El velo pintado de la realidad esconde las salpicaduras de la lava destructiva de la confrontación política. Maquiavelo sigue presente entre nosotros y se hace carne de encorbatados y emperifolladas que se escupen unos a otros en todos los foros públicos (parlamentos, ayuntamientos, congreso…), tejiendo una suerte de cortina de humo que todo lo contamina: dignidad, honestidad, confianza, ilusión…
Un portavoz runner ha denunciado la “amnesia” de un presidente repeinado andaluz sobre lo que sabe de las revelaciones de Luis Bárcenas sobre financiación ilegal del PP y sobresueldos procedentes de su caja B. «Usted estaba en el epicentro», acusó. Siempre el dedo acusador en el ojo ajeno, nunca en el propio, por mucho que el levantamiento de cejas delate la ignominia.
En el otro lado del ring, otro risueño y pizpireta portavoz se olvida de cajas B, C y Z y se centra en refregar bien el rostro de tres ministros con un nuevo limpiador que destruye todas las bacterias propias y agiganta los microbios ajenos. Su nombre comercial, Isofotón.
En La Divina Comedia de Dante, el orden de las penas, como dice Virgilio en el canto XI, depende de la Ética Nicomaquea de Aristóteles, y prefigura una jerarquía del mal basada en el uso de la razón. La elección de las penas sigue la ley del contrapaso, que castiga a los pecadores mediante el contrario de sus pecados o por analogía a ellos.
En ese sentido, los pecadores más cercanos a Dios y la luz, es decir puestos en los primeros círculos, son los incontinentes, que incluyen a los lujuriosos, los glotones, los avaros y los iracundos. Siguen los violentos, que fueron cegados por la pasión, si bien a un nivel de inteligencia mayor que los primeros. Los últimos, ubicados en las Malasbolsas, son los fraudulentos y los traidores, que quisieron y realizaron el mal conscientemente. Aquí entrarían un buen número de los que se llaman a sí mismos defensores de la democracia, los que nos representan, independientemente del color que lleve su bandera partidista. Caronte ya les avisó de que murieron de un mal llamado partidocracia. También tienen aquí su calvario banqueros, abogados, jueces, empresarios y demás miserables que han abusado de su poder para terminar abusando del prójimo.
Entre los traidores hay cuatro categorías: a Caína van los traidores a la familia; a Antenora, los traidores a la patria; a Tolomea, los traidores a los huéspedes; y a Judeca, los traidores a los benefactores y a Dios. Todos los pecadores del Infierno tienen una característica en común: sienten la separación de Dios como el mayor castigo. Cuanto mayor es el pecado, menor es el espacio físico en el que habitan las almas.
Si seguimos ese escenario dibujado con palabras por Dante, el espacio para muchos, demasiados políticos de nuestro país y de nuestra región andaluza sería un auténtico zulo, cuatro paredes negras y candentes que no dejan respirar a aquellos que subyugan en vida a millones de padres de familia; que le rompen el alma a millones de parados; que traicionan la confianza de tantos seguidores que no se plantearon otra cosa que creerles; que compran a los medios de comunicación para alienar a la sociedad, como ángeles del infierno que echan aceite hirviendo a la herida abierta de los condenados; que firman papeles fraudulentos con cara fraudulenta y abrazos fraudulentos.
Como dijo Al Pacino en Pactar con el diablo, no hay duda de que el siglo XX ha sido todo entero de Lucifer («Llámame papá», le dice a Keanu Reeves), pero es que el siglo XXI va por el mismo camino. El Diablo sabe que debe tentar al hombre con el poder, porque este, a la larga, termina corrompiendo al más pintado. La peor pandemia es la que no se ve; la que se conjuga con el verbo esconder; la que se perpetra en los despachos, con puros Cohiba y whisky Macallan; la que se degusta en comilonas regadas de marisco y vino del más caro…
El único favor que nos ha hecho el coronavirus es rasgar ese velo que pinta una realidad despreciable de color de rosa y dejar en cueros todo ese infierno de abusos de poder a todos los niveles (municipal, supramunicipal, regional y estatal). Algunos ya lo sabían, pero otros se han dado cuenta ahora de que la democracia española es un señuelo, un tentetieso vapuleado por redes clientelares de un bipartidismo voraz (ya es cosa de más de dos) que doblegan la voluntad de los justos.
El activismo social hace más falta que nunca. Aprender que la unión es necesaria para derrocar a los abusones con corbata (algunos van con jersey) y llevarles al círculo del infierno que les corresponda. La Parca está tomando nota ya de isofotones, eres y cajas Z mientras el Diablo afila su tridente.
El Día del Juicio Final es hoy: todos tenemos que concienciarnos de que el libre albedrío es un regalo que se puede usar para el bien, sin miedo a represalias, porque la verdad siempre encuentra el resquicio para salir a la superficie.
Libertad y verdad son dos conceptos íntimamente relacionados. No se consigue la una sin la otra. Si no van de la mano, es una ilusión. Si sustituimos la queja por la lucha, pondremos la primera piedra de esa isla de luz que es la democracia real. Que se haga realidad la letra del pasodoble de La Eternidad parida por Antonio Martínez Ares: «Si hay un pueblo que no calla, ese es mi pueblo».
Bravo Paco Núñez, pero Sancho Panza no leerá tu aplastante artículo. Aldonza ni siquiera sabe leer. Solamente Alfonso Quijano lo entenderá justo el día de su muerte.
Pero es necesario que tu escrito haya sido realizado para que, al menos, quede constancia en el registro del pensamiento. De esta forma, siempre habrá alguien que algún día pueda hacer uso de él.
Extraordinario artículo de Paco Nuñez, dando voz a muchos españoles cansados de los abusos. Lo suscribo
Buenísimo el post. Saludos.
Han pasado unos años y seguimos con corrupción… como siempre, pues la partitocracia que montó la constitución favorece la corrupción endémica