El aire se vicia para que lo respire. Todo es tóxico en este mundo menos los ojos de Lucía. La realidad se contamina con la naturalidad de lo que lo es desde el principio de los tiempos. Eso no quita que no vea la belleza avasalladora de la vida. Berta Vázquez, la actriz de la serie ‘Vis a Vis’, ha sido duramente criticada por ir a la gala de los Goya con un sobrepeso que está más en la grasienta mirada del que critica que en el cuerpo que sujeta su bello rostro y sus curvilíneos pensamientos
Ella habló de que pasó por un proceso de depresión, de inseguridad con su cuerpo y con su situación personal dentro de la industria del cine. La inseguridad es bella, humana, necesaria. La fragilidad puede explotar por cualquier lado. Alimentarse del miedo. Quedártelo dentro porque solo puedes vomitar la incomprensión. Lo que hay fuera de nosotros aún está más vacío. Somos un vaso que solo se llena cuando pegamos los cristales rotos del que estaba hecho. Beber vino o beber sangre, la cosa es encharcarse el estómago de una ebriedad sobrevenida, que estaba antes de la sustancia tomada, pues la generamos con la naturalidad con la que sudamos. Gotas que saltan por nuestra frente, por el pecho, en un enloquecido baile ejecutado al borde de un precipicio.
Cuando te dejas caer, el cuerpo no pesa. Espachurrados, todos nos igualamos y nuestros vientres disfrutan de unas planicies muy parecidas. Berta Vázquez es bella porque tiene miedo y no tiene miedo a mostrarlo. Ser valiente en la debilidad. Brillar en el agujero. Sonreír cuando la boca está sellada por una tristeza cosida con alambres oxidados.
Alfonso J. Ussía va a sacar en poco tiempo una novela sobre el suicidio. Se titula El puente de los suicidas, y eso que todos los días son laborables para los que gozan de esta condición. Sus pensamientos van mucho más allá de una jornada laboral. Pensar en cómo hacer las cosas siempre es una tarea más costosa en tiempo y esfuerzo que llevarla a cabo. Para matarse pasa como con todo lo demás: es más cuestión de hacerlo que de pensarlo. Pensar atrasa la acción. Y actuar es arrepentirse demasiado tarde. Dicen que en el punto medio suele estar la virtud y, por eso, creo que mi amiga L. B. me regaló por mi último cumpleaños un libro titulado Notas de suicidio, de Marc Calellas. Un hombre que viene del mundo del teatro para el que la performance es algo vital, y nunca mejor dicho. El suicida lleva la performance a su lugar más sagrado, más épico, algo que si sale bien, hace de ese día la obra de arte más crepuscular y luminosa.
Un regalo inesperado
Cuando mi amiga me entregó su regalo y vi lo que era no pude parar de reír durante los primeros minutos. Muchas otras personas estoy convencido que se lo hubieran tomado a mal. Pero qué es la amistad sino esperar a ver si tu amigo triunfa o fracasa ante esta experiencia vital. Un servidor se puede tomar este regalo de muchas maneras. El libro va sobre todo de escritores (también hay otras profesiones) y de las notas que dejaron como despedida antes de acertar con la manera en la que iban a dejar este mundo.
Ella sabe que me gusta escribir y puede que me esté deseando una muerte natural mientras practico esta noble acción, sobre todo para los que no comemos de ella, y no porque no nos lo merezcamos. El azar no solo es vital para dejarse la vida en el camino, sino para que vean que eres, por lo menos, igual de competente que los que no lo son nada. Ser esa nada que anhela el suicida, romántico empedernido que no quiere serlo. El suicida perfecto es el que se deja llevar por la vida. El que no le pide nada a esta, solo que le abandone con la misma seguridad de sus primeras novias. Que lleva una vida rutinaria porque no le queda otra o, precisamente, esa sea la razón. Un funcionario que ficha cada mañana que se despierta y abre los ojos. Cuando la vida que sobra es lo que queda del día que acaba de comenzar.
Buscar la alegría de Berta Vázquez, o por lo menos un estado de quietud, de calma, de una tranquilidad suave como la arena fina de su mirada, podría ser un buen sucedáneo para la vida deseada por el suicida. Puede que ella ya esté bien, pero transmitir paz es la mejor manera de ayudar a la guerra interna de los demás. El suicida ama la vida y por eso no la soporta. El suicida quiere que vivan los demás, cosa que muchos otros, que no pertenecen a su club, se empeñan en quitarse la vida los unos a los otros.
En este toxicosmos en el que habitamos, se respira una vida muerta, un oxígeno ahogado en la evidente invidencia ante los sentimientos de los demás. Mostramos una psicopatía empática con el enemigo. Que cada uno viva o muera a su manera, que la idealice de la manera que más le guste. Pero que nadie lo haga por ellos ni le induzca a ninguna de las dos. Obligar a vivir o provocar la muerte es algo propio de los tiranos de la peor estofa. Solo hay una cosa que deberíamos aplicarnos todos: métete en tu vida y no salgas de ella ni muerto.
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