Y el pollito salió del nido

Final de Mayo. Día de Corpus en Sevilla y ‘calorazo’ aplastante. Quiénes habrán sido los valientes que han ido a pleno centro (ya arde el suelo) a la Catedral y alrededores, a chocarse con gente por todos lados, a no encontrar sitio para tomarse una mísera cerveza o a tomársela con un par de tapas y gastarse un riñón. Ya os digo yo que no soy de esas valientes…

Hoy tenía otra misión que ocupaba mi pensamiento: la niña se va de viaje de fin de curso. Ha sido un año de muchos cambios, quizás demasiados para su ya muy pensante cabecita: acaba Primaria y el año que viene empieza una nueva etapa, dejando el colegio y llegando al instituto. Se plantea si serán demasiado difíciles las materias y los exámenes, si encontrará nuevos amigos… Ya empiezan las hormonas a dar lata, la casita y sus muñecas hace ya más de un año que acumulan polvo en un rincón, le da vergüenza si entro en el baño y se tapa con la toalla. Algunas pelis que veía ya le parece que tienen «poca chicha» y busca contenidos mas complejos. Empieza a hacerse y a hacerme algunas preguntas, pero a mí me dan más miedo las que no se atreve o no quiere formular.

Preparamos su maleta porque es la primera vez que deja el nido tanto tiempo. Y qué mal si se olvida algo imprescindible…

Llega el autobús y todo es un lío de maletas y niños revueltos, entrando a presión y con los padres alrededor diciendo todos lo mismo. No quiero que vea que se me escapan dos lagrimillas. Vienen los típicos comentarios: «Qué a gusto vais a estar sin los niños tres días». Sonrío pensando en esa serie de Netflix que voy a poder ver con tranquilidad, sin pararla a la mitad porque me siento culpable, o dándole al botón de adelantar para que no vea cosas que no debe.

Recuperar el reino perdido

Los padres creemos que, en tres días, recuperaremos el reino perdido y podremos disponer libremente de nuestra hora de siesta sin que nos salte encima un grumete cuando estamos más a gusto. O comernos el helaíto sin que nos lambruceen al lado; o pintar tranquilamente ese cuadro que teníamos a la mitad y que hemos dejado mil veces por hacer la cena / bañar niños / llevarlos al parque… Todas esas rutinas obligadas cuando se tienen niños. Pero, al final, nuestro tiempo dorado y adorado lo gastamos en pensar que estará haciendo, si lo está pasando bien, si se apañará sola.

Vivo como Santa Teresa, «sin vivir en mí», porque siento que me falta un pedacito. Sonrío pensando en todos esos padres con el móvil en la mano, esperando a que pite algún mensaje o a que llegue la hora en la que se puede llamar a los niños. Esos padres andando como zombis por el Mercadona para comprar tranquilos, pero también para matar el tiempo y, de paso, mirar el móvil por si mandaran alguna foto en la piscina. Esos padres que querían estar solos y ahora no saben qué decirse, que iban a hacer limpieza profunda y tirar juguetes pero que, mejor pensado, se ponen bajo el aire acondicionado a estirar por fin las piernas. Los que estaban hasta el gorro de los niños y ahora huelen sus pijamitas para ver si conservan su olor y se preguntan si los niños se acordarán de ellos…

Jóvenes, pero no sobradamente preparados

Primer viaje de los pollitos solos, primera aventura fuera del nido. Una experiencia de la que aprenderán sin duda. Ahora se forjarán amistades, aunque éstas se disuelvan como el azúcar en el café, cuando empiece el nuevo curso.

Son jóvenes, pero no están sobradamente preparados, y con el sistema educativo que tenemos (en el que los pasan de curso con cuatro suspensos) dudo que lo estén algún día.

No quiero ni pensar que futuro les espera. No hay más que ver el panorama político: nuestro narcisista presidente se está metiendo ya en demasiados jardines, el último es apoyar la creación del Estado palestino (o islámico). No ha tenido bastante con pactar con los que apoyan al terrorismo. Sigue sin admitir que lo que hizo su mujer (con su ayuda) se llama tráfico de influencias y no es buena cosa.

Los jóvenes cada vez lo tienen peor, porque sigue sin dar ayudas para el empleo (las ayudas acaban en quien no da un palo al agua o vive del trapicheo). Muchos de los que cobran esas ayudas presumen en TikTok de sus pisos cubiertos de mármol, mientras que los que estudian y trabajan cada vez lo tienen más difícil para acceder a una vivienda.

En fin, disculpen que les deje. Tengo una llamada.