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grafiti

Un grafiti con la famosa cita del escritor Honoré de Balzac.

Opinión

¡Qué grandes fuimos y somos los españoles!

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Ante los complejos que perviven en nuestra sociedad desde hace mucho tiempo, desde el conocimiento de nuestros retraimientos ante otros países de nuestro entorno, en el desgarro de mi alma al ver como no nos queremos como españoles y al ver, en estos días de confinamiento, cómo las gentes se identifican con el símbolo de nuestra nación; han sido los motivos que han hecho que emprendiera esta labor, escribiendo estas líneas

Quizás, algunos de los que lean este escrito piensen que soy un romántico o un rancio que vive del pasado histórico de nuestra nación. Siempre les digo a mis amigos, compañeros y alumnos que, si nuestros ciudadanos estuvieran formados en el conocimiento político, histórico y filosófico, jamás nos avergonzaríamos de nuestra historia común ni de nuestros símbolos identificativos. 

Yo preguntaría: ¿Somos españoles? ¿Respetamos nuestras identidades y diferencias? ¿Cumplimos y hacemos que se cumpla las leyes entre nosotros? ¿Nos avergonzamos o nos enorgullecemos de ser lo que somos y de lo que fuimos?

Veo en nuestros ojos de españoles, nuestras almas; nos conocemos bien. Fastos de nuestras discordias, siempre deplorables y de funestas consecuencias.

Ante tanto complejo, tanta incomprensión y disparate, después de imposiciones, demagogias, falsas historias programadas y enseñadas, tergiversando la realidad, hemos llegado a un punto en que la comunicación es un galimatías. La necesidad de cohonestar el hecho ha sido siempre el lema de todos nuestros gobernantes desde la Transición.

Es inaudito que, por no conocer bien nuestra historia en común, por intereses partidistas y encantamientos de sirenas, hayamos llegado a esta situación de desgarro entre hermanos de una misma nación

Se dice: «Quien nos lastima nos hace fuertes, quien nos critica nos hace importantes, quienes nos envidian nos hacen valiosos y, a veces, aquellos que nos desean lo peor, tienen que soportar que nos ocurre lo mejor».

Todos los pueblos de España (el catalán, andaluz, vasco, gallego, extremeño etc.) somos mezclas de culturas que pasaron por esta maravillosa tierra y que aportan al conjunto sus costumbres, sus tradiciones, sus lenguas… Es inaudito que, por no conocer bien nuestra historia en común, por intereses partidistas y encantamientos de sirenas, hayamos llegado a esta situación de desgarro entre hermanos de una misma nación.

Decía el mariscal alemán Bismarck: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido«.

Urge la esperanza del no enfrentamiento, del diálogo, de la hermandad, del resurgimiento del sentido común y como principal objetivo, la prosperidad y avance conjunto de todos nuestros pueblos.

Millones de caídos

No olvidemos nunca, manteniéndolo siempre en el recuerdo, el valor del ciudadano español en todos los continentes de nuestro planeta. El español y sus distintivos han sido honrados y valorados siempre en todos los países. Por estos emblemas y por lo que representan, han caído millones de personas en memoria de su nación a través de nuestra historia común y no solo representa ideas, sino cultura, tradiciones y luchas por las que dieron la vida, aquí en nuestro suelo y fuera de él.

Si se enseñara historia en nuestros centros, se conocería con qué honores nos han rendido siempre todos los países, y actualmente siguen haciéndolo, en todas las misiones que tenemos encomendadas en el mundo. Los cientos de hechos perpetrados por nuestros héroes, en todas las situaciones que se les han presentado, son la pura imagen del español.

El cuadro ‘Manifestación’, de Antonio Berni (1934).

No nos avergoncemos e ignoremos el valor que nos identifica a todos como gentes luchadoras, emprendedoras, solidarias y, sobre todo, valerosas ante cualquier contratiempo.

El sentido común, el respeto a todas las idiosincrasias, a todas las manifestaciones y representaciones deben ser referentes en todas las convivencias y sobre todo en nuestra democracia. No consintamos que se degeneren nuestros principios y que se pasen por alto todas las actuaciones deshonrosas y ruines que puedan dañar la cultura, la historia y el respeto que merece nuestro pueblo.

Excluyamos a esos individuos que envenenan, distorsionan y crean historias sin fundamento, inventadas, para hacer daño a la ciudadanía y, sobre todo, para propiciar el enfrentamiento provocado por ese odio interior que, a la vez, origina violencia de todo tipo.


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Un comentario

  1. joaquin

    Distinguido Profesor Talero

    En un mar de dudas, así es como me siento, me explico: dice usted en su artículo que, «si se enseñara historia en nuestros centros…»
    Verá, soy padre de dos mozos, uno de ellos viajando y estudiando idiomas por libre, y otro a punto de finalizar su grado universitario. Rememorando sus etapas previas en la educación pública creo recordar que, en secundaria, una de las asignaturas era Geeografia e Historia, así que su afirmación me coloca ante un dilema: o bién los profesores que imparten dicha asignatura se la saltan a la torera, o bién, interpretando su comentario, es que la historia se enseña, pero mal, por «individuos que envenenan, distorsionan y crean historias sin fundamento»…
    Tampoco alcanzo a ver el modo de impedir que, «degeneren nuestros principios y que se pasen por alto todas las actuaciones deshonrosas y ruines que puedan dañar la cultura, la historia y el respeto que merece nuestro pueblo» si estoy obligado, por democracia, al «respeto a todas las idiosincrasias» máxime, cuando varias de esas idiosincracias, alguna de ellas sin ninguna cualidad redentora, se emplean con un tesón digno de Hércules, precisamente, en la desintegración minuciosa de «nuestro pueblo».
    Enfín, aquí me tiene, zozobrando y sin una maldita calabaza a la que aferrarme, claro que en último recurso puedo enconmendarme a Santa Rita, que como ya sabrá, es abogada de los imposibles.

    Joaquin

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