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El tenista Rafa Nadal se retira tras la Copa Davis de Málaga.

Deportes, Opinión

Rafa Nadal o la ilusión de los domingos por la tarde

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De Sevilla a Málaga, son 20 años viendo el transcurso de las modas (de las camisetas de tirantas ajustadas y el pelo largo a la alopecia incipiente actual, fruto del paso del tiempo, humanizando rocas), un horizonte de gloria que se acercaba más y más con cada salto a la arena, con cada chillido rompiendo el silencio de una grada boquiabierta. De la Copa Davis de Sevilla (2004) a la de Málaga (2024), son 20 años admirando a un ser humano colgado de una raqueta y de una voluntad de hierro

Mientras nos hacíamos mayores y nos dábamos cuenta de que las promesas de la carrera universitaria se daban de bruces con una cruda realidad laboral, marcada por la crisis de la burbuja inmobiliaria, él seguía atesorando títulos, incluida una medalla de oro olímpico en el año del crash económico. Siempre le gustó ir a contracorriente.

Llegaba el WhatsApp y demás redes sociales perversas y él se mantenía ajeno a ese submundo (al final claudicó, pero mucho más tarde de lo que predijo mucha gente), focalizado en las lecciones de su tío, engordando el brazo de Dios y la cabeza del Espíritu Santo. Ganar por lo civil o lo criminal, pero siempre desde la educación más exquisita. Nunca le vi romper su herramienta de trabajo contra el suelo ni lanzar bolas a la garganta de ningún juez. Eso sí, discutió mucho (o intercambió pareceres que dirían los amantes del eufemismo) con los jueces de silla, casi siempre con razón.

Comenzaron a salir imitadores. Bueno, más que imitadores, seguidores de su doctrina del ¿me caigo 19 veces? Pues me levanto 20. De un deporte minoritario como el bádminton surgió la sacerdotisa de una religión deportiva –puedo porque pienso que puedoque llevó sus postulados por el mundo derribando mitos y destruyendo complejos. Porque el hombre del pañuelo en la cabeza era nuestro Rambo particular, ese guerrero capaz de salir airoso de una emboscada realizada con dos helicópteros de combate, una milicia terrestre con el cuchillo entre los dientes y arqueros medievales lanzando flechas a diestro y siniestro. A cámara lenta, su silueta recortada en el aire superaba las pruebas más complicadas, por tierra, mar y aire, para lanzar una bocanada de fuego aún más fuerte. En un país de toros, él era el dragón que volaba más alto.

Mientras en el Telediario se sucedían las noticias escabrosas (huracanes, mujeres asesinadas, pederastia en la Iglesia, otro accidente laboral mortal, los niños adictos a las pantallas, el aumento de los suicidios, la corrupción política que todo lo mancha y resquebraja…), todos esperábamos con ansia los Deportes para ver qué había hecho este manacorí el domingo anterior. La duda era si había ganado de paliza o había tenido que remontar un 2-0 en contra. Cuánto le echaremos de menos, igual que ya echamos de menos a Pau Gasol o a Alberto Contador.

En el crepúsculo de sus piernas, una nueva vida se atisbaba con el casamiento y el primer vástago. Nuestro héroe se ha hecho mayor y las cicatrices todavía duelen. Pero así hay que llegar al final de una vida deportiva, como diría Alejandro Sanz, «derrapando, medio muertos, sucios, cansados, gastados, heridos, doloridos, pero sonriendo«. Todavía nos daba alegrías, porque él no era un bailarín de claqué, sino un Rocky del tenis. Ganaba por abrasión del rival, porque conseguía que la mente del enemigo cortocircuitase. Porque era capaz de remontar siempre. Por eso era el perfecto campeón del pueblo. Nadie se podía identificar con un Federer que ganaba sin sudar, pero sí con un jabato que se dejara la piel en cualquier superficie, como se la deja el obrero, el maestro, el periodista, el médico, la enfermera, el reponedor, la cajera, el agricultor, el camionero o el hostelero.

Queda un último baile en Málaga, en el Martín Carpena. El guión de película que firmarían en Hollywood. La última batalla de la leyenda antes de guardar la muñequera de España para siempre. Será del 19 al 24 de noviembre y ya no hay entradas disponibles para ver el último grito de una persona que nos hizo vivir momentos inolvidables en familia los domingos por la tarde. También trasnochamos con él cuando jugó en Australia y en Estados Unidos.

Sacó de quicio al que seguramente quedará, sólo por los números, como el más grande de la historia. Pero el Djoker no tiene cinco Copas Davis y sólo tiene un oro olímpico (nuestro protagonista tiene dos). El serbio tiene 24 grand slams, sí, pero el amigo de Pau tiene 22 y un récord incuestionable: nadie ha dominado una superficie (la arcilla) en la historia del tenis, ya sea hombre o mujer, como Rafael Nadal Parera. Nadie. Ni Björn Borg ni McEnroe ni Ivan Lendl ni Rod Laver ni Sampras ni Federer ni Djokovic. Este hincha del Real Madrid sometía una y otra y otra vez a sus rivales en la tierra con una superioridad nunca vista por lo prolongado de su reinado: 14 años levantando la Copa de los Mosqueteros.

En la derrota, nunca vi a nadie con más autocontrol. Mientras el serbio ha jurado en arameo en demasiadas ocasiones, el diestro que jugaba al tenis con la zurda siempre ha analizado correctamente sus cagadas y siempre ha tenido bonitas palabras para los pocos rivales que le han sometido. Porque él casi siempre tenía la convicción de la remontada, ese pensamiento tan valioso que mueve el mundo: poder arreglar algo que se tuerce con talento, pundonor y perseverancia. No dejarlo nunca para mañana.

Han pasado dos décadas y España sigue inmersa en un pantano de corrupción e inflación difícilmente sostenible. Y, aunque nos queda el bueno de Carlos Alcaraz, nunca olvidaremos esas tardes de domingo en las que teníamos una ilusión. O aquellos Juegos Olímpicos en los que soñábamos con el primer oro en tenis. O aquel Wimbledon en el que el españolito derribó a la vaca suiza. O aquella final de Open de Australia en la que Medvedev vivió en sus carnes el azote de Rocky Nadal. Para que se hagan una idea de la trascendencia de este chaval, nadie tiene una estatua en Roland Garrós, sólo él.

Un último detalle curioso: hay un canal de TV en España que se llama Vamos. ¿Saben en honor de quién?


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Un comentario

  1. Francisco J. Castillo

    Grande Rafa, y humilde

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