Ella tuvo que soportar la tacañería de su progenitora en tiempos de posguerra. Cosía y cosía y no veía un duro, pero se recorrió en moto toda España con su hermano, como Gregory Peck y Audrey Hepburn en ‘Vacaciones en Roma’
Ella tuvo muchos pretendientes cuando paseaba por la calle Concepción. Y se quedó con el que menos le convenía. Luchó durante 50 años contra un monstruo de dos cabezas con el tesón y la perseverancia de Juana de Arco.
Además, crio a tres hijos con el talento de sus manos de maestra de corte y confección y la sabiduría de la licenciada que no pudo ser porque eran otros tiempos (sólo estudiaban los hombres). Pero es catedrática en Vive y deja vivir.
Ella se tragó sus lágrimas una y mil veces porque era lo que había que hacer en ese momento y sacó fuerzas de flaqueza para superar enfermedades propias y ajenas con una entereza nunca vista.
Ha tenido siempre una paciencia infinita con sus hijos y ha sabido siempre gestionar los problemas con sentido común y racionalidad, aunque por dentro tuviera dolor en el alma.
Ella es, sin duda, la mejor cocinera que he conocido. Nunca olvidaré sus fiambreras con tortilla de patatas, papas con chocos, arroz con gambas, quiche, lentejas, carrillera, empanada gallega…
Tuvo que soportar la adolescencia de un hijo díscolo con su eterno cariño. Ese hijo ahora es un adulto díscolo, pero trata de mejorar cada día, aunque sea a paso de tortuga.
Ella siempre ve el lado bueno de las cosas. Yo lo intento, de verdad que lo intento, pero…
Cuando busquen ustedes la palabra sacrificio en el Diccionario de la RAE, sale su foto.
Ella confeccionó todos los uniformes de los trabajadores de una clínica junto a su amiga del alma.
Ella subía cuestas bajo la lluvia en invierno y soportando un calor sofocante en verano para hacer lo correcto. Y se llevó siete años con el hábito por distintas desgracias y promesas.
Nuestra protagonista ha conseguido que todo el mundo la quiera por su forma de ser (vecinos, familiares, amigos, la de la tienda de abajo, el del seguro de decesos…).
Su memoria no entiende de wikipedias. Y su capacidad narradora es de las que dejan boquiabierto a cualquiera. Yo trataré de contarle todas esas historias a mi hija (incluida la del naufragio del abuelo Francisco, que era patrón de pesca), pero seguro que no podré hacerlo tan bien, con tanto detalle y con tanta emoción como lo hace ella.
Ella me reconcilia con este podrido mundo.
Esta mujer, nacida en Porto do Son (La Coruña), pero afincada en Huelva capital desde hace 85 años, lleva con el mismo médico de cabecera 30 años, un hecho noticiable, teniendo en cuenta la gran rotación de facultativos que hay actualmente.
Ella nunca ha dicho un taco y tiene que soportar que ese hijo díscolo, el último en llegar (de casualidad), esté siempre hablando como si estuviera dentro de una película de Tarantino.
Ahora que soy padre, trato de parecerme a ella, pero es imposible. Cualquier comparación con la original es pura coincidencia, aunque a veces, cuando tengo que afrontar alguna situación de conflicto, pienso en ella y, en lugar de soltar sapos y culebras por la boca, me callo. Suele funcionar.
Ella se llama Oliva Barral Segade, es mi madre y tiene 87 años, una gladiadora de otros tiempos. Su corazón es tan grande que tiende al infinito, se escapa de las entendederas. Su legado es el de todas esas madres coraje que siempre han tenido claro que el amor y la entrega incondicional es el único camino posible para hacer de este mundo algo que merezca la pena. El pegamento de la familia, la luz que ilumina nuestro camino y que nunca se apagará.
Epílogo
Mamá, a pesar de todas las tempestades, has conseguido sacar adelante a tus tres vástagos. La hembra es interina; el mayor, director de una escuela oficial de idiomas; y el díscolo trabaja actualmente denunciando injusticias en el mejor periódico de España. No está mal para tres chavales que sobrevivieron a la selva que eran los barrios de extrarradio en la Huelva de los 80, con la heroína a la vuelta de cualquier esquina.
La Plaza de los Dolores ha cambiado mucho, pero tú sigues siendo la misma, regalando bondad a espuertas. Que me perdonen los lectores, pero he tenido la necesidad de escribirle esta especie de carta a mi madre para animarla en estos momentos, para recordarle que, aunque no haya sacado nunca ningún best seller ni protagonizado ninguna película taquillera, ha conseguido el mayor éxito que se puede lograr y el más difícil: sacar matrícula de honor en la carrera de la vida y triunfar a lo grande como persona. En estos tiempos oscuros, harían falta muchas Olivis para enderezar esta sociedad a la deriva.
Por todo ello, tiro de Machín para decirte que soy muy feliz por haber pasado toda una vida contigo (y lo que queda). ¿Para qué quiero el Pulitzer si tengo el honor y el privilegio de ser tu hijo?
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