Una de las pocas cosas claras que tengo en esta vida es que, si escribo, es para corresponder a las personas que han confiado en mí para que lo hiciera. Personas que no ganaban nada animándome a ejercer la práctica de la escritura, y que por tanto, en lo desinteresado de su consejo se encontraba la verdad de lo que expresaban. No querer decepcionar a esas pocas personas es el principal motor que me hizo pensar en la escritura de una manera distinta a cuando tenía veintitantos años y juntar palabras era sólo un entretenimiento más, añadido a otras formas de perder el tiempo, y que siempre son las más provechosas vistas desde la distancia
Escribir es matar hormigas con las manos. Pequeños seres microscópicos de color negro aparecen ante tus ojos, de la misma manera que cuando caminas vas pisando a estos animalitos sin darte cuenta. Uno va matando lo que escribe sin darle la mayor importancia. Una manera más de mostrar lo irresponsable que puedo llegar a ser. Y también esta sociedad, por dejar en mis manos unas teclas en cuyo magnetismo el cansancio de mi mente descansa.
Escribir es una forma de estar molesto como otra cualquiera. Eso sí, tiene la elegancia de las cosas que no parecen lo que son. Todo texto es un disfraz que intenta ocultar el verdadero cuerpo de quien lo escribe. Y yo tengo un desnudo ilegible. Mi mala letra recorre mi cuerpo de la misma manera que un médico buscaría la solución escribiendo la receta. Vosotros sois los farmacéuticos que os inventáis lo que creéis que pone en mis escritos y le dais un sentido, una cura real. Y es que estar enfermo es necesario para escribir. También pasar frío o hambre, tener ganas de follar o de dormir. Lo que sea para no tener que buscar el cuidado paliativo de la escritura. Escribir es volver a estar muerto.
Escribir la vida
Escribir la vida es la demostración del absurdo que a todos nos rodea. Que la felicidad sólo llega con el punto y final. Todos los principios se muestran optimistas, en nuestras cabezas continuamos las historias de las maneras que nos parecen más interesantes, pero luego la imaginación, el talento o la realidad las ponen en su sitio. Casi nadie continúa las historias de la manera que quieres. Y esa es la otra razón por la que todavía sigo escribiendo, aunque la fecha de caducidad cada vez me aprieta más en el cogote.
No pasa nada por comerse un yogur con una o dos semanas de retraso respecto de su fecha recomendable para hacerlo, pero practicar una escritura que no está en su estado óptimo de consumo no está hecha para muchas bocas en cuyos paladares el presente es el único sabor posible. Reconozco que escribo con un retraso evidente. Lo hago para buscar un principio a lo que he empezado a teclear. Comenzar por el final es el único patrón que se repite en mi escritura. Mi anarquía es el único jefe al que acepta.
Ya va siendo mucho tiempo en el que huyo de un tema central sobre el que escribir. Eso siempre me ha parecido perder el tiempo y, en mis textos, el que tiene que estar perdido soy yo. Dicen que hay dos tipos de escritores, los de brújula, que saben de donde parten, pero no como acabarán, y los de mapa, que lo tienen todo establecido y controlado. Como yo no sé ni por dónde empezar, cojo la brújula y la lanzo contra el suelo, y con el mapa hago una fogata, ahora que empieza a hacer frío. En la desorientación, los pájaros vuelan de manera circular, y sus alas se enlazan con las de otros formando un nudo que flota a nivel del suelo. En los aterrizajes forzosos es donde pone los pies en el suelo mi escritura, y también mi cráneo, siempre deteriorado por las palabras recibidas como piedras.
En el futuro, cuando vuelva a leer este texto, es cuando comprenderé algo de lo que ahora no entiendo por qué lo he escrito. Quizás por eso nunca avanzo cuando escribo. Sólo doy pasos para atrás. Soy un cangrejo de pinzas frágiles. Vivo de las tiendas de repuestos. Mis dedos engarrotados hace mucho que no me pertenecen. Son de otros que, como yo, no supieron que el entumecimiento no se debía al frío. Siempre acaba mal lo que no empieza. Estoy buscando mis manos muertas y mientras tanto sigo escribiendo.
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