Cuenta la tradición oral de la antigua Roma que, mucho antes de los idus de marzo, donde el gran César fue muerto en el senado romano, hubo otro que le precedió en grandeza y que su historia escrita nunca llegó a verse ni a recordarse. Era la época en la que los tribunos de la plebe fueron declarados sacrosantos y nadie, ni siquiera senadores o cónsules, podían tocarlos bajo estrictos castigos que incluían incluso la pena de muerte
En esto, se contaba con la larga tradición oral de la caída de un tal Paulus en los albores de la república de Roma. Pertenecía a la gens Sergia, la misma que dio sus frutos siglos después con Catilina, el vilipendiado por Cicerón y posteriores historiadores, al que describían con una depravación moral digna de figurar en los anales antiguos. Pero esto también fue propaganda de culpabilizar a solo un hombre de los males de toda su época. De señalar a uno que veía cómo la vieja república se desmoronaba.
Siguiendo con el hilo del relato, Paulus era recto en sus actuaciones, defendía la ley escrita frente a Cincinato y su banda de optimates, o aristócratas romanos ricos, hasta la extenuación. Cincinato odiaba a aquellos tribunos de la plebe que fueron creados tras la reacción de los plebeyos que abandonaron Roma y amenazaron con crear otra ciudad nueva. Paulus fue uno de los que apoyó su creación cuando Manio Valerio Máximo obligó al Senado a renunciar a derechos de los poderosos a favor de los débiles.
Paulus, el perdedor
Cada vez que la república estaba en peligro, Cayo Paulus daba un paso al frente. Había dado ejemplos de sacrificios personales y había puesto dinero y bienes para alimentar al pueblo. Se presentó varias veces al noble oficio de cónsul y varias veces fracasó en el intento. Por lo que se convirtió en el eterno opositor. Desgraciado también en amores, pues se casó tres veces y se divorció las tres. Se labró entonces la fama de Paulus, el perdedor. Así era moteado por el foro cada vez que aparecía. Y algún senador, al verlo entrar en la plaza del Senado, gritaba: «¡Paulus el perdedor!» Y la plebe reía y se mofaba de él.
Pero era recto, conspicuo, eterno cumplidor de la ley y de todo oficio que se le encargaba. Tan recto era cuando se le dio el cargo de conservar el tesoro de la república, que no solo no disminuyó en su mandato, sino que se amplió el mismo ostensiblemente. De ahí que también se le conociera con la fama de Paulus, el incorruptible. Pues muchos guardianes del tesoro republicano habían metido las manos y se habían enriquecido de forma indigna. Pero los senadores veían esto como algo consustancial a la naturaleza humana. Por ello la obra de Paulus les parecía una traición a su clase, a su familia y al senado mismo.
Tanto preceptores de sus hijos como amas de leche, administradores y mantenedores de su fortuna y de su casa fueron premiados con la libertad
También hizo libertos a muchos de sus esclavos en función de su dedicación a su causa y a su casa. Así, tanto preceptores de sus hijos como amas de leche, administradores y mantenedores de su fortuna y de su casa fueron premiados con la libertad. Pero nunca ninguno de ellos dejó de trabajar ni para él ni para su familia. Algunos de estos libertos los usaba de guardaespaldas porque, al enfrentarse públicamente a Cincinato y sus seguidores, fue varias veces amenazado.
Incluso lo llegaron a acusar de depravación sexual porque nunca frecuentó los famosos lupanares de la antigua Roma, a diferencia de sus enemigos políticos que hacían su vida dentro de ellos, cerraban los negocios en ellos, incluso dictaban las leyes yaciendo en ellos. Tan es así que, incluso alguna vez, la mujer de Cincinato fue a la puerta del mayor lupanar a buscar a su marido tras diez días desaparecido, lo que fue uno de los mayores escándalos de la república. Y fue recordado hasta en los anales de las vírgenes vestales.
Los enemigos de Paulus
Los enemigos de Paulus, el perdedor, el eterno opositor a los cargos de mayor responsabilidad del estado romano, conspiraron siempre contra él por su forma de administrar los cargos menores y por su defensa numantina de las funciones de los tribunos de la plebe. Él se jactaba en el estrado del Senado diciendo que tenía los bolsillos de cristal, y que, si algún senador podía presumir de lo mismo, que diera un paso al frente. Se enorgullecía de su trabajo impecable en el tesoro de la república, que incluso aumentó durante su mandato.
Un día le llegó un anónimo de que Tito Cornelio, su sucesor en el cargo del tesoro, había hecho negocios con el mismo, que gastaba en dádivas y había pagado con cargo a la república a algunos de sus más allegados. Paulo buscó pruebas junto a su eterno amigo y compañero Theodoros, un extraño griego que recitaba de memoria a Homero, pero que era un contable excepcional. Repasaron todas y cada una de las partidas, de las entradas y salidas de monedas de oro, plata y cobre. Y descubrieron que faltaban en pocas cantidades, pero en numerosas ocasiones para no despertar sospechas.
