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Pedro García Aguado, en un instante de la conferencia que dio en la sede carmonense de la Universidad Pablo de Olavide.

Educación

García Aguado: «La mayoría de los conflictos surgen del síndrome del emperador, es decir, niños que no admiten normas ni límites»

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Los modelos educativos sobreprotectores, permisivos, negligentes o poco afectivos, entre las causas de la violencia filioparental. También en el marco de los cursos de verano de Olavide en Carmona, Griselda Herrero explicó las claves de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)

El aumento de la violencia filioparental es un hecho objetivo, hasta tal punto que está ya catalogada como un problema social. Sus cifras aumentan cada año. Ya en 2005, el Ministerio del Interior constataba que alrededor del 8% de las familias sufría esta situación y la Fiscalía del Gobierno de España, en 2012, advirtió cómo las cifras se estaban duplicando.

Pero ni siquiera los datos más pesimistas reflejan fielmente la realidad, ya que es bien sabido que el factor emocional –el amor incondicional a los hijos– imposibilita que padres y madres desesperados puedan visibilizar o, incluso denunciar, la situación que están atravesando. Mientras tanto, muchas familias, normalmente en silencio, padecen problemáticas diversas con el denominador común de tener hijos adolescentes con problemas para: canalizar sus emociones, cada vez más dependientes de las tecnologías; víctimas de acoso escolar, sin poder alcanzar patrones estéticos de una sociedad cada vez más exigente y un largo etcétera de situaciones que se traducen en falta de atención, falta de vocación o desinterés, irritabilidad, baja autoestima, aislamiento y carencia de grupos de amistades, incluso, en muchos casos, derivando en violencia doméstica.

El síndrome del emperador

Aún así, «en los últimos años ha habido un aumento en el número de denuncias, de hasta el 70 por ciento, de padres que se atreven a denunciar a sus hijos. La mayoría de los conflictos surgen del denominado síndrome del emperador, es decir, niños que no admiten normas ni límites y reaccionan con violencia cuando las cosas no son como quieren«, asegura Pedro García Aguado, especialista en violencia filioparental, quien participa en el curso de verano Educador parental, que dirige la pedagoga Cosette Franco y que se está celebrando en la sede Olavide en Carmona.

Las causas de la violencia filioparental pueden ser múltiples. Y este experto enumera varias de ellas: modelos educativos sobreprotectores, permisivos, negligentes, poco afectivos, autoritarios, padres y madres ausentes, separaciones y divorcios mal gestionados, sociedad de consumo abundante, deseo de satisfacción inmediata satisfecho inmediatamente y provocando baja tolerancia a la frustración, falta de Inteligencia emocional en progenitores, etcétera.

En relación al perfil de un hijo que ejerce violencia sobre sus padres, García Aguado señala que son personas que tienen, por lo general, una baja autoestima, baja tolerancia a la frustración, con brechas, heridas, traumas emocionales no resueltos, además de desafección y desarraigo emocional con sus familiares. Asimismo, «poseen pocas habilidades sociales, tienen una mala adaptación escolar, usan y abusan de drogas legales e ilegales a edad temprana, con padres maltratadores en algunos casos y, en muchas ocasiones, sienten que no son queridos por sus progenitores», explica.

A la hora de resolver esta problemática, las herramientas vienen desde varias disciplinas y «han de ser utilizadas desde el amor y la empatía, tanto con los padres como con los hijos», apunta este experto. De ahí, que haya múltiples maneras de acercarse a cada caso, como la intervención dentro del hogar, en centros ambulatorios o de reeducación de conducta.

Detectar estas situaciones a tiempo es fundamental a la hora de abordarlas, por lo que el especialista recomienda a padres, madres y docentes hacer una formación continuada para afrontar los retos que las nuevas generaciones puedan plantear.

Griselda Herrero: «Cuando se produce una obsesión por la comida, normalmente la comida suele ser lo menos importante»

Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) han aumentado de forma importante en los últimos años. Sin embargo, los casos de alteraciones alimentarias se han incrementado «estrepitosamente» tras la irrupción de la pandemia de covid-19. «Si a esto le sumamos muchas de las tendencias alimentarias actuales, el ambiente obesogénico que nos rodea, el estigma del peso que llevamos a nuestras espaldas y los estereotipos de belleza, tenemos todos los ingredientes perfectos para desarrollar un posible TCA». Son palabras de Griselda Herrero Martín, profesora del Departamento de Biología Molecular e Ingeniería Bioquímica de la Universidad Pablo de Olavide, que dirige el curso de verano Nuevos abordajes en alternaciones alimentarias, que se ha celebrado en la sede de la Universidad Pablo de Olavide en Carmona.

