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Una chica lee un libro mientras saca al perro.

Cultura

La literatura: cuando uno lee mientras pasea al perro

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En estos tiempos de ultramodernidad, la literatura permanece encerrada en las latas de sopas Campbell de Andy Warhol. Hay como una especie de expansionismo de lo que se escribe no con las manos, sino con el cancán de las bailarinas del Moulin Rouge. Toda escritura se ha convertido en baile, en la danza Kuduro de Don Omar en su paseo con el yate por el Mar Caribe. Toda escritura debe provenir del rito de Fales, pues se crea con el sexo, no con el agente literario, que es el que escribe toda novela en realidad. Hemos convertido la literatura en un marketing, donde lo que predomina es la coherencia de lo decimonónico, de una cultura que se prevé moderna, pero que ha sido anulada por la normativa aristotélica. Hemos conseguido alcanzar el regreso a aquellos siglos donde primaba el mecenazgo y la traición del monetarismo

El liberalismo económico ha alcanzado toda premisa literaria, pues el novelismo ya sólo se vende en las tiendas de los aeropuertos, como el whisky o las pastillas de chocolate, y en los kioscos de los chicles. Donde mejor se escribe hoy es en los periódicos, donde empezó Larra y siguieron Cavia, Serna, Aznar, Ortega, D’Ors, Ruano, Raúl del Pozo o Umbral. La novela por entregas del siglo XIX, léase Dickens o Galdós, permanece en un articulismo donde la forma devora al contenido. Sin embargo, Gutenberg, cuyo invento de dimensiones extraordinarias, con La Biblia de 42 líneas, impuso la superación de las xilografías y las marcas de agua. Disponíamos desde entonces de la mejor aurora de tabaco para construir todo el poderoso armamento de la imaginación, como letras que iban apareciendo en el puñal de los libros, reforma secular que nos obligó a rehabilitar la vida, el mundo, lo insólito, la destreza, el gran centro del sol de toda una cultura.

Así se hizo y se conformó una literatura que estaba encaminada a la procuración de la alimentación de los sueños y de las batallas de la memoria. Estábamos salvados. Por fin se podía cambiar el mundo. Toda creatividad es un intento de transformar el tiempo, la misantropía, el imperio, el horror, la sanidad moral y seguir conservando el recuerdo del dios Thor. Se nos procuraba la idea barroca del Biathanatos, en la que se fabrica el universo para componer el patíbulo.

Tablillas de madera

Éramos entonces, en aquellos siglos en que se escribía con plumas de ave y los manuscritos, donde anteriormente se principiaba la historia en tablillas de madera, impregnándose de tinta negra, roja o azul –sólo dos colores para la terribilidad del pensamiento-, cuyas copias se realizaban con frecuencia porque la tinta se extinguía como las bodas de las modelos, de los actores, de esos famosos que hoy aparecen por televisión vestidos de Versace o con infaustas pelucas que ya aparecen en los cuadros de Goya. Todo aquello, como digo, se impregnó en Gutenberg y de ahí se llegó a alcanzar la mejor literatura que ha habido desde nunca, el clasicismo como único modelo de modernidad. Todo lo clásico retorna con su clorofila de espejos donde nos miramos, aunque sin vernos. Porque ya no vemos.

Ya no vemos un Barroco o un Romanticismo, gracias a los cuales se propone la entera libertad de toda idea que culmine en los acantilados de Fiedrich, o el signo humano y definitivo que surge en el teatro de los Siglos de Oro o en las aspiraciones vegetales del poema que devora la carne, el tuétano, el alfabeto con su heliocentrismo de tiempos en donde la magia supera a la muerte.

Hoy toda literatura ha fenecido en las marcas de la digitalización, en la obsesión de las editoriales por concurrir más en el proceso macroeconómico que en la realidad pura y señalística de todo creador. No se escribe lo que se quiere, en todo caso, lo que quieren que crees. Hay una organización en torno al libro que desmenuza toda aventura personal e identitaria de lo que debe ser la Vita Nuova del misterio, el secreto incluido en el Perseo de la integridad, de lo imaginativo, de lo excelso. El novelismo actual es «colorín, pingajo y hambre», según Valle-Inclán, con la única diferencia de que el hambre se ha transmutado en el gran efecto de la comercialización, con lo cual la originalidad y la forma o el color de la palabra ha desaparecido.

