san telmo halloween

Un fotomontaje con dos zombis a las puertas del Palacio de San Telmo.

Opinión

Pesadilla en San Telmo Street

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Llego con mis bártulos de periodista, como cualquier martes, a San Telmo. Saludo a Policía Nacional y miembros de la vigilancia privada. Al cruzar mi mirada con ellos, veo una risa sardónica y, fijándome bien, son cuencas vacías: no hay globos oculares en sus caras

Sigo hacia adelante con la cabeza baja, sumido en mis pensamientos, cuando un murciélago con un maletín vuela cada vez más alto y lo deja caer en la azotea. Huele a azufre. Los cochazos de alta gama, aparcados para salir pitando cuando se dé la orden adecuada, son hoy vehículos derretidos, con ruedas que sonríen con el maquillaje del Joker. En el asiento de atrás, hay manchas rojas por todas partes, como en aquella escena de Pulp Fiction. «Habrá que llamar al señor Lobo de Málaga para arreglar esto», musito entre dientes.

Los botes de gel hidroalcohólico han sido sustituidos por candelabros con velas moradas. Un chambelán que se parece a los skeksis de la mítica película de los años 80 Cristal oscuro me informa de que la sala de prensa está en cuarentena debido a un brote de un raro virus que tiene que ver con la posverdad. La rueda será en otro habitáculo.

Abro con sumo cuidado la portezuela y escucho un órgano de iglesia tocando el réquiem. Lo toca un esqueleto con corbata con movimientos en stop motion (¿está Sam Raimi al frente de esto?). No encuentro a ningún compañero entre las sillas negras. De repente, aparece una especie de maestro de ceremonias con barba, muy alto y con agujas en la cara. ¿Es la rueda de prensa del Consejo de Gobierno o un remake de Hellraiser?

Entonces, empiezan a salir decenas de cenobitas del techo, de paredes que se rasgan como un vestido de gasa mortal. Hay una oveja llamada Andalucía en el centro de la sala balando sin parar. Aquí no van a informar sobre nada, sólo quieren sacrificar al animal para repartirse sus órganos. También hay zombis encadenados a las columnas, como si fueran un decorado macabro. Quizá he visto demasiadas películas de terror, pero sigo frotándome los ojos y esos engendros que parecen sacados del filme Ghoulies empiezan a darle trabajo al cuchillo. Una puñalada cada uno. Y son 14.

¿La venganza de los oprimidos y de los marginados?

Salgo corriendo de esa sala infernal no sin antes grabar la escena con el móvil. Mis piernas me responden a pesar de mi sobrepeso, así que corro hasta la puerta pero, al llegar al jardín, Jason Voorhees, Michael Myers y Freddy Krueger, con cuchillas a estrenar, me saludan y entran lentamente en la sala de los cenobitas. Oigo gritos, alaridos, porrazos, carne destrozada… ¿Es la venganza de los oprimidos y de los marginados? Sigo mi camino. Logro salir de ese palacio por cuyas ventanas está saliendo humo negro y un reguero de almas atormentadas chillando de una forma indescriptible. Desaparecen de mi vista a la altura de la Torre del Oro.

Por fin estoy en casa. Suelto la mochila y me siento en el ordenador, pero se va la luz. A tientas y a duras penas, cojo la linterna comprada en el chino y, al encenderla, veo que Chucky está a dos palmos de mi nariz y quiere jugar con un cuchillo jamonero. Lo empujo y cae escaleras abajo. La caída le provoca un cortocircuito que le hace decir en bucle: «Mentira. Mentira. Mentira. Mentira…».

Me tomo el Terbasmin Turbuhaler para recuperar el aliento y me pongo delante de la pantalla en blanco. Entonces, me quedo atónito al ver cómo las teclas se mueven solas para poner en la pantalla la palabra MENTIRA. Me caigo al suelo del respingo que pego… Una mano me ayuda a levantarme. No es otro que Jigsaw, que me susurra al oído: «Prepararé mi juego más especial para los mentirosos, para los hipócritas, para los que abusan de la gente desfavorecida…». Joder, todos los iconos del terror se me van a aparecer el mismo día.

Justo cuando Ghostface acercaba el cuchillo para apuñalarme el corazón, me desperté gritando: «¡¡Mentira!!». La cama era de agua y el sol trataba de secarla entrando a ráfagas por los agujeros de la persiana. Mi móvil ha amanecido con la pantalla resquebrajada. Trato de arrancarlo, pero el fundido a negro es perenne. La máscara de Viernes 13 seguía colgada en el pomo de la puerta, una parte del atrezo de la fiesta de anoche.

La sugestión de la noche de Halloween, Tosantos por estos lares, me ha jugado una mala pasada. Sólo quedan seis días para el próximo martes, el regreso a la cruda realidad.


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