Mientras que en la adolescencia los trastornos alimentarios más frecuentes son la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa, en la adultez lo es el trastorno por atracón. «Todos pueden ser graves desde el punto de vista de que son trastornos mentales y necesitan de un abordaje psicológico y nutricional conjuntamente, aunque es cierto que en casos de un bajo peso extremo, más común en anorexia nerviosa, puede llegar a correr peligro la vida de la persona», asegura Griselda.

Pero, ¿qué se esconde detrás de una obsesión por la comida? En este sentido, la profesora considera que, «cuando se produce una obsesión por la comida, normalmente la comida suele ser lo menos importante». Por eso es fundamental explorar, ver de dónde viene, qué patrones alimentarios se han llevado, qué conceptos relacionados con el peso, dieta, salud se tienen, cómo es el contexto de la persona (social, familiar, personal, laboral…), cuál ha sido su aprendizaje… «Esta es la gran dificultad de estos trastornos que, aunque sean alimentarios, su origen no suele ser la comida en sí misma», explica.

Existe además un agravante, que es la gordofobia que existe en nuestra sociedad y está tan normalizada que apenas somos conscientes de ella. La gordofobia no es tener fobia a subir de peso, sino que hace referencia a marginar a las personas con obesidad o al concepto en sí, por tener un peso determinado, a tener odio a las personas con obesidad o a la violencia que sufren las personas con obesidad simplemente por tener exceso de peso.

Según Magdalena Piñeyro, autora del libro Stop gordofobia y las panzas subversas, la gordofobia se refiere «a una sociedad que humilla, invisibiliza, maltrata, ridiculiza, excluye y violenta a un grupo de personas por el hecho de tener una determinada característica física», explica Griselda Herrero. Además, tiene un sesgo de género, ya que afecta en mayor medida a las mujeres.

Ejemplos de esta aversión generalizada serían: disponer de un espacio apartado para tallas más grandes (o no tener tallajes grandes en general de la ropa estandarizada); pensar que una persona que tiene obesidad no tiene fuerza de voluntad; piropear a alguien por haber perdido peso (aunque haya sido por una enfermedad, por ejemplo); utilizar la palabra gordo como insulto; discriminar a alguien en un puesto de trabajo por su peso o imagen corporal…

No dejarlo pasar

Si nos centramos en los datos, según la Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria elaborada por el Ministerio de Salud y Consumo, alrededor del 50-60% de los casos de TCA se recupera totalmente, un 20-30% lo hace parcialmente y sólo un 10-20% cronifica la enfermedad. «Es decir, que podemos decir que de los TCA se sale, para lo cual debemos pedir ayuda a los profesionales adecuados y entender lo complejos que son estos trastornos. Si conocemos a alguien que padece un TCA es importante no dejarlo pasar, hablar con esa persona y/o con la familia y mostrarle nuestra preocupación y apoyo, animándola a buscar ayuda profesional. Asimismo, debemos ser un ejemplo, evitando hablar del peso, de la comida o de la imagen. También podemos acudir a las asociaciones de apoyo a estos trastornos que existen actualmente y en las que nos podrán orientar sobre el caso particular que nos ocupe y cómo abordarlo», concluye Herrero.


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Un comentario

  1. labuena

    A mí me parece que una guía como esta para educar a los jóvenes es bastante incompleta…yo creo que se tendrían que sumar al proyecto más expertos.

    Para educar a los jóvenes primero hay que conocer a los jóvenes y saber por quiénes son educados y en qué sociedad viven.

    Hay que estudiar a los padres, conocer cómo se ganan la vida y de qué manera vive y cuáles son sus hábitos.

    Bien habría que estudiar la enseñanza para saber qué educación escolar reciben los jóvenes, y esta le es de beneficio o les perjudica más que otra cosa…

    Hay que estudiar la sociedad, saber en qué mundo viven los jóvenes, y qué es lo que esta les ofrece…

    También hay que estudiar con qué se relacionan los humanos, en donde se divierten, cuáles son sus hábitos, cuál es la moral que cohabita con ellos en la sociedad…

    Estuve leyendo hace poco un ensayo muy interesante que le da argumento a los jóvenes… Está escrito por Mark Fighter y se llama Realismo capitalista

    Yo estuve viendo a este hombre en Coria del Río, que dio allí una conferencia… La dio sobre la violencia de género y se la preparó, según él dijo, por un libro que había leído…

    Se ve muy interesado en estos temas, pero no creo que, intentando solucionarlo, tentando abordar únicamente a la familia. Yo creo que los problemas externos hay que tenerlos más en cuenta y no normalizarlos.

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