En aquellos años (los 90) que ahora resultan tan lejanos y a la vez entrañables, escuchaba en mi radiocasette una canción de La Frontera: ‘El límite’
Me gustaba el grupo, que tenía personalidad propia, con su atuendo de tipos duros o forajidos del lejano Oeste. La canción hablaba de amistad, de tiempos mágicos ya perdidos, de la vida y la nostalgia… Hoy la recuerdo al reencontrarme con una vieja amiga, como diría la canción «en el límite del bien y del mal», porque nos ha pasado de todo, bueno, malo y malísimo… y seguimos viviendo y recordando tiempos ya perdidos: las noches hablando hasta las tantas y escuchando el Hablar por hablar en la radio, y sus historias, que nos dejaban con la boca abierta.
Otras noches sin dormir haciendo como que estudiábamos para los exámenes, el instituto, la piscina del pueblo, los primeros amigos y cosas que ya no existen y recordamos con cariño, como las cabinas telefónicas o la Nocilla que sabía a Nocilla.
No nos vemos apenas, no compartimos las mismas amistades ni el mismo ambiente. Ni siquiera nos parecemos… pero, debajo de las arruguillas que ya nos acechan, de las cicatrices del cuerpo y del alma, seguimos siendo las dos niñas que se entienden con muchas palabras, porque siempre he pensado que a buen entendedor no le bastan unas pocas palabras…
La adolescencia nos sacudió y nos vapuleó como una ola y, en esos 90 de veranos de colores fosforitos, Technotronic y Expo, fuimos a la vez las más felices y las más desgraciadas, ahogando en Bitter Kas nuestros complejos y crisis existenciales, mientras contemplábamos la bola de cristales del pub dando vueltas sobre nuestras cabezas y dejando mágicos e hipnóticos pececitos en las paredes… Y en ese estuche de recuerdos que guardo en mi cerebro, todo sigue como ayer. Y solo espero que algún día nos volvamos a ver.
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