Conocí a José Luis Balbín hace diez años en La Rotella, a las afueras de Oviedo, merendero con barra de hule, venta de la tuerta, apeadero de sidra fresca fría y comida casera, hierba hasta la barbilla en la terraza de piedra y desconchados nobiliarios
Balbín, buda socrático, reinaba entre palmeros con risa de tragaperras, como si measen las llaves del coche, y mujeres rubias de cintura de avispa, vaqueros extemporáneos y muy pegados, labios de melón a los que algún bisturí dejó para expo. Balbín, al rato, me tendió su tarjeta: «Si necesitáis algo en Madrid, aquí estoy». Mi compañera, peto y espaldar de mi vida, galerista por lo pequeño, abría los ojos como el mejor ciego. Así era el maestro.
Fue una pipa que piensa, entre modernos y señores de gris, y La clave instauró una temperatura en el país, la del debate en independencia sin crispación, la del pensamiento libre y sin ideología a la vez del escupitajo, la de salir todos del tiesto sin interrumpirse, la del diálogo cruzado sin vocerío, una cordialidad socrática, unos temas inflamables.
Todo lo que estaba por hacer pasó por La clave, la obra de su vida: el aborto, la homosexualidad, el divorcio, las drogas y no sigo. Ni dogmas ni viaje embridado: el lenguaje libre, al natural, río inquieto bajo el puente firme del pensamiento, obra de arte. Allí dijo Lola de España, respecto a la bata de cola, «cuando muera quiero que me la metan en la caja», y las carcajadas subieron el tono de una tertulia golosa. La clave fue el espíritu, el careto de la Transición, donde tipos contrarios creían en el abrazo difícil, el de las cuatro manos entre dos, y nadie quiso tirar para lo suyo, a ver si el cesto rompía.
José Luis Balbín brillaba entre calderos de güisqui, mucho on the rocks, vaso piscina, una mariconera donde llevaba papelitos y el alpiste de la pipa, mucho bloc por los bolsillos y aquella sonrisa, grande y estrecha como una goleta, donde con un diente te invitaba a pasar y de paso te decía que todo iba gratis. No le llamé y tengo el tarjetón en la bombonera de los gloriosos, porque no llamo a nadie, pero aquella mañana el maestro me dio una lección, que no sospecho cortesía sino forma entera de vida: la mano tendida, la mano por delante y aquí estoy para lo que necesites, porque a mí también me ayudaron en esto de comer de la palabra por escrito y tres veces al día.
Nunca se movió demasiado, por eso engordaba, y dos viajes salpican su currículum: la corresponsalía en París en los 70 para RTVE, donde todo se lo pulió en libros de segunda mano y vino negro, además de cierto viaje iniciático Praga/Pravia donde volvió a su pueblo para no perderse y ver cómo le seguía el que no era. Muy grande. Solo un gigante obra así.
No fue un periodista de bocina y, siendo progresista, supo lo que fue la bota de Felipe por su debate a la OTAN en el comité de sabios. La clave, suspendida de antena, un poco a lo Krahe, así operaba el andalú de la chaqueta de pana. La roja siempre fue ella, Carmen Romero, y el estribillo de La Bodeguilla, como tanto dijo Umbral, era machirulo de solo dos cojones morenos: «Muhé, calla ya, muhé«.
Balbín, buda de la palabra, jamás creyó ni cayó en sectarismos, apenas dirección única: señalar el mérito allá donde se produzca. Sufrió en sus carnes el franquismo, por edad, y también supo de la intransigencia izquierdista, porque la parábola siempre es la misma: a una hija puta o un hijo maricón igual lo mata antes un obrero de la CNT que el cuñado del Generalísimo. La lucha fue esa y solo esa: la vida en libertad y cada cual a su bola y sin terceros, que hiciese lo que le pete sin daños colaterales. ¿Es tan complejo? Hoy cuesta.
Su fe en la palabra excedía cualquier mitomanía. Leer ensancha, todo y lo que sea, a cualquier hora y sin plan, te abre la cabeza y nada mejor que contradecirse, porque de ahí salen héroes nuevos y uno, sin reservas, comienza a trabajar para la belleza, la bondad y la justicia.
José Luis Balbín no fue un orate ni el fantasmón escapado de la tramoya todavía con la carne en las uñas del último banquete. Hablar requería escuchar, y éste es un verbo muy sencillo. Consiste en prestar atención a lo que se oye, aunque el personal lo olvide debido al cacareo constante. Se lucha por la libertad a cada hora, a cada minuto, porque todos escondemos un fascista dentro y en la intransigencia no hay camino real para nadie.
¿Dónde está la senda de Balbín? Los de Jodemos todo el día con los socialistas en el pico y los de Vox con el aguilucho casi detrás de los mejores souvenirs; los del PP sin explicar del todo sus corrupciones últimas; y los del PSOE en el maquillaje diario de lo que pasa, sin vender al peso la miseria actual, real como mercado de abastos o una enfermedad cotidiana. Aquí nadie hace milagros, tan solo se sobrevive, con ganas y sin reservas.
De los polvos con Pilar Miró salió una novela entera, que no voy a contar aquí y conoce el auditorio a la perfección. Era un seductor, las mujeres se pegaban por él y siempre, intuyo, fue mucho más leal que fiel, otro camino bajo la gloria y más caro para la faltriquera. Tuvo más dudas que certezas, por eso cambió un país, donde lo más urgente eran las preguntas, con dos interrogantes y cortas, porque lo contrario es ya propaganda. José Luis en La Rotella: un amigo inesperado y una lágrima ahora dentro de la taza. Cuánto jode volver a ser contador de gotas llenas.
muy bueno el articulo una formula nueva de obituario greetings
«La Clave del Éxito». Enhorabuena a ambos por el elogio a su fuente.