Yo acuso
En la antiquísima escalinata del senado se posicionó Paulus al amanecer esperando la llegada de Tito Cornelio y su séquito, pues venía precedido de unos líctores que anunciaban su presencia, aun cuando estos estaban reservados en exclusiva a los cónsules. En cuanto apareció Paulus se preparó para hablar, y de repente se dirigió a la multitud del foro que aun dormía gritando: Yo acuso. Te acuso a ti, Tito, de dilapidar el tesoro de la ciudad de Roma. En vez de guardarlo como era tu deber, gastaste un dinero público que no era tuyo. Tras pronunciar estas palabras, la ciudad cayó mientras su figura se agigantó ante la plebe.
Pero las cosas de los poderosos no se dirimían en la calle. Por ello, fue obligado por la guardia del Senado a entrar en el mismo y ocupar su asiento. La ciudad hervía por saber qué había pasado, pues ni Paulus ni nadie de su gens ni de su tribu había dado jamás un problema en mil años. Corrió como la pólvora la acusación y fueron a por los senadores, a sus villas y a sus casas. Algunos fueron sacados a golpes de los lupanares donde solían dormir. Así se fueron llenando aquella mañana las escalinatas del Senado, como nunca en dos siglos se habían llenado.
El más viejo de los senadores tomó la palabra y gritó a Paulus que debía probar sus acusaciones. Hizo llamar a Theodoros y, llevando varios esclavos detrás, desplegó los rollos de contabilidad de entradas y salidas del tesoro, con sus descuadres correspondientes
El más viejo de los senadores tomó la palabra y gritó a Paulus que debía probar sus acusaciones. Hizo llamar a Theodoros y, llevando varios esclavos detrás, desplegó los rollos de contabilidad de entradas y salidas del tesoro, con sus descuadres correspondientes. Tito se vio abrumado por la información tan detallada y solicitó la palabra. Y habló así: «Me has acusado esta mañana de faltar al tesoro, de no cumplir con mi sagrado deber. Pero he cumplido. Todo lo que he hecho ha sido legal. Nadie ha robado nada. Se ha pagado en función de las necesidades de la república de Roma».
Entonces, Paulus le habló de unos pagos por contrato a uno de sus familiares más cercanos, a uno de sus cuñados, hermano de su propia mujer, llamada Calpurnia. Y cuantificó la deuda en monedas de oro. Tito aludió que aquello era legal. Eran las comisiones que la república pagó a su cuñado por pagar la retirada de los ecuos, un pueblo que era enemigo eterno de Roma. Y que ya había sido derrotado por las tropas consulares bajo la dictadura de Cincinato. Y, desde entonces, se les pagaba en oro cada año por mantenerse dentro de sus fronteras.
Algunos senadores gritaron justificando las comisiones del cuñado de Tito Cornelio. Pero la justificación de aquellas comisiones eran un atentado contra la existencia misma del Estado. No importaba. Se trataba de salvar la carrera política de Tito, el protegido de Cincinato, el que se señalaba como para ejercer la próxima magistratura consular. Para ello, repartía semanalmente raciones de trigo a la plebe para ganar su favor y que los tribunos de la plebe, presentes en el Senado, lo apoyaran en sus desmanes.
Trágico final
Todo el Senado justificó las acciones de Tito, incluso los más ancianos entre ellos. Los gritos contra Paulus se escuchaban hasta en la calle. Él había denunciado la falta de tesoro y esa denuncia fue usada contra él para favorecer la carrera política de Tito y de Cincinato. Este último, que llegó desde el arado de su campo al estrado senatorial, acusó a Paulus de felonía contra la república, de llevar al pueblo acusaciones contra uno de sus mayores senadores y de ir contra un representante del pueblo. Luego tomaron la palabra sus enemigos y no le dejaron defenderse. Acallaron su palabras con gritos, palmas y abucheos. Finalmente, el Senado decidió despojarlo de la magistratura del Senado, quitarle todos sus títulos y todas sus glorias, expulsarlo maniatado y golpeado del edificio y ejecutarlo en la escalinata del Senado mientras el pueblo aplaudía y jaleaba a sus verdugos.
Hasta aquí llega la historia de Paulus que hemos recuperado, pues su memoria fue borrada de los anales de la república y de las vestales, como si nunca hubiera existido, solo porque intentó ser honesto con la república y perdió la vida por ello.
Increíble!!
Creo que esta historia nunca la leyó Pablo Casado.