Palabra bonita, situación difícil que se agrava, que se agudiza cuando aparecen los egos. Con-vivir no es vivir aislado, es vivir con-otros (perogrullada). Cada ‘yo’ (cada persona) es legítimo poseedor de su libertad; pero cada ‘otro’ lo es de la suya. Por tanto, hay posibilidad de convivencia siempre que no se dé conflicto de libertades. Ésta es premisa esencial
Entre los casos, clases y/o circunstancias de convivencia destaca por su trascendencia la familia. Pero también se dan bastantes otros tipos. No se nos oculta que, dentro del grupo familiar, hay que considerar los distintos niveles que coexisten:
Nivel 1: por un lado, los padres entre sí; por otro, los hijos con sus padres o los hijos entre ellos (hermanos). En todos los casos, el convivir lleva implícito que he de conceder algo de lo que conforma mi personalidad -hábitos-, así como modificar alguna actitud. Cuando aparece el primer habitante del Universo (Adán), el Creador dijo: «No es bueno que el hombre viva solo…». Por tanto, el ser humano es social, no unitario. En ese primer núcleo y sucesivos (hombre-mujer) con-viven y com-parten sus vidas. ¿Será una convivencia plácida y duradera? Podrá serlo en la medida en que ambos hagan converger sus actitudes para lograr el bien común. Si cada uno piensa más en el bien del otro que en el suyo (ausencia de egoísmo). Ya, desde el principio, hay palabras clave llenas de sentido: corazón, amor, ternura, confianza, generosidad, respeto, entrega. Haz que dichas palabras tengan vida; la tienen no solo porque se pronuncien, sino porque las llenamos de contenido. Piensa, medita y practica. Entonces será tu corazón el que repita «la vida es bella».
Evita con todos los medios a tu alcance caer en la rutina, pues ella es la responsable de la pérdida de ilusión y de la caída en picado de tu bien-estar y el de tu cónyuge. Es el momento de reinventar el compromiso, de volver a saborear la felicidad. ¿Recetas? no escuches a tu ego; huye de las frases-trampa («es que antes» o «es que soy así» y otras similares; dedica unos minutos cada día a hacer introspección, te aparecerán ideas como «voy a sonreír más en casa y nunca decir estoy cansado, o, estoy cansada»; voy a tener algún detalle especial (no habitual): comprar un caprichito, unas flores, salir a cenar, ir al teatro… Detalles que revitalizan.
Nivel 2: padres-hijos, hijos-padres. La convivencia en este nivel mucho tiene que ver con el estilo educativo familiar, en el cual los dos extremos son el autoritario y el permisivo. Ambos acaban por ser bastante nefastos, ya que en ninguno de los dos se dará un correcto ni completo desarrollo de la personalidad de los hijos, y así se integrarán en la sociedad con importantes carencias. Serán niños y jóvenes sin preparación adecuada para enfrentarse a la vida -con sus realidades y problemas- porque lo muy probable -por no decir seguro- es que las características de su personalidad van a ser una baja autoestima, inseguridad, falta de orientación, poca fuerza de voluntad, sin criterio propio… En fin, navegarán sin rumbo. ¿Qué se desprende de ello? Pues, ni más ni menos, reconocer lo cruciales que son los años de convivencia familiar. Y aquí es donde pedimos a los padres que se pongan las pilas. No cometan errores: tan importante para su prole son el amor, la ternura, el cariño, las caricias y los abrazos como el ejercicio de la autoridad materno/paterna y el ejemplo. Saber decir a los hijos un no oportuno y a tiempo barrerá de un plumazo un sinnúmero de problemas. Ahora permitidme que añada unos consejos: la familia consciente educa a sus hijos fomentando en ellos actitudes, hábitos y valores (sinceridad, respeto, compartir, laboriosidad, lectura, orden, tolerancia, autocontrol, prudencia, saber escuchar, generosidad, paciencia, no pretender ser el centro…), todo a su debido nivel de edad, pero sabiendo que el niño aprende lo que ve hacer a sus padres: si somos sinceros, ordenados y trabajadores, ellos lo serán por imitación.
Educar con el ejemplo
Los padres no solo enseñan y educan con lo que dicen, también -y más- con el ejemplo. Se trata de verdadera con-vivencia con los hijos, estar con ellos y para ellos, escucharles para que disfruten contando sus cosas, entendiéndolos, dando confianza para que te puedan contar todo, porque hablando con ellos les estáis enseñando a pensar. Otra manera interesante es compartir el tiempo en actividades comunes: jugar, cocinar, ver juntos la TV, leer, pasear, ir al cine, tener un deporte o aficiones comunes… que realicen cosas agradables junto a sus padres. ¡Cuidado, que nunca que un hijo te necesite se te escapen las palabras «ahora no tengo tiempo» o «estoy cansado». Recordad siempre que el tiempo más rentable, el mejor empleado, es el que hayáis dado a vuestros hijos.
Nivel 3: en éste, la convivencia entre hermanos, muy poco habría que añadir a lo descrito en el anterior, ya que al haber vivido el modo paterno-filial, las relaciones de hermanos han venido facilitadas por la propia inercia de actitudes, hábitos y valores (que es el papel de la familia). Si no es así, tendrá que ser tratada bajo aspectos diferenciales, que merecen un estudio aparte.
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