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el amor dura tres anos

Una mujer lee '·El amor dura tres años', de Frédéric Beigbeder.

Cultura, Opinión

Destrozar el corazón

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Hace pocos días, el pasado viernes 6 de enero, vi en el programa de la 2 ‘Un país para leerlo’, cómo una mujer joven recomendaba el libro de Beigbeder ‘El amor dura tres años’, porque textualmente «era un libro que destrozaba el corazón»

Decía que su belleza estaba precisamente en conseguir llevar a cabo tal daño. Que el dolor es algo que puede provocar una belleza relampagueante y cósmica es algo que comparto con ella. En la oscuridad suele haber mucha luz, pues es el lugar donde ésta va a esconderse cuando no quiere que la encuentren. La belleza oscura que te provoca quien sabe hacerte sufrir de manera elegante, calmada, que te mece en ella como si fueras un bebé asustado, terrorífico, muerto, mortal, asesino.

El romanticismo es un dolor estético del alma. Lo que no se ve duele más. La mente sólo toca la herida si ésta está fresca, si acaba de nacer y duele, pues la muerte con la fealdad de su costra es algo que tardará en llegar. Si duele es porque se ama la herida y a quién la provocó. Una tristeza que provoca felicidad. Un desamparo que acompaña. Imaginar el dolor hasta hacerlo real. Que la mente consiga que la realidad se empeore, se vuelva gris, de una liquidez metalizada, una lluvia de lágrimas de un robot que se ha dado cuenta de que no tiene corazón.

El corazón late para quejarse. Porque no puede salir de nosotros y pararse a ver lo que pasa fuera de una cárcel que es una carnicería. Amasijos ensangrentados, la violencia va por dentro y es quien la pone en funcionamiento. El cerebro y el corazón son los detonadores de toda explosión humana. Cuando sientes la taquicardia es que la fiesta ha empezado en el corazón. La música suena de forma atronadora y la sangre sale a borbotones hasta inundar nuestra mirada. Cuando los ojos se inyectan de ella, el yonqui que todos llevamos dentro intenta llenar de aire la jeringuilla. Cuando el corazón baila, el cuerpo solo puede desmayarse.

El sufrimiento tiene algo de belleza fría. Un bloque de hielo al que le da el sol para que sí se hace líquido, sea lo más parecido a un agua amarillenta. Orina del alma, ese es el placer que se esconde tras el disfrute por el dolor interior. Cuando uno tiene muchas ganas de orinar y no puede hacerlo, pues no hay un baño cerca y las reglas de urbanidad y de las buenas costumbres se han impuesto en tu cabeza, como otras muchas, nos decidimos por aguantarnos y sufrir un dolor que se convertirá en el mayor de los placeres una vez hemos podido sacárnoslo de encima. Y este concepto es importante. Quitarnos cuanto antes el dolor que deriva en placer es algo muy estimulante y que engancha. La orina del alma provoca tanto placer que el corazón no lo puede soportar y se destroza a sí mismo, ya que no puede gestionarlo.

El amor dura tres años es una novela que, resumiéndola mucho, se basa en la experiencia de su autor y su relación sentimental con una mujer de la que se enamora perdidamente. Él es un hombre acostumbrado a controlar esas situaciones, es decir, no se ha enamorado nunca. Ha tenido relaciones esporádicas con muchas mujeres donde los sentimientos se encontraban al margen, por lo menos por su lado. Se deja llevar por la comodidad, por sentirse querido por la otra persona y sabe que, al no haber sentimientos en lo que a él respecta, puede llevar las riendas de esas relaciones de manera cerebral y no de forma emocional. Pero, en estas, conoce a una mujer que le trastoca todos los planes. Cae rendido ante ella.

El primer año el amor es de dibujos animados, tiene todos los colores y todas las fantasías se pueden hacer realidad. Todo es bonito, nada duele, todo fluye. No se discute nunca, todo gusta de la otra persona. Hacen el amor hasta cuando están dormidos. Se sueñan y se despiertan juntos. El segundo año se estabiliza el amor, se ven sus partes reales, pero siguen siendo de una belleza y de una sensibilidad imposibles de igualar. El amor tranquilo da un calorcito agradable, resplandeciente, la luz entra en ellos y no sale. Están hinchados. Son un globo luminoso que se pinchará el tercer año. A la magia se le ve el truco y resulta que este es chapucero y cutre.

El aliento de ella empieza a oler a algo que no es fresa ácida. Su carácter temperamental que tanta gracia le hacía ahora le parece el de una bruja insoportable, en cuyo grano de la nariz se encuentra una parte ridícula del pus que ahora rodea al aura, antes celestial, de esa mujer que resulta ser cada vez más desconocida para él.

A partir de su experiencia personal, la intención del autor francés era generalizar con el curso habitual que suele tener una relación amorosa. No sé las razones reales de por qué a aquella mujer preguntada por un libro que le hubiera gustado últimamente dio los argumentos que han originado que escriba este artículo. Me gusta pensar o imaginar, muchas veces es lo mismo, sobre todo cuando el único riesgo es la belleza de lo posible o imposible, dando igual cuál de las dos opciones es la buena, que esta mujer joven empezó una relación con una persona después de haber leído el libro. Da igual el tiempo que hubiera pasado desde ese momento.

Tenemos claro que el libro se le ha quedado clavado en su memoria y en su maltrecho corazón. Esa persona le gusta mucho. Es atenta, generosa, simpática. También es empática y creativa. Sabe cuidarla y mimarla, y le ayuda a saber que ella es una persona con las mismas o más cualidades que la persona que ama. Pero sabe lo de los tres años. Y ya lleva uno. Todo sigue bien. Cuando pasean por las calles todo sigue oliendo a limpio, incluso cuando pasan por delante de los contenedores de basura, que a su paso se convierten en perfumerías. Llevan más de dos años y siguen haciendo el amor a diario. Con lo que eso puede llegar a aburrir y cansar. La innovación en las artes amatorias también tiene sus límites.

No sabe si confiar más en lo que dice el libro o en lo que está viviendo ella. Si hay más verdad en su libro favorito o en lo que le dice su piel y los distintos trozos que hacen por seguir unidos de su corazón. Lo ideal sería que esa persona fuera quien la dejara cuando se cumplieron los tres años. Sin razón aparente. Estando todo tan bien como al principio. Que en la mente de ella estuviera que es imposible luchar contra lo que está escrito. Que cuando se vive como se lee, se corre el riesgo de acabar igual de mal. O de bien, según se mire. O si se mira de una manera de una belleza siempre dolorosa.

Hay un brillo en el sufrimiento que deja la felicidad que se fue. En ese no entender ese cambio tan brusco. Si lo raro e inentendible fue cuando todo era belleza y placer o lo es ahora que se ha convertido en algo putrefacto y molesto. Y ese tipo de cosas que no se entienden son fundamentales para sentirnos vivos. Y la vida no tiene otro objetivo que destrozarte el corazón. Esa mujer joven tenía razón. Mi futuro a tres años vista vuelve a tener su rostro.


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Un comentario

  1. Fran Picón

    Cómo siempre un placer leerte. Un texto interesante en su reflexión y en su invitación a seguir pensando en su temática. Un abrazo.

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