¿Os acordáis de cuando las compañías telefónicas nos regalaban los móviles? ¿No hace tanto, verdad? Qué bonito parecía… Pues aquello fue el principio de la zanahoria digital… ¡Y así nos vemos ahora! No hay un solo momento del día en ningún rincón del mundo en el que, parada, observando alrededor, aun dentro del mejor escenario imaginable, no vea más que gente enfocando pantalla mientras la vida-viva les pasa por delante ignorada y desapercibida
¿En qué punto nos olvidamos de que lo digital iba a ser un progreso y no una merma? La digitalización (útil) de la vida y, sobre todo, de las empresas, es una necesidad imperiosa que ya no es el futuro, sino que viene siendo pasado de un tiempo hasta aquí.
Ahora bien, ¿qué creemos entender por digitalización? El trabajo con las redes activas te hace ver una continuidad masiva de publicaciones sin sustancia, más propia para la cerveza de la tarde, que te lleva a pensar seriamente: pero… ¿para dónde va la productividad de este país? ¡No sólo de éste, de todos los del mundo que se vende como civilizado! ¿Quién trabaja concentrado? ¿Quién pone el alma en la tarea?
Justo ahora hace un año, un informe vino a decirnos que el 80% de las empresas desconocen cómo digitalizar su negocio. Esto, y siendo benévolos, seguramente no transmita ni una mínima parte del desconocimiento de las ventajas que trae una digitalización coherente: trabajo colectivo en un mismo sistema, automatización de tareas secundarias y más tiempo para lo esencial, presencia en redes para abrirse a nuevos mercados, mejores servicios personalizados…
La idea de digitalizarse no es para criar otra adicción más de la que curarnos. Debe ser para dejar a la inteligencia artificial trabajar de fondo y poner el centro en lo verdaderamente importante. La autenticidad la hemos cambiado, de nuevo, por la vacuidad, por lo fácil, por lo impostado. Hemos creado tópicos y exigentes avatares erróneos de nosotros mismos queriendo ser la pareja más feliz, el viaje más largo, la chica más guapa y el fuerte más fuerte.
Invasión digital mal digerida
Paradójicamente, en estos momentos de invasión digital mal digerida, más que nunca necesitamos humanizar. Ponerle cara, corazón y alma a cada negocio y gritar por las esquinas que hay una persona detrás de cada web, de cada perfil. Encuerpar las estrategias, sacarlas de la red y levantar el teléfono a nuestros clientes para decirles: «¡Oiga, que yo no soy un algoritmo! ¡Y mucho menos, un autorrespondedor! Qué bonito día hace, ¿en qué puedo ayudarle hoy?».
Y volver a sacarnos sonrisas reales y conversaciones auténticas. Y chequear nuestra estrategia on line con el empuje de quien levantaba la persiana del ultramarinos, con todo lo fresco que traía el día para los mejores clientes del barrio. Sólo así el futuro será crecimiento y tu pueblo, tu barrio o tu calle llegarán tan lejos como tú quieras que lleguen.
Recuerda: en toda relación comercial que establezcas, si recibes algo gratis, te están convirtiendo en el producto.
Comentarios recientes