la suave perversion

Una imagen alegórica del dolor.

Opinión

La suave perversión

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El dolor siempre da paso al color. Y es que cuando no te duele nada y ves las cosas en su cromatismo puro, los ojos se pueden cerrar para que descansen y asimilen ese momento tan único

Lo normal es que nos duela algo, la cabeza o el corazón, la soledad o la falsa compañía, el ruido interno, la fiesta exterior, que los ojos que más miras siempre se fijen en mi inexistencia… Pero hoy no me duele nada y el color es un ente abstracto que solo entiendo yo. El color como concepto general. No los colores. El color que no duele es difícil de identificar, sobre todo para los enfermos. Los colores sirven para confundirnos y diferenciar las distintas nadas que nos rodean, y por eso son maravillosos. Pero el color de la tranquilidad indolora tiene unos matices nebulosos, como cuando los árboles no te dejan ver el bosque. No ver el todo, porque la parte que te interesa pareciera que no existiese. La suave perversión de estar bien y saberlo.

La tranquilidad siempre es algo temporal. Las aguas corren dentro de mí de manera calmada. Navegan por un circuito cerrado que conocen bien que el peligro de fuga es grande. Tras la explosión de mis tuberías es cuando llega la verdadera calma. La tempestad es algo que va más allá. Un cuadro perteneciente al Renacimiento. Una obra de teatro de un tal Shakespeare. Y este momento próspero sí que mantiene su magia. La magia de la comodidad con uno mismo. Mi estómago es un jacuzzi donde se bañan mis pensamientos. El agua les da calor, pero no los ablandan. Ellos siguen sólidos, aunque sea de forma gaseosa. Nubes que presagian una lluvia deseada. Y es que entre el cielo y el mar sólo está la solidez de lo que el aire se lleva.

No sentirse mal por estar bien

Y es que la suave perversión, que es como he definido antes a estar bien y darse cuenta de ello, es algo tan sencillo como no sentirse mal por estar bien. Tener mala conciencia por no sentirse mal con uno mismo es, sin duda, la peor enfermedad del ser humano contemporáneo. Provocar al otro con la paz interior propia. Ser todo color, mientras los demás sólo ven sus negros y sus grises. Todo sigue tranquilo, aunque eso no signifique que todo vaya como yo quiero, ni muchísimo menos. Pero cuando uno no se molesta, se convierte para otros en un estorbo.

La realidad sigue tranquila en mi acuático estómago, la electricidad sigue sin acercarse a él y eso hace que el chispazo solo sea poético. La belleza solo prende si la dejas por escrito. Ray Bradbury solo cometió un error en su maravillosa novela Fahrenheit 451 y es que el fuego que quemaba los libros era exterior a ellos, cuando se hubieran quemado por sí mismos. Toda escritura es a lo bonzo. Y es que quemarse de esta manera, muchas veces, refresca más que un paseo por mi amada Zaragoza acompañado por el viento del Cierzo.

Y es que cuando estoy en estos días no me preocupo por nada. Quiero decir que no me preocupo por nada que tenga que ver conmigo. Sigo sintiendo empatía por los demás y por sus preocupaciones, pero, en lo que a mi concierne, este estado de suave perversión, me lleva a un pasotismo que ejerzo de manera concienzuda y metódica. Nada me afecta, los problemas que seguro llegarán, los malentendidos ocasionados esta vez por la parte que no soy yo, pues uno en estos días ni siquiera le viene a la mente intentar entender algo, lo que sea, que no dependa solo de mí. Somos nuestro peor enemigo. Sabemos lo que más nos duele, pero también cuando no sentimos ninguno. En ese momento somos indestructibles. Robots de carne y hueso construidos contra cualquiera que quiera deteriorar nuestra carcasa o su interior.

Ser un pervertido de la suavidad. Dejarse mecer por la lana entretejida de mis dedos calientes. Quedarme adormecido mientras la señorita distorsión lleva despierta ahí fuera desde tiempos inmemoriales. Una vez cierro la ventana de mi habitación, solo entran en ella las moscas que vuelan colgadas de mi imaginación. El frío de este invierno me lo fabrico yo y solo busco el calor en las personas que sé que lo saben dar.

Las personas queridas son el mejor fabricante de esta energía y, además, te la dan gratis, cosa que en estos tiempos de inflación habría que darle aún mayor valor. El calor y el color, como conceptos generales. No hay que decir mucho más sobre ellos. Se escriben de manera muy parecida y se sienten de la misma.

La suave perversión de sentirse bien, tarde o temprano acaba. Y está bien que así sea. La comodidad es algo que termina incomodando. Nadie quiere que termine, pero si quieres disfrutarla en todo su esplendor debes conocer su némesis, es decir, cómo somos con nosotros mismos el 95 por ciento del tiempo: maltratadores, cínicos, pendencieros, egoístas y un largo etcétera.

Pero todavía me dura dentro de mí esta droga dura y blanda a la vez. Hecha a imagen y semejanza de mí. Un chute generado por una parte de mí que desconozco cuál es. No sé si consiste en algo mental o alguna sustancia química que segrega el cuerpo de manera natural ante algunos estados emocionales o físicos de la persona. Lo que sé es que me dejo llevar por ella. Como esa canción de Antonio Vega de título parecido y que decía frases que sirven para lo que yo les he contado y que pondrán final a este artículo mejor que lo haría uno, y son las siguientes: «Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti. No esperaba jamás, y no espera si no es por ti. Nunca la oyes hablar, sólo habla contigo y nadie más. Nada puede sufrir que él no pueda solucionar».


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