Bruce Willis ha dejado de actuar para los demás. Se ha encerrado en su mundo, uno donde le ha comido la lengua un gato con seis vidas a cuestas. A la siguiente irá la vencida. La derrota perfecta. De la que no se sale
Bruce Willis no podrá volver a comunicarse con los demás de una manera normal, es decir, como nos pasa al resto sin necesidad de buscarnos una excusa tan buena como la que él tiene. Hablar por hablar se ha convertido en un arte digno del silencio. Hablar como una huida hacia adelante, algo que no sabemos cómo va a acabar, pero que seguro que no lo hará de una manera ordenada, armónica, con sentido. Precisamente, en ese sinsentido es donde se encuentra su única utilidad. Saberse perdido en el camino de las palabras es lo que las hace poéticas, inanes, insustanciales, bellas.
A Bruce Willis se le diagnosticó hace ya algún tiempo afasia, una enfermedad donde no se encuentran las palabras adecuadas que permitan una comunicación con el receptor de las mismas. Tampoco se entiende lo que dice el otro, algo que muchos pueden pensar que es una ventaja, pero que no demuestra otra cosa que una falta de respeto con el que te está escuchando.
En una sociedad como la nuestra, donde todo el mundo tiene acceso a la educación, intentar explicarse bien debería ser una de las primeras normas de urbanidad entre las personas. La persona que demuestra pasotismo en estos menesteres demuestra una falta de respeto enorme hacia el otro. Captar la atención del otro debe ser valorado como se merece. Las causas de la afasia pueden ser varias, pero las principales son un tumor cerebral o un derrame. Es una enfermedad neurodegenerativa que avanza y se desarrolla con el paso del tiempo.
Bruce Willis se encuentra incomunicado. No se debe a una Filomena. Una nevada donde un alcalde populista, valga la redundancia, coja una pala para sentir, aunque sea por unos minutos, lo que es pertenecer a la clase obrera. O ayudar a empujar un par de coches que se han quedado atascados en mitad de la carretera, sin moverlos ni un centímetro. Pero en las fotos queda muy bien, y lo que hay en ellas tampoco se mueve, para su suerte.
Pero yo no he venido a este artículo a hablar de políticos, todos expertos en provocar enfermedades, sean cuales sean las siglas del partido al que pertenecen. Aquí también todos permanecemos mudos ante sus desmanes. Bruce Willis vuelve a ser más honesto que cualquiera de nosotros.
Bruce Willis podrá desarrollar ahora su mundo interior. Pensarse mientras su degeneración neuronal avanza. Tendrá que intentar correr más que ella. Correr con la mente. Que esta sea más rápida que la luminosa enfermedad. Que el mundo de sus ideas adelante a la velocidad de la luz. Todos recordamos las principales carreras metafóricas de nuestras vidas. Bruce Willis se encuentra, victorioso, en la línea de meta de olvidar si alguna vez corrió alguna. Ser, pero no estar. Cuando estos verbos copulan y se olvidan del placer… y de todo lo demás.
Que el proceso degenerativo de la enfermedad de Bruce Willis avanzaba sin remisión se hizo patente cuando el pasado 16 de febrero, hace apenas una semana, se le diagnosticó demencia frontotemporal. La demencia suele estar asociada a la pérdida de memoria, pero no lo es en este caso, pues afecta al lenguaje y a la realización de tareas físicas, por sencillas que parezcan, como coger un vaso de agua para bebérselo.
Bruce Willis fue una estrella de Hollywood atípica. Un calvo elegante. Un Santiago Segura con clase y con gracia. Una belleza masculina de toda la vida, desapercibida, común, carismática. Brad Pitt o Leonardo DiCaprio son guapos evidentes, estruendosos. Dos elefantes asustando a la cacharrería, para que esta se suicide antes de que entren ellos. Bruce Willis era un actor creíble. Alguien que caía bien porque podía pasar por tu vecino del tercero o por parecerse al funcionario de rostro difuso que te ayuda en las gestiones con la administración.
Bruce Willis representaba como nadie al hombre normal, de belleza desapercibida, de masculinidad segura y entrañable. Un hombre divertido, pero que no se había comido a un payaso. Un hombre que no le importaba mostrar sus inseguridades, pues le representaban tanto como cualquier otra característica de su forma de ser.
Estuvo casado con Demi Moore y eso sería más que suficiente para merecerse este artículo y todo lo que se ha escrito y escribirá sobre él. Un servidor, a Demi Moore, la llamaba Dame más, una traducción bastante libre con la que uno se hacía sus pajas mentales cuando los imaginaba juntos y revueltos. Compartir mis simplezas con ustedes, queridos lectores, me libera de algunos de mis fantasmas y perturbaciones varias que uno posee.
Yo le conocí siendo muy pequeño con la serie Luz de luna. Una serie que mezclaba la comedia, el drama y el romance de manera magistral. Cybill Shepherd y Bruce Willis hacían de dos detectives privados que tenían que resolver el caso en cuestión. Maddie y David son los nombres de sus personajes. Maddie es una exmodelo arruinada por su agente que ha invertido su dinero de mala manera en diferentes negocios. Uno de ellos es una agencia de detectives que David lleva de manera despreocupada. Ella decide seguir con ella y, juntos, su química es una bomba de relojería. El halo misterioso que desprende su relación laboral y personal. Una tensión sexual y amorosa no resuelta.
Todo ello hacía que fuera difícil quitar la mirada de la pantalla, y porque, cuando la mía coincide con la de Cybill Sepherd, se me eriza la piel y los ojos me sudan como si los hubiera echado a un caldero donde ella es la bruja que los remueve junto al resto de mis huesitos temblorosos. En su mirada, la electricidad se cortaba con un cuchillo cuyo conductor era mi corazón. En su mirada de enamorada se escondía una niña perdida. Cuando miraba desde el odio de sus iris, los hombres como yo hubiéramos explotado todas las minas de oro para dejárselo a sus pies. En esa energía ocular se podía garantizar la permanencia de nuestra especie.
Bruce Willis tenía la apariencia de un perdedor que no se resistió a ganar. Un buen ejemplo fue su papel en Pulp Fiction de Tarantino. Un boxeador que debe dejarse ganar en un combate amañado, pero que decide ganar y largarse con el dinero. Bruce Willis siempre se salía con la suya, aunque pareciera que no iba a ser así. Ahora con esta enfermedad, a mí me gusta pensar que también es así, que todo esto es parte de su último plan: ir apagándose de manera tranquila, imbuido en su mundo, tanto que no lo puede explicar hacia afuera. Desaprender como último acto de rebeldía. No intenten llamarle. Bruce Willis está apagado o fuera de cobertura.
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