Cuando empiezo a escribir esto es 21 de marzo de 2023, en el cual comienza la primavera y es el día que se le dedica a la poesía. No podía haber, por tanto, un día mejor para realizar una moción de censura en España. La poesía, que es un género literario que se basa en lo abstracto de la belleza o de la fealdad, de lo bueno o de lo malo, de lo necesario o de lo innecesario
En definitiva, lo mismo que le pasa a nuestra clase política. Eso sí, aquí el verso suelto es un servidor de ustedes, que no le baila el agua a ninguna de esas formaciones más cercanas a organizaciones mafiosas que sólo se mueven por un evidente ánimo de lucro, que a unos grupos interesados en el bien común. Esto último sí que sería poesía para nuestros ojos y nuestros corazones, pero por desgracia, ésta nunca tendrá quién la escriba. Lo mismo que le pasaba al coronel de García Márquez.
Podemos esperar sentados, practicando el Principio de Pascal, que es muy sano y la manera más inteligente de luchar contra los que nos mandan y los que esperan en la oposición para poder hacerlo. No hagamos nada, quedémonos mirando hacia la ventana o hacia ese otro objeto acristalado y luminoso, cuyo sol -como todo en ella- es artificial, y veamos cómo en la televisión salen los actores a representar una función que, aunque se saben muy bien, al final siempre se equivocan. Esa es la razón por la que he visto este debate de moción de censura.
Como siempre, todos dirán que han ganado los suyos. Que su partido es el único que se ha librado del teatrillo que en este día se ha convertido el Congreso de los Diputados. Sus fieles seguidores les darán la razón, felices y gozosos, convencidos de las muchas virtudes de la organización política, que no sólo apoyan en sus redes sociales, sino que hacen algo peor, la votan el día de las elecciones.
Muchos dirán que mi postura es la fácil, que ponerse de perfil ante las muchas opciones políticas que se tiene, a lo que les doy la razón, pero ellos tendrían que dármela a mí en que no hay ninguna buena, me coloca por encima del bien y del mal. Y no es así. Hoy lo fácil es apoyar a un bando. Eso te garantiza que la mitad de quien te lee o escucha va a estar de tu lado de manera activa y vehemente. Entendiendo por bandos y simplificando lo máximo posible, las distintas izquierdas y derechas. Pero cuando uno no encuentra acomodo en ninguna de las dos y lo dice, la soledad va a ser tu única compañera. Y no quiero sonar victimista, pues ni lo quiero ser ni me siento de esa manera. Mi acracia es consecuencia de los partidos políticos. Y por eso nació a posteriori de mi nacimiento como ser social y, por tanto, político. Mi sentimiento ácrata de la vida nace por exceso y por defecto de nuestra clase política.
Lo primero que quería aclarar es el porqué del título elegido para este artículo. Voy al diccionario y busco el significado de la palabra impostura y es el siguiente: «Engaño con apariencia de verdad«. Y qué es esta moción de censura sino una impostura evidente a todas luces. Todos los partidos la critican, pero todos se quieren beneficiar de ella. Buscan el rédito que les ayude a un mejor resultado electoral ante las distintas elecciones que sufriremos este año. No les importa lo que pensamos nosotros, los ciudadanos, esos de los que se preocupan sólo durante este año electoral. Somos su mal necesario para ejercer la partidocracia. Y no me contesten algunos que, si no me gusta ningún partido político, es porque quiero una dictadura. Su simpleza argumental sí que se gobierna por sí sola.
Yo lo que quiero es un sistema donde realmente el pueblo sea el que ponga a sus representantes políticos y pueda controlarles en el uso de su poder de manera constante y efectiva. Y que se haga real esa expresión de los políticos como nuestros servidores públicos, y no que seamos nosotros los que les sigamos sirviendo a ellos como esclavos silenciosos. Vóteme cada cuatro años, pero después estese calladito todo ese tiempo. Yo, durante la campaña electoral, le prometeré y le prometeré muchas cosas, pero una vez la haya metido, me olvidaré de usted como si no le hubiera conocido nunca. Es fácil lo que pido: una democracia activa, donde el pueblo sea escuchado durante los cuatro años de legislatura, pero que no se quede en esa escucha, sino que se le haga caso de manera efectiva.
Ramón Tamames a sus 89 años, sabe que el tiempo es oro, que en cualquier momento puede brillar por su ausencia. Ha dicho lo que quería decir y se ha marchado. Las respuestas de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz han sido más largas que un día sin pan. Puede que esa sea mi sensación, pues eran las tres de la tarde y el gobierno seguía justificando lo bien que lo estaban haciendo todo sin ponerse ni siquiera un poquito colorados por ello. Justo a ellos, a los que el resto de bancadas les acusan de rojos.
En la tarde de ayer, hablaron la mayoría del resto de partidos políticos, pero tampoco resultó interesante lo dicho. Incluso el sopor fue mayor. Pero qué te puedes esperar, por ejemplo del PP, si pone a Cuca Gamarra a cucarachear, a extender sus patitas de manera nerviosa y corretear con su lengua estridente como si estuviera deseosa de encontrar una salida donde esconder el ridículo de su discurso. Y eso que a ella la dejaron para hoy. La gente ya no podía más y, si Cuca hubiera hablado al final de la tarde de ayer, los pensamientos suicidas hubieran acaparado el hemiciclo y los salones de las personas que lo estaban viendo en sus casas. Mejor que lo haya hecho hoy, con el personal fresco y las tragaderas preparadas.
Pero aquí el protagonista, sin duda, ha sido el señor Tamames. Un hombre de evidente edad avanzada que ha aceptado, gracias a la gran consideración que se tiene de sí mismo (es decir, un ego mayor que su edad), una misión que no iba a ninguna parte. La vejez puede que sólo camine hacia la utopía de que desande lo caminado, borrando las huellas hacia una vereda virgen, deseosa de volver a ser estrenada.
Que un hombre que perteneció al Partido Comunista acepte ser el candidato de una moción de censura de un partido que está a la derecha del Partido Popular, no sé si es algo que evidenciaría una decrepitud lógica ante el paso del tiempo o el último vestigio de sabiduría que da la experiencia. Una genialidad que no está al alcance de la mayoría de nosotros, más jóvenes y por tanto más ocupados por el ruido. Ni el futuro nos podrá sacar de esta duda, pero, mientras tanto, el tiempo pasa como si fuera un bucle infinito. Como lo hace la poesía cuando llega la primavera.
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