La pasada noche, durante la lectura de ‘El Quijote’ (siempre mi padre insistía que en ‘El Quijote’ estaba todo lo habido y por haber), el sueño, sin yo desearlo, me trasladó a un país de cuyo nombre prefiero no acordarme, con el mismo coraje y derecho de los que defienden la memoria histórica por ser la verdad de un tiempo trágico transcurrido y vivo pese a aquellos que, con la mentira y el insulto, intentan alcanzar el poder, escondiendo lo que no se puede esconder ni falsificar: la historia
En el sueño, como protagonista real, estaba un emérito rey amante a su manera de su patria. Acudía todas las mañanas de domingo a la puerta de la catedral de la enorme obra Misericordia, de Pérez Galdós, a socorrer a los muchos mendigos que, a las puertas del sagrado y hermoso edificio, pedían limosna para poder dar de comer a su familia.
Para quienes somos dados a leer buena literatura no está de más tan enorme escritor y, dicho sea de paso a la personalidad del buen señor, rodeado del enjambre de pobres con sus coloquios y lamentos con las manos extendidas, que el emérito pronunciara frases caritativas y corteses tenía por nombre enternecido. «La religión es excelente para mantener tranquila a la gente común. La religión es lo que evita que los pobres maten a los ricos… La falta de educación es para el pobre una desventaja mayor que la pobreza», escribe Pérez Galdós.
Por el sueño desfilaron otros escritores como los de la Pardo Bazán con Los pazos de Ulloa, que por cierto, fue ocupado y apropiado el durante muchos años por un dictador del que tampoco quiero acordarme y la íntima amistad que los unía a estos creadores literarios de amor y pasiones. Porque la vida es breve, querido Sancho, y en una obra maestra se alarga y transcurre tiempo y el honor por denunciar tropelías.
Pero en estos sueños que embriagan como luces de bohemia, por hechos y pareceres, de dame pan y dime tonto, suelen aparecer otros personajes de alta estima de escritores como Valle Inclán. Insuperables aventuras y miserias, ahí su Max Estrella en plena elocuencia callejera: «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza, sí». Se premia todo lo malo y así retorna uno a la realidad de la vida, cotidianillo. Y como los sueños, sueños son, no podemos olvidar a nuestro Caderón de la Barca:
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Luego qué más decir sobre sueños y quimeras, qué soñar con el dinero ajeno juego y si despierta la verdad que todo el trajín de mucho poder que sueña una vida de mentiras, cuando la verdad lo despierta mostrando la desnuda realidad, mientras los ministros enmudecen la ley llama a la puerta y la verdad aparece y el emérito enmudece y deja de dar limosnas en las puertas de la catedral… Las aspas de los molinos hacen de ventilador.
La catedral para la religión
El templo para el saber
División de poder
El hombre cuenta la historia
La Historia lo devora a él
El pagano, el individuo libre
¿Qué fue de él ?