Muere Francisco Ibáñez, la gran leyenda del tebeo español

Siempre leí tebeos, desde que tengo uso de razón. Incluso antes de aprender a leer, cogía los cómics de Spiderman de mi hermano, nueve años mayor, y me inventaba lo que ponía en los bocadillos

Recuerdo un verano entero sin salir a la calle leyendo tebeos y escuchando las cintas de casete con los chistes de Pepe da Rosa. Y en ese torrente cultural, había un taco de Mortadelo y Filemón, claro. Eran de la colección Olé (Editorial Bruguera) y los leí y los releí durante años: Magín el mago, Mundial 78, Juegos Olímpicos Moscú 80, Chapeau, el esmirriau, Los inventos del profesor Bacterio… Una delicia, un chute de imaginación para mi mente a medio hacer, una diversión inigualable.

Hoy se nos ha ido el maestro de maestros, el mejor historietista, el más longevo, el más simpático, el más internacional. Hoy ha fallecido, a los 87 años de edad, Francisco Ibáñez, el creador de personajes que nos acompañarán por los siglos de los siglos, como los agentes de la TIA ya mencionados, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, 13 Rue del Percebe… Un legado ingente a la altura de otros grandes iconos del tebeo como Uderzo y Goscinny. La llama de la diversión en viñetas se prendió en octubre de 1947, cuando nuestro héroe tenía 11 años y publicó su primer dibujo en la revista Chicos.​

Porque Ibáñez ha publicado las historietas de nuestros queridos espías en multitud de países, han sido traducidas a muchos idiomas (portugués, italiano, sueco, danés, serbio, polaco, turco, chino, japonés…) y han inspirado una saga de películas, una serie animada, videojuegos y hasta un musical. Además, el autor catalán ganó múltiples premios, como el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona, la Cruz de San Jordi o la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Ibáñez generó en viñetas un catálogo de seres y estares muy de aquí: la ley del mínimo esfuerzo, los vendedores de motos, los políticos corruptos (El tesorero se basa en el caso Bárcenas), los enterados, los listillos, los inventores de postureo, la envidia, la chapuza y, sobre todo, la ilusión de que dos agentes españoles torpones pudieran resolver, aunque fuera sin querer, casos de relevancia internacional y cambiar el curso de unos mundiales o de unos juegos olímpicos. Pero, cuando la historieta parece que va a acabar bien, una última torpeza de Mortadelo termina siempre por joderlo todo.

Crítica lacerante al estado de la sanidad pública

En 2018 y posiblemente influenciado por las múltiples manifestaciones organizadas en aquella época por la Asociación Justicia por la Sanidad con Jesús Candel a la cabeza, que visibilizó en toda España los problemas de la sanidad pública, Ibáñez publicó el número 194 de la colección Magos del Humor, titulado Urgencias del hospital… ¡fatal!

El argumento es el siguiente: las urgencias de los hospitales están colapsadas y todo va patas arriba. A raíz de esta situación se están abriendo cada vez más hospitales privados. El Súper les encarga a Mortadelo y Filemón que se infiltren en los hospitales, para ver qué está sucediendo. Para ello, se disfrazan de doctores y, en uno de estos hospitales, conocerán al cirujano jefe, que no es otro que Rompetechos.

Una longevidad profesional impresionante

Coetáneo de otros dos artistas del lápiz de la edad dorada del tebeo español -cuando toda la familia los leía y se podían comprar en cualquier quiosco o librería- como Escobar (Zipi y Zape) y Vázquez (La familia Trapisonda y Anacleto, agente secreto), este hombre con cara de médico de cabecera ha tenido una de las carreras más longevas de la historia del cómic, publicando historietas de Mortadelo en ocho décadas distintas, desde 1958 hasta este año 2023, en el que acaba de publicar su versión descacharrante del Mundial de baloncesto que comenzará el próximo 25 de agosto.

Corramos esta noche, como homenaje al Pau Gasol de los dibujantes (y guionistas de tebeos) españoles, hasta Laponia. Hasta el Mar de China y más allá. Hasta Tombuctú. Corramos, como hacen siempre Mortadelo y Filemón perseguidos por el superintendente Vicente, acompañado a veces por el profesor Bacterio y por Ofelia, soltando sapos y culebras en los bocadillos de la última viñeta. Rememos hasta las Antípodas y disfracémonos de lagarterana, romano, hombre primitivo o caballero templario. Vivamos, una vez más, la aventura con la mejor actitud posible, la retranca de Ibáñez y el sentido del humor de dos agentes secretos que harían sonrojar al mismísimo James Bond. Porque el historietista barcelonés se ha ido, pero sus tebeos -más de 50.000 páginas de disfrute en papel- serán leídos eternamente.