dreamstime

Una alegoría de la lectura y el riesgo. / DREAMSTIME

Cultura, Opinión

Conductores de ambulancia

Comparte este artículo:

El pasado viernes, día 2 de diciembre, se publicó mi primera novela. Y es algo que creo que podía interesar a los que suelen leer estos textos para EL LIBRE con una generosidad y una paciencia impagable

Uno escribe para no hacer otras cosas. La excusa perfecta para hacerme olvidar que existe algo ahí fuera que no necesita ser escrito y que, por tanto, no hay que prestarle atención. La vida que no se debe escribir es la de los que no leen porque no desean hacerlo pudiendo llevarlo a cabo. La gente que no lee es la menos interesante para ser contada por escrito, ya que siguen al pie de la letra la literalidad de la vida. Solo los escritores compiten con ellos en el natural aburrimiento que producen. Y por eso escriben, para dejar pasar al ego, algo que ocupa todo el espacio de una persona que se cree que tiene algo que contar. Y el aburrimiento cuando llega también lo abarca todo.

La somnolencia del instante llena de humo nuestra mirada y la boca fuma una nada muy parecida a los que compran Nobel. Cuando yo fumaba había Nobel Ultralight, y eso era lo más parecido a acercarse los dedos a los labios con la esperanza de que el aliento tomara un sabor distinto al del sueño no recordado. Pero nunca era así, lo único fumado y que prendía era el papel del billete utilizado para comprarlo. Que la vida no te sepa a nada es lo peor.

Todo el que no lee fuma Nobel Ultralight y se entretiene pensando que lo que soñó es la realidad más hermosa que ha vivido. Pero cada día va perdiendo detalles del sueño y se le van quemando los dedos, deseosos de verdades. Por eso aburrirse es tan bueno, se te ocurren ideas que haciendo cosas útiles sería imposible que llegaran a nuestro infrautilizado cerebro. Escribir para no aburrirse y matar la vida. Cada día resucita la realidad y es el momento en que hay que ponerse a escribir. Lo más importante siempre ocurre cuando no somos conscientes de ella.

La forma de contar las cosas es la que demuestra el respeto por el lector. El protagonista de mi novela solo tiene confianza infinita en el lector que le acompaña

Mi novela se titula La luz apagada y la publica la Editorial Pábilo. Es una historia que se cuenta en apenas 200 páginas. Siempre he pensado que la escritura debe acompañar y molestar lo menos posible. No existe la molestia cero, el lector puede no estar de acuerdo con lo escrito, cosa poco importante, pero lo que no puede sentir es que la comunicación no está siendo fluida, hay interrupciones, piedras puestas en mitad del camino, escupitajos que vuelan a la comisura del receptor como una gota de veneno que provoca una intoxicación no deseada.

La forma de contar las cosas es la que demuestra el respeto por el lector. El protagonista de mi novela solo tiene confianza infinita en el lector que le acompaña. El resto de personajes son tan desconocidos como lo son para cualquiera de nosotros la vida de los demás y, cuanto más cercanos, peor, o mejor, según se mire. No les voy a contar la trama, eso no es interesante ahora. Solo puedo decirles que los distintos temas y tramas que aparecen están tratados de una manera que quienes los lean pensarán que es la manera natural de tratarlos en la vida idealizada de cualquier lector. Los lectores quieren que les engañen con las verdades posibles y no hay ningunas como las escritas.

Mi escritura no es picassiana

Es difícil escribir sobre la novela que ha escrito uno, o puede que sea todo lo contrario, y que saber todo sobre la historia creada, es lo que haga de esa presunta facilidad algo demasiado complejo, incluso abstracto. No se asusten, mi escritura no es picassiana, no hay trazos ni figuras geométricas en forma de narraciones vanguardistas o de una innovación inentendible. Uno no es Pynchon ni Foster Wallace ni tampoco Joyce. Nunca podría escribir algo como su Ulises. Necesitaría de una sobredosis de sobriedad a la que no estoy dispuesto a llegar. Ni lo pretendo ni tampoco es el objetivo. Creo más en la estética que en lo farragoso, en la belleza que en la zanja, en el amanecer que en el socavón. Eso no significa que en la novela no haya oscuridad, un ir a tientas por la vida, ¿pero no es esa la manera en la que vamos todos por este mundo? Saber que estás perdido es la mejor demostración de conocer dónde te encuentras.

Escribir la novela fue un acto de desorientación controlada. Una búsqueda de compañía que me ayudará a encontrar ese camino correcto. Pero la soledad debe ser la única compañera del que escribe una narración larga, como lo es una novela. Esa compañía vendrá después en forma de lectores, si es que estos así lo desean. Escribir es estar solo y leer también exige de la misma condición. Los solitarios solo rompen el porqué de su definición cuando se unen de forma natural cada uno ejerciendo una de esas dos acciones. Y es que escribir y leer es una llamada a la acción por parte de esa inmensidad deseosa de esa soledad elegida que tanto acompaña.

El final

Me gustaría contarles algo del final, aunque como maniobra de marketing sea nefasta. Se lo merecen, pues han llegado hasta aquí y el final de cualquier texto debe llevar a algún sitio, aunque este sea inventado o directamente no exista. Otras el final es lógico y predecible y parece escrito por alguien que no lee. Pero es que, aunque pudiera no sabría cómo explicarles el final sin estar en cada una de vuestras cabezas. Cada uno lo entenderá de una manera y no porque su complejidad sea máxima, sino porque lo que no se sabe es porque no está escrito, es difícil de predecir. Y eso no significa que a la novela le falten una frase, o dos, incluso tres, para redondear el posible significado completo de la obra, si es que tuviera que tenerlo. Y es que, como la vida, muchas cosas las vamos aceptando sin que nos den las explicaciones precisas para ello.

Solo los lectores pueden dar el punto y final definitivo a una novela como la mía. En el viaje se sientan en el asiento del copiloto desde el primer instante, sabedores de que habrá accidentes y que tendrán que ponerse al volante tarde o temprano. O puede que sea mejor que conduzcan la ambulancia.


Comparte este artículo:

3 comentarios

  1. Lucía Ramos

    Estimado Manuel:
    Observaré «La luz apagada» con curiosidad y mesura, a la manera de cuando vemos algo por primera vez. Intentaré vislumbrarla claramente, como se hacen las cosas difíciles
    Muchas felicidades por su obra, pues ha logrado encontrar sitio para lo auténtico.
    Espero que se sienta afortunado.
    Saludos afectuosos, Lucía.

  2. MANUEL

    Muchas gracias, soy afortunado por la suerte de que me vayas a leer. Es una novela donde el personaje protagonista necesita de la compañía del lector. Y si este tiene una mirada poética como es tu caso, querida Lucía, entrarás más en la historia e incluso la mejorarás con tus pensamientos que te vayan surgiendo al leerla. Espero que te guste. Un saludo y seguimos adelante, compañera.

  3. Lucía Ramos

    Claramente compañero…
    Sigamos con el baciyelmo de la vida.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*