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Pedro Sánchez, en una imagen de archivo con César Alierta y Antonio Brufau. / EFE

Opinión, Política

El peaje de una izquierda que no existe

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Partidos de izquierdas y partidos de derechas: así es como los medios se empecinan en referirse a nuestras opciones políticas. Distribuidos en una supuesta dimensión horizontal cuyo significado va perdiendo cada vez más sentido a medida que el tiempo pasa y los precedentes obscenos se acumulan. Mandato tras mandato las opciones se alternan y, aunque cambien los nombres y los partidos, todo sigue igual. Y a esto ya nos hemos acostumbrado

La política en nuestros días rezuma despropósito con independencia de los partidos que la practican. La resaca de las elecciones de Madrid está ya más que diluida en la bruma de lo cotidiano y pasa a formar parte del infinito sumario de citas reservadas a los eruditos más cafeteros. Por entonces, no acudir a los debates acabó por verificarse como la mejor de las estrategias para la candidata del PP. La gestión del gobierno central, el anuncio de sus reformas fiscales y la brillante idea de poner peajes en todas las autovías del Estado fueron la mejor campaña posible para Ayuso. Ni hecho a propósito le habría salido mejor, así que cabe pensar que los mejores asesores del PP son los que están al servicio del PSOE. Su eficacia superó con creces las tonterías que la señora Ayuso fue soltando durante la campaña y no fueron pocas. Entre la derecha de postín y la derecha de verdad, los madrileños lo tuvieron claro.

Con este panorama, Pablo Casado se frota las manos ansioso como un adolescente descargándose el Tinder, ajeno al potencial de su propia torpeza. El señor Casado retoma sus apariciones en periódicos y sus comparecencias para recordarnos porqué tampoco es una buena opción. A estas alturas ya debería haber aprendido de sus predecesores Rajoy y Aznar que la mejor forma de ganar es callarse y esperar a que le salga la china. Que los otros la pifien, como solo ellos saben hacerlo.

El ‘superhéroe’ con moño

España es un país emocionalmente socialdemócrata desde antes de que existiera la socialdemocracia, pero al que su pragmatismo castellano le impide faltar al respeto a la máxima de la propiedad privada. De la convivencia de la empatía solidaria hacia los más desfavorecidos y la cartesiana convicción de que cada cual manda en su casa nace la controvertida idiosincrasia de un pueblo que se flagela con virulencia, cuando lo que debería es aprender a quererse mejor. Un pueblo de humanistas por los cuatro costados al que su clase política envenena y enfrenta como curas luteranos para poder así pagar sus vicios. Faltos de cariño, de calma o de luces entramos al trapo, adscribimos cualquiera de las ideologías que se rifan según la anécdota que nos haya tocado vivir y les hacemos el juego día sí, día también. Pero fíjese: mire cómo al superhéroe con moño de los comunistas no le hace gracia que le ocupen su chalet… Ese prenda aún no había dejado la política y ya se comía los mocos con el Roures, siluro mediático, paradigma del capitalismo más voraz que, de insolidario, es epítome del nacionalismo abyecto. El “haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago” le encaja al rojo como un guante, predicador de verbo fácil donde los haya. Y de los siluros, mediáticos y de demás índoles, qué se puede decir que ya no sepan…

En España, el PP nunca ha ganado las elecciones. Siempre que ha llegado al gobierno es porque el PSOE las ha perdido, y no sin motivos

En España, el PP nunca ha ganado las elecciones. Siempre que ha llegado al gobierno es porque el PSOE las ha perdido, y no sin motivos. Uno empieza a olerse que lo que supuestamente conocíamos como izquierda es en realidad un grupo de gente lista para sacar tajada de su cercanía al poder, colocándose en consejos de administración de cajas de ahorros, empresas energéticas y demás puestos de buen vivir. Esa misma supuesta izquierda es la que nos propone ahora instalar peajes en todas nuestras autovías. Salteadores de caminos electrónicos que buscan el beneplácito de Europa al son del lema de que quien use, que pague: más derechuzo, imposible. El que use el médico, que lo pague. El que use los colegios, que los pague. Como leía el otro día en las redes: el que use a los políticos, que los pague.

Y es que, en cuanto se descuidan, les sale el bicho que llevan dentro, el animal que realmente son. Recaudar más dinero, quitarle más al que madruga para currar. A ninguno se les pasa por la cabeza realizar una auditoría al gasto público y optimizar los recursos del Estado, que sabemos que es una máquina de repartir guita entre colegas a los que amocafre les parece el nombre de una tribu africana. En España no hay partidos de izquierda, señores, desengáñense. En la España de la Transición, las élites (llámelas ultraderecha si quiere) cogieron a unos cuantos monigotes, Carrillo entre ellos, los adobó de poder y los puso a cantar sus grandes éxitos para continuar mientras tanto y hasta hoy imponiendo la conocida ley de hierro de las oligarquías. Campando por sus fueros. Desde entonces hasta nuestros días, continuamos bailando a su ritmo, con independencia de quién duerma en la Moncloa. Y si rechistamos, nos cierran los cajeros, como hicieron en Grecia hace unos años. Nos quieren asustar diciendo eso de “que viene la ultraderecha…” y lo cierto es que esa ultraderecha nunca se fue, siempre existió, siempre estuvo aquí y continúa partiendo el bacalao. Lo que pasa es que ahora ya no tiene miedo a quitarse la careta.

Pues bien, con todo el respeto para la nación helena, España no es Grecia. Los españoles guardamos en un cajón angosto una dosis de irreverencia heredada de un pasado de gloria que, llegado el momento, nos puede investir de una insensata clarividencia. Y ya sabemos lo que pasa cuando el perro coge una linde. Que se lo apunten en Bruselas y lo tengan en cuenta en Madrid, que ya tuvimos un 15-M del que en unos días se cumplen 10 años. Hay quien diga que habría que celebrarlo echándose a la calle como entonces. Yo no lo veo mal.


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