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feria del libro madrid

Dos visitantes en la Feria del Libro de Madrid. / EP

Cultura, Opinión

El arte de joderse redime ‘cantidubi’

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El término ‘cantidubi’ es obsoleto, muy similar a mazo (mola mazo) y algo pasota madriles (aquellos divinos que todo lo arreglaban con «yo paso») junto a un ‘moderneo’ caduco, muy de hoja otoñal, textura y temperatura caducifolia

Joderse, sin embargo, es puro bar y lo entiende todo el mundo; cierta tarde, Camilo José Cela dormía y roncaba a pierna suelta (unos dicen que en el Senado, otros que en la Real Academia) y al ser amonestado («don Camilo: ¿está usted durmiendo?») respondió al quite: «No, señoría, estoy dormido». Pronto sucedía, entre dichas señorías, una decisiva disquisición semántica: «¿Y cuál es, pues, la diferencia entre estar dormido y durmiendo?». «¡La misma que hay entre estar jodido y jodiendo!«, matizó el futuro Nobel, despierto. A eso vamos. A estar jodido y no jodiendo. Pero de veras.

Contemos lo que nadie cuenta: Feria del Libro de Madrid. 81ª edición. 400 casetas, una detrás de otra como si fueran aviarias (corrales) o de ganado vacuno (cuadras). Ahora viene lo fuerte: 3.600 escritores. ¿Y novedades? Pregunto ingenuo a un indocumentado. Ahí ya tienes que multiplicar por diez o por cien. Muy bien. Dabuten. ¿Y en serio hay mercado para tantos libros? No, no lo hay. Está claro que no lo hay. Lo que ocurre es una comedia, un paripé, una tramoya, una puesta en escena. Lo más normal es irse de vacío. Ni firmar ni ganar un euro. Álvaro Pombo un año regalaba otros dos títulos, que él tenía en casa, con cada compra, sin nadie en la fila. A Vargas Llosa lo vi con un segurata, sí, pero a Marías también solo en su caseta. Y a dos académicos casi en el bar, porque allí no había ni una promesa.

La cultura es joderse y sonreír

Toca joderse, digan lo que digan en su pregón los mass media. Una industria editorial cuyos mayores títulos acaban en el reciclado: guillotina y libros nuevos a partir de los viejos, así de simple (el sesenta/setenta por ciento se calcula). Una industria musical, por colocar el debido contrapunto, sin discos, sin cedés, todo el personal bajándose la merca gratis de las ubres digitales en el ordeño diario, y el notas del creador a dos velas (le quedan los conciertos, sí, apuntará algún loro, pero ahora con los virus menos todo, menos todo, casi ).

Lo mejor que se puede hacer con el papel en España es llorar. Siempre se leyó poco, muy poco, pero ahora con el solapamiento de títulos, mantenerse es imposible. A los golfos del Gijón, años 50, les quedaba la esperanza de que no salían más de doscientas novedades al año. No era difícil asomar la nariz al mercado y luego, con mucho arte de bocina y periódico, todo el jabato. Nadie hoy menor de treinta años compra ningún periódico a la semana. La Cultura es joderse y sonreír, pura risa y dentadura. Unos aprietan los dientes y otros los adminículos; el postureo aquí es de bazar oriental barato.

Si das clases en la universidad y te dan cien euros por el folio, ni crítico ni crítica ni vocero ni palmero ni cantaor

Hablemos de Arte, otras mayúsculas, veinte mil pavos mínimos para estar y lucir palmito en Arco. Irse de vacío es lo más normal, porque los listos, en ecuaciones muy complejas que no voy a descifrar aquí, venden la merca antes de montar el chabolo, tan fácil como apalabrar el bisnes por email, y tan fácil como intentar entrar en el pase privado que siempre se hace antes y solo para vips, con mucho protagonismo de Latinoamérica o Hispanoamérica, según quieran sus señorías.

