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El vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín.

Opinión, Política

Los lunes al sol de Juan Marín

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Cerraron sus ojos que aún tenía abiertos, taparon su cara con un blanco lienzo… Bécquer describió mejor que nadie la muerte del partido llamado aún Ciudadanos

Nacido en vientre ajeno, fue en Andalucía donde alcanzó su más altas cotas de infamia. Fue en Andalucía donde un puñado de rebotados de los partidos tradicionales se buscaron la nómina con la que pagar las hipotecas y llenar de yogures la nevera. Buscaron acomodo en los asientos. Primero sosteniendo al Susanato y luego al Morenato. Nunca un conjunto de vividores llegó tan alto en Andalucía.

El califa Moreno se encontró con las treinta monedas en el bolsillo del regidor Marín, el medidor del tiempo en Sanlúcar de Barrameda, que se cambió de bando en plena batalla. Era el día en que Zoido venía a destronar a Juanmamo I y traía bajo el brazo al conde duque de Tomares como sustituto. Era el primer califa desde Abderramán elegido a dedo para el solio del sur. Desde los montes de Málaga llegó cabalgando en un corcel blanco nacarado. Era el Santiago cristiano vestido de rey moro con la espada forjada por Bendodo en las entrañas de Judea.

Con una tropa que cabía en una mesa de camilla formó una unión temporal de partidos y un gobierno, a lo que sus primos hermanos, los abascalitos, dieron su consentimiento para formar la primera coalición contra el Napoleón socialista. El destrone del Susanato supuso el fin de su reina. Sin silla en Andalucía y, tras las primarias, sin silla también en el partido. Espadas es lo mejor que tiene el Morenato enfrente. Con él, se le ha aparecido la virgen de Fátima, del Rocío, la Esperanza Macarena y la de Triana juntas. Un tipo que no es más que un fontanero de partido. Un funcionario del PSOE reconvertido en candidato. El yerno perfecto, el que no va a engañar nunca a tu hija, que ni bebe ni fuma.

Un visir en la corte del califa malagueño

El medidor del tiempo Marín entró de visir en la corte del califa malagueño. El eje Cádiz-Málaga se hacía con todo el poder y con el trono. Tomaron al asalto el Palacio de San Telmo, el símbolo de la opresión de los 40 años de hierro, y se apropiaron de todo y de todos pagando, por supuesto, con dinero público. A empujones tomaron los coches oficiales, los móviles de alta gama, los sitios en los mejores restaurantes y hasta al cocinero que habita en Presidencia. Que todo lo pagan los ciudadanos andaluces. Luego había que reescribir la historia de Andalucía. Toda la historia, al completo.

Empezaron con Julio César Moreno Bonilla en el Heraclion de Gadir llorando porque, a la edad de Alejandro, aún no era nada. Luego construyeron la imagen de Trajano Moreno y de Adriano Bonilla. Incluso llegaron a hablar de un godo en el trono de Spania, Recaredo Moreno, y sustituyeron a Isidoro de Sevilla por Sebastián Torres en sus etimologías. La propaganda como forma de gobernar. Y coparon toda la planta noble de San Telmo con las plantillas enteras de los medios que habían sido la oposición al anterior gobierno. Nuevos condes, duques, marqueses y hasta vizcondes y barones colocaron en las sillas de los asesores. Y todos con productividad doble.

La llegada del califa Moreno trajo de nuevo el grito de «vivan las caenas«. Para ellos, el gozo de gobernarlos a todos era como el poder absoluto del que poseía el auténtico anillo. Embridaron la tropa de Marín, la rehicieron en su voluntad y la sometieron a la servidumbre y a la esclavitud cuando el falso Rivera desertó y se hizo prófugo de la política. Marín entregó sin lucha las llaves de Ciudadanos, de la Alcazaba y de la ciudad. Y no lloró como aquel Boabdil que era. Porque le prometieron tierras, títulos e ínsulas si orillaba a todos los suyos.

Y se puso manos a la obra. Rescató el cuaderno azul lleno de nombres y se puso a descuartizar lo que fue una vez su propio partido, sangre de su sangre. Y renegó de todos y de todas, quitó prebendas y privilegios, defenestró a todos los que tenían títulos y eran diputados y hasta concejales, desterró a todos los que consideró bastardos de padre y madre de partido, a los que no tenían rancio abolengo, a los que llegaron en paracaídas desde el Susanato. A todos los pasó por la guillotina de las listas. Incluso taponó la arteria por las que se desangraban los cargos en el trasvase de partido. Vació de nombres los despachos y dio a todos una orden: «¡Id recogiendo!«

El tiempo de los mandos en partido había acabado. Los idus de marzo de alargaron hasta septiembre. El califa estaba contento. Marín los había enterrado a todos y se había quedado sin partido. De relojero a enterrador. Las profesiones cambian con el viento plácido de Bonanza. El califa, como Roma, no paga a traidores. Pero el regidor Marín aun no lo sabe. Cree que tiene la nómina pública asegurada hasta su jubilación, dentro de muy pocos años. Desconoce el odio africano que tienen los del PP a los que no son de su partido. Pronto, muy pronto, todos sus días serán lunes al sol paseando por la arena de Bajo Guía, recordando los tiempos en que una vez fue vicepresidente de toda una Junta.


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Un comentario

  1. Lucía Ramos

    «Les tapan el rostro»…pero…
    «Les dejan los glúteos al aire»
    ¿Qué más da?

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