Este bandolerismo de la literatura frustra la única inventiva que debe construirse con el auténtico modelo de todo lenguaje

Sólo se lee lo que es anunciado como propaganda, listas de éxito o producto de consumo, derivándose de ello una literatura misérrima que sólo consigue realizar del lector un analfabetismo de pueblos devorados por un huracán. Se prescinde de la imaginación para cubrir el gasto del objeto, que es en lo único en que ya se establece como única realidad de todo mercado literario, el objeto, la cosificación de lo creado, que va a parar no a una estantería, sino al cuarto de baño donde nos perfumamos con colonias que promociona Antonio Banderas. Este bandolerismo de la literatura frustra la única inventiva que debe construirse con el auténtico modelo de todo lenguaje, donde la fijación de las palabras debe concurrir en el Coliseum de la persistente adjudicación de la forma contra la forma.

Lo que realmente interesa -créanme o no, que me da lo mismo- es un contenido fácil y de bufanda roja para el frío que acicale la petición de un lector que está más cerca del objeto deseante que de lo que el objeto debe desear. Ese deseo de devoración rápida y deconstructiva del actual mercado literario ejerce una presión poderosa e imposible de combatir contra la literatura que se enristra como una navegación en la que la imaginación y la destrucción de la palabra ha sido defenestrada como los cordeliers de la Revolución Francesa.

Ya no hay revolución en el ejercicio literario, sino amamantamiento, mesa de billar y dispositivos tecnológicos en donde se ha secuestrado el trigo fulgurante de todo acto creativo por la filiación, casi matrimonial, entre escritor y lector, donde lo único que les une es la firma de libros en la Feria del Parque del Retiro y una acomodación para la vista y la ausencia de una profundización en el alma humana. Todo libro ya es una frivolidad, como los anuncios de la gran pantalla.

Sólo se vende lo que escribe el lector, porque es éste quien domina la territorialidad de los espacios visibles. Sólo escriben los toreros, las folklóricas y los diplomáticos. Ha desaparecido la figura del escritor como manejador de la escritura misma, una escritura que debería rom/per todo alegato de la ultramodernidad, siempre -no lo olvidemos- a partir de la metaforización y la exégesis de un lenguaje que sea insoslayable e irrepetible. De este modo, se puede acceder a esta metalurgia como fortalecimiento de una poderosa cultura que nos aproxime a lo que se escribía en los siglos en que Gutenberg marcó el destino de aquellos autores que compusieron el estilo, la verdad y el islamismo de las generaciones.

La palabra ha muerto. Eso creemos. Eso creo. Digamos que no es una ocurrencia. Una fruslería. En todo caso intento poner en plástico de mármol lo que es verdad, esto es, lo que vemos y percibimos, lo que distinguimos y lo que palpita como una realidad que causa asombro. El escritor debería aplicar sus correspondencias desde el color de las vocales, pero el color se ha difuminado y no está siendo restaurado como un cuadro de Rafael. Escribimos en blanco y negro, como en las películas mudas, donde la palabra ha enmudecido como un Harold Lloyd subiéndose por los edificios. La literatura es un cine mudo. Se trata de dejarse llevar. Dejarse incluir en la modulación del proceso creativo que reforma, renueva, reconstruye, originaliza y descompone esta realidad tan fotográfica en la que estamos asumidos. Nos hemos empeñados en sólo contar la realidad, desnuda, sin carne, sin perros que muerdan, sin valores críticos que ejerzan la acción de intentar cambiar este siglo que se nos está escapando como los muslos ante los peces sorprendidos.

Vivimos en una almadraba

Vivimos en una almadraba y escribimos como tal, en ese rincón que nos ha dejado la Historia para desgastar el tiempo en una farsa o en una broma de Carlyle. La escritura no es una vocación, sino una actitud ante la vida con la que uno no debe intentar explicar la vida, sino desflorarla, como una virgen gitana, agitarla, restituirla, friccionarla contra un pensamiento que debe acudir al racionalismo o al idealismo, al gnosticismo o al escepticismo, da lo mismo, pero se exige una literatura convulsa, organizada a través del cemento, de los harapos de la Tierra, de la colisión de los buques, de la sangre que queda en una escalera cuando se ha ejecutado un crimen.

Toda literatura debe ser criminal, furiosa, no creíble, desalentadora. Sólo de ese modo dejaremos de comprar libros en ese nirvana budista que se desliza delicadamente hacia la nada. Escribe mejor un gallo que un ilusionista en la finca de Borgarfjordur.


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Un comentario

  1. Lucía Ramos

    La poesía es palabra…
    escriben y cantan juntos
    Luis Eduardo Aute con Fernando
    Polavieja . Hacen magia en : El desenterrador de vivos.
    El perro lee, se olvida de desenterrar huesos y de morder…..más tarde, lamerá la mano de
    su amada ama.

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