Cuatro anormales van de críticos por las hojas volanderas, cuando muy bien explicó Arroyo cómo los críticos desaparecieron al final del franquismo: «Era un señor solo dedicado a eso, sin otra profesión, y que se le pagaba muy bien su folio semanal, porque vivía del mismo». Si das clases en la universidad y te dan cien euros por el folio, ni crítico ni crítica ni vocero ni palmero ni cantaor. Ahora bien, rey mío, a las vecindonas puedes decirles lo que te salga del bolo, porque para eso compartís patio, tendal, baranda y bañador. El crítico no era ningún pobre, quiso decir Arroyo. Y si hablaba de ti, lo vendías todo a granel, al peso, sin límite ni tasa, y con un puro en la boca, como se vendieron aquí las burras.

Respecto a la Feria del Libro madrileña a la que no voy, me dijo un Premio Nadal, no voy a decir de qué año: «Menuda jiñada, macho, el premio son dieciocho mil, con Hacienda queda en quince, y con quince no me da para comprar el Hummer que tenía pensado. Con los libros igual sube un kilo más, digo yo, pero no me fío». ¿El Hummer? Uno de paquete, como el que yo le vi a Patricia Urquiola, la diseñadora española que lo peta en Milán, vale cien mil gambas o kínder sorpresa. ¿Dónde vas tú a sacar cien mil euros con tu Nadal? Solo la vieja Laforet, de vivir hoy, podría encargar el Hummer, porque Nada sí es un longseller, mantenido en el tiempo y bajo el temporal, con algo, poco, de bestseller en sus años. Un Hummer, apunten bien, son cinco nadales. Señorías, escuchen de seguido que vamos a lo crucial: hay que poner aparcamiento en la Feria, y quien sepamos que tiene el Hummer, sí, es la caseta primera que merece la pena visitar, para no dar vueltas y reírnos a lo grande. Porque si hay Hummer, seguro, habrá más cositas chachis. Como un tirar de cereza para que salga otra, sí.

«No te juntes a los escritores»

Feria del Libro de Madrid, fin de la temporada, fin de curso, hasta la rentrée otoñal no ocurrirá la vuelta al cole. Un día se lo dijo Cela a Umbral: «No te juntes a los escritores, Paco, porque lo único que vas a pasar es hambre». El hambre pasa/pasea de caseta en caseta, atraviesa la chapa ocumen, entra por la ventana del tenderete, se queda dentro y, al llegar a casa, en ocasiones, sale en forma de lágrimas como melones, lágrimas como catamaranes, lágrimas como tractores.

Antes, este viejo y nuevo arte de joderse, iba más ventilado: casi como El arte de las putas de Moratín. Como el fueraborda del Borbón en Sanxenxo, algo así. Al Bribón lo seguían los helicópteros de la Guardia Civil y no lo alcanzaban, cuando le gustaba quemar el motor, porque el humo es siempre una llamada. ¿Cuándo arderá la primera caseta del hambre? Muchos entonces se pondrán las pilas, harán la mili y no volverán a la inocencia de las primeras vírgenes bíblicas, jamás en el papel como en la vida, jamás texto ni riqueza inocentes.

Contaba Raúl del Pozo que, cuando coincidía con el Borbón en Lucio, ambos con un vino que quitaba hasta la ropa por arriba, siempre le decía: «Con este vino dan ganas de brindar por la República, Majestad». A lo que él, campechano, añadía: «¡Y yo el primero, Raúl, y yo el primero!«.

En fin, España sigue siendo una comedia de títeres de guante: es meter la mano, sí, y por arriba lo contrario que por abajo, lo que siempre fue ligar, más o menos, pero con peores fines que el hozar o lóbrego ayuntamiento. España mete miedo. «Cultura es todo aquello que no se sabe«, apuntó Tierno Galván. Hoy, al traer la cuenta, lo sabemos bien. Feliz junio caducifolio.


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Un comentario

  1. Lucía Ramos

    ¿Qué está pasando?
    Tranquilo, sólo estas Medranamente jodido.
    Me atrevo a compartirlo
    porpue te acompaño al duelo .
    En fín, la «cultura «, ha muerto
    hace ya bastante tiempo.
    Preguntaremos al rey que manda a
    callar a cada rato, sobre todo cuando
    le llenan el plato.
    Quizá ,mejor responda el segurita que acompaña a Vargas Llosa…
    ¿Qué está pasando?
    jodida, yo,también,
    pregunto a cada rato,
    a mis compañerxs del curro,
    de casa y por cada lado.

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