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presion social

Una imagen alegórica de la presión social.

Opinión, Política

Personajes, figurantes y presión social

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Se conoce como influencia social la capacidad que un entorno social tiene para modificar o determinar el comportamiento de una persona

El contexto social no es otra cosa que esas personas con las que tenemos algún contacto, las que vemos y oímos, ya sea de forma física o por televisión, en plataformas on line, por teléfono, etc. La presión social es la fuerza que ejerce en cada uno de nosotros la influencia social, una suerte de alquimia que tiene lugar en todas y cada una de nuestras cabecitas de kilo y medio, condicionando buena parte de nuestras decisiones, nuestros comportamientos y, en definitiva, nuestra identidad.

Existe una vasta literatura relacionada con el área de investigación de la influencia social, con experimentos en condiciones de laboratorio que muestran cómo el ser humano adapta sus juicios para concordar con el resto de miembros de un grupo (Asch, 1956). Dicho de otra forma: que las personas mentimos y abdicamos de nuestra visión de las cosas si este es el precio a pagar para continuar formando parte de un grupo de referencia.

Otras investigaciones dejan de manifiesto cómo somos capaces de hacer daño -físico- a terceros de manera arbitraria para responder a las expectativas de una determinada figura de autoridad (Milgram, 1974). Lejos de las condiciones controladas de los estudios, cualquiera puede haber presenciado en su entorno situaciones equivalentes a estas.

Movimientos populistas

En una perspectiva macro, tenemos la referencia de los comportamientos de personas en los regímenes nazi, comunistas o fascistas en la historia del siglo XX. Y, más próximos en el tiempo, tenemos los casos de los nacionalismos, los movimientos populistas de extrema derecha y la izquierda radical, más parecidos entre ellos de lo que creen (no en vano, no hace mucho votaron todos juntos en el Parlamento Europeo contra la retirada de la inmunidad de Puigdemont).

Tanto los nacionalismos como los populismos extremistas, o en su día el movimiento pro Brexit, se alimentan de un argumentario plagado de mentiras y medias verdades más o menos flagrantes que sus seguidores asumen y defienden para reforzar su sentimiento de pertenencia a sus grupos de referencia. Este mecanismo se replica en los seguidores de todo grupo político, no solo en los partidos extremos. De hecho, todos los partidos son extremistas a su manera.

Pero, en esta ocasión, voy a salirme del plano político y dar un paso atrás en busca de una perspectiva más amplia que considere a cada uno de nosotros no ya sujetos políticos, sino personas en comunidad, personas en sentido amplio. Imaginémonos por un momento que nuestras preferencias políticas solo son un pequeño rasgo de los muchos, muchísimos que nos definen. Perteneciendo a múltiples grupos de referencia, la presión social que cada uno de estos grupos puede ejercer también se multiplica, imponiéndonos un ejercicio de equilibrismo que promueve la inacción, la indeterminación y el silencio con el objeto de evitar el señalamiento desde alguno de los múltiples grupos de referencia a los que pertenecemos o deseamos pertenecer.

Sin comerlo ni beberlo, acabamos en un entorno que demanda de nosotros que seamos dóciles, silenciosos y receptivos a lo que venga. Domesticados. Para rematar la faena, a esto se le llama estar adaptado, quedando de manifiesto la connotación negativa que supone salirse del rebaño (excepto, claro está, cuando esa salida del rebaño viene avalada por el dinero). No se trata de algo propio de nuestros días, esto es así desde siempre, aunque, posiblemente, una de las cosas que nos aporta internet sea la posibilidad de ampliar nuestros grupos de pertenencia y en la misma medida, ampliar la presión social asumida.

Culturalmente, todo el que se ha salido de la norma ha sido señalado como siendo un personaje. Personaje es el título peyorativo con el que se identifica a alguien que se desmarca de lo establecido como normal y que no debería hacerlo. Nadie quiere ser tildado de personaje, derivación despectiva de la palabra persona, originaria del griego donde significaba máscara de actor. Pero, ¿cómo fueron considerados por sus iguales individuos como Cervantes, Van Gogh, Ramón y Cajal, Servet, Galileo Galilei y un etcétera tan largo que ocuparía un tomo de enciclopedia? Buena parte de las personalidades que contribuyeron al avance de la humanidad fueron tratados como personajes, algunos con mejor final que otros. Y no es que la revolución devore a sus hijos, es que el animal de costumbres quiere sobrevivir a toda costa.

Sin embargo, en la pantalla del cine solo aparecen dos tipos de personas: los personajes y los figurantes. No hay más. Quizás, tal y como en nuestro día a día. Y evitando ser personajes, nos asumimos como figurantes. Así, dejaremos que, poco a poco, el recelo al señalamiento nos transforme en entidades secundarias, previsibles, sin aristas, inocuas y grises que, progresivamente, irán abdicando de manera evolutiva hasta de llorar al nacer.

Cada vez más, seremos figurantes como los que señalaban a Juan de la Cierva, ese chalado que decidió hacer un coche con hélices… Figurantes como los que se reían a carcajada limpia en Roma de Galileo y sus ideas, figurantes como los que observaban quemarse la carne de Miguel Servet o figurantes hurgando como cuadrúpedos entre las redes sociales en busca de alguna trufa que llevarse al espíritu. Eso sí, sin que se entere nadie. Absoluto anonimato y absoluta inocuidad. Irrelevantes. Innecesarios. ¿A dónde vamos así?

Si es cierto que la capacidad de cambio y adaptación del ser humano es enorme, tenemos una excelente oportunidad para demostrarlo. Empezando por cambiarnos a nosotros mismos, dejando de ser figurantes, al menos de vez en cuando, y asumiendo el protagonismo que nos corresponde, el personaje que decidimos ser. Y continuando por cambiar a quienes nos gobiernan y sobre todo cómo nos gobiernan. A partir de ese momento, tendremos una enorme andadura por delante: infinita, como lo es todo aquello que es auténtico.


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2 comentarios

  1. Jose Ramón Talero Islán

    Magnífico, Gerardo, muy buen artículo… Efectivamente necesitamos muchos personajes y excluir a tanto figurante. Mi más sincera enhorabuena y saludos cordiales.

    • Gerardo

      Muchas gracias José Ramón, es Ud. muy amable. En efecto, creo que debemos asumir más responsabilidades individualmente.
      Reciba un cordial saludo.

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