Parece que hace un poco menos de frío, y Almeida, el alcalde de Madrid, sigue diciendo tonterías. Las buenas noticias no pueden luchar contra la realidad
En la Facultad de Periodismo se dice aquello de que «la realidad no te estropee una noticia». Pues entonces que Almeida diga gansadas no debería ser algo a destacar. El alcalde hace y viste de Ganso, su marca de ropa favorita, la que utilizan los pijos que no es que se avergüencen de serlo, sino que lo llevan a gala. Almeida es la deshonra de los pijos y pijas, pues estos por lo menos suelen tener algo de gracia, y algunas hasta me provocan ternura y dureza a la vez.
La Costa Brava tiene una canción que se titula Adoro a las pijas de mi ciudad y yo no puedo ser tan tajante en su totalidad. Pero, por partes, me enloquecen. Sus cerebros juguetones que juegan a encontrarse; sus miradas, que brillan como los diamantes que coleccionan; sus dientes blanquísimos como las páginas de los libros que han leído; y esos cuerpos danzarines que flotan sobre la superficie de su propia superficialidad.
Los pijos y pijas de verdad no se meten con nadie. Bastante tienen con disfrutar de su felicidad. Amargarse es de pobres y provoca arrugas en el cuerpo y en el alma. La vida es algo que no tiene baches ni imperfecciones, donde los accidentes solo ocurren cuando se desmagnetizan las tarjetas de crédito. Pero son accidentes leves, lo que para nosotros es un hospital ellos lo llaman banco. Ellos curan sus males con sus bienes. Los demás solo estamos bien cuando no estamos muy mal. Pero esto no es un artículo contra los pijos, ni muchísimo menos. Es un artículo contra los pijos que quieren serlo y solo se quedan en unos vulgares imitadores. Unos actores de cuarta división que dejarían a Paz Vega o a Jorge Sanz como ganadores vitalicios de todos los premios actorales de los Goya.
Y aquí aparece mi querido Almeida. Pijo que no sabe que no lo es. Católico que sí que sabe que no es rey y que en Madrid la reina siempre será Isabel. Se dice que Madrid es un gran poblachón manchego, una parte más de Castilla, mientras el otro lo único que construye son castillos en el aire. A Almeida se le cae casi todo, pero no entiendo como no se le ha caído todavía la cara de vergüenza. Ojalá le quite el puesto la Villacís, que la tiene igual de dura, pero por lo menos más bonita. Estoy hablando de la cara, por supuesto. La estética es el cuidado paliativo del alma.
Y ustedes se preguntarán el porqué de estos elogios que le estoy haciendo al alcalde de Madrid. Pues se deben a su última ocurrencia, por cierto, poco imaginativa y bastante recurrente en los que piensan de la misma manera que este genio de la dialéctica. En un acto donde estaba el ínclito personaje, los medios de comunicación le preguntaron qué le parecía que a Almodóvar le dieran, en los Premios Feroz, uno de honor por toda su trayectoria. Él contestó de manera literal lo siguiente: «No discuto que Almodóvar es un gran cineasta, pero que espero que, en un ejercicio de coherencia, la próxima vez que tenga un problema de salud vaya a la sanidad pública y no a la sanidad privada, porque una cosa es predicar y otra es dar trigo. Y si uno hace una apuesta tan entusiasta como él hace por la sanidad pública, que me parece bien, la próxima vez que se trate en la sanidad pública y no en la privada».
El sindiós gobierna (o desgobierna) la ciudad de Madrid
No sé por dónde empezar para contestar a este señor. No es fácil estructurar una respuesta cuando el sindiós es lo que gobierna (o desgobierna, según se mire) la ciudad de Madrid y su argumentario con respecto a lo que le dice a Almodóvar.
