mar de la Plaza Nueva. Nadie sabía su nombre, pero todos recordaban su cara.
Ahora que Susana está en el punto de mira del propio PSOE federal, surge su nombre entre las flores del partido. Un candidato sin candidatura, alguien que no dice nada, que no se posiciona, que no se lanza a la carrera. Es el tapado que nadie nombra, pero que todos conocen. No se olvide que el adelantado de Monteseirín, Gómez de Celis, como antiguo concejal, conoce los hilos que teje la araña en Sevilla. Ahora es el hombre del Sur en la ejecutiva nacional el que lo avala. Y Espadas, como buen vasallo, calla y obedece a lo que diga su señor. Llamadme Juanma tiene enfrente a quien ve en su espejo reflejado todas las mañanas. A su yo en las filas de la izquierda sevillana. Ya han visto el peligro de lo que representa. Por eso, como el Laocoonte, también teme a los griegos, aunque traigan regalos.
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