En la presunta ciudad de la libertad, cosa que dicen los políticos del partido que aquí manda, pues uno vive en Madrid y está encantado de hacerlo, pues es una ciudad maravillosa, llega este caballero y le dice a otro a dónde debe ir a tratarse una enfermedad. A ellos, que no les gusta que el gobierno central les diga lo que tienen que hacer, y que quede claro que pienso que el gobierno de España es otra vergüenza difícil de igualar en su incompetencia. No les gustaba que Pedro Sánchez obligara a la gente a quedarse en casa en los momentos más duros de la pandemia. Ahí fue donde Madrid se convirtió en la ciudad de la libertad y ahora va su alcalde y le dice a un director de cine dónde debe tratarse las enfermedades para no pecar de incoherencia o contradicción.
No deja de ser curioso que un político tache de contradictorio o incoherente a quien sea. Ellos, que son los reyes de llevar a cabo tales conceptos cada vez que abren la boca o toman una decisión. La contradicción es algo humano, consustancial a nuestra esencia, algo que llevamos incorporado como la necesidad de respirar. Pero hay diferentes tipos de contradicciones. Las hay que explican de manera clara que no sabemos realmente lo que pensamos sobre un tema concreto. Un día pensamos una cosa y al siguiente lo contrario. No solo la energía se transforma, también lo hacen nuestras ideas y pensamientos. Evolucionan o involucionan, pero van cogiendo formas distintas, se van moldeando de una manera natural y espontánea que tiene que ver con la experiencia propia y de los demás sobre el tema en cuestión.
Pero la decisión final sobre el tema que sea no tendría un daño real sobre terceras personas. Lo que opina el pueblo de manera individual en su día a día sobre el tema que sea no repercute en la sociedad. Pero, cuando lo hace un político, sí que lo hace. Decir una cosa y hacer otra sí que es peligroso, pues esas decisiones sí que repercuten en la vida de todos nosotros. Sus contradicciones sí que nos afectan, pues las llevan a cabo para sus beneficios personales.
Que Almodóvar defienda la sanidad pública y luego se trate en la privada ni a mí ni a nadie nos repercute en nuestra vida diaria. Que parezca algo contradictorio su mensaje, cosa que para mí no lo es, no le quita que pueda expresarlo, pues es su opinión sobre un tema. Y aquí, querido señor Almeida, y aunque le moleste, podemos opinar todos y no solo los políticos de su ralea.
Almodóvar puede ir a la sanidad privada y querer defender la pública. ¿Dónde está lo incoherente? Él es consciente de sus privilegios económicos y, por tanto, de que hay mucha gente que no los tiene, cuyas economías son justitas, por no decir muy escasas. Ser rico no debe eximirte de ver las otras realidades crematísticas. La empatía, aunque le parezca raro al señor Almeida, también se puede llevar a cabo estando en una situación privilegiada, no sólo es una cosa de los que tienen una misma condición. Un servidor puede defender los derechos de los homosexuales sin necesidad de serlo. Sentir dolor como lo hacen las mujeres ante los casos de violencia sexual y física que sufren, aunque yo sea un hombre. Y estos últimos ejemplos valen para que tomen nota también otros partidos.
Más diccionario y menos lecciones
El topicazo de no poder ser rico y de izquierdas lo sustentan las personas que, como usted, señor Almeida, nos quieren tener a todos metidos en compartimentos estancos. A usted y a la Reina Isabel solo les gusta la libertad para quienes piensan como ustedes. Lo mismo que en el otro bando hay gente que dice esa frase de «eres más tonto que un obrero de derechas». Pues si hay clase obrera que vota a la derecha, mírenselo ustedes, pues algo estarán haciendo mal.
En conclusión, que las contradicciones en el pueblo son benignas. Su daño -si lo hacen- es insustancial y efímero. En definitiva, déjennos, señores políticos, seguir comportándonos como seres humanos y por tanto contradictorios, y dejen ustedes, señores políticos, de manipularnos, una palabra esta mucho más fea, dónde va a parar, que contradicción, y que no son sinónimas, aunque ustedes lo crean. Más diccionario y menos lecciones.
Artículo impactante, rotundo, coherente y bien estructurado, tal y como es habitual en Manu Gálvez. Un placer leerte, como siempre. Un abrazo.
Su conclusión coincide con una canción de Georges Brassens: Quand les cons sont braves. Un saludo.