Recientemente he recibido uno de los mejores regalos que una persona puede recibir en la vida, que, a la vez, es uno de los mayores sacrificios. Me refiero a ser padre
Cuando pienso en lo que la palabra PADRE significa e implica, me vienen a la mente muchas ideas, pero voy a centrarme en un posible acrónimo que a continuación explicaré:
Perdón
Amor
Decisión
Recursos
Empatía
El Perdón es algo que suele resultar difícil, excepto cuando se trata de los hijos. A los hijos se les perdona todo, o casi todo. Incluso cosas que antes considerábamos imperdonables. Se perdonan los errores y los sinsabores, las noches en vela y que, a veces, no velen por nosotros cuando nos hacemos mayores. Un buen ejemplo de este perdón paterno es la metáfora del hijo pródigo. Para aquellas personas que no sepan de qué hablo, les hago un resumen muy breve: es un texto bíblico que narra cómo un padre perdona a su hijo cuando éste vuelve a casa, después de haber dilapidado su herencia con mala vida, y le recibe con una fiesta en su honor. Es una bonita historia que nos enseña mucho, más allá de que seamos o no creyentes. Incluso se han pintado cuadros y se han escrito libros en torno a este relato, por lo que, simplemente como enriquecimiento cultural, merece la pena.
Amor
Respecto al Amor, poco puedo decir que no se haya dicho, escrito o cantado sobre esto. Pueden tacharme de romántico, incluso de antiguo en una sociedad que parece marcada hoy en día por la falta de este sentimiento, que yo diría que es el más grande que existe, capaz de darnos más fuerza que cualquier puño, de transformarnos más que nada en el mundo, de movernos hasta límites insospechados. Mi definición preferida es la que viene en la Carta a los Corintios, capítulo 13. Lo relaciono con el párrafo anterior, y que me perdonen los que no sean cristianos, pero es otra obra de arte que nos deja la Biblia. Es poesía pura y la belleza de sus palabras, si la cantara un cantante moderno, llenaría estadios y vendería millones de discos. Igualmente, resumo para los neófitos, y en esta ocasión, pido perdón a los religiosos por simplificar tanto, pero básicamente, dice que da igual lo que tengamos o sepamos, pues si no amamos, no valemos para nada. También deja perlas como las cualidades del verdadero amor: paciente, bondadoso, sin rencor y un largo etcétera. En definitiva, una maravilla.
Decisión
Habrá quien piense que la Decisión no tiene mucho que ver con ser padre, y por experiencia propia digo que es la mayor decisión que alguien puede tomar en su vida, pues compromete más que una hipoteca a 40 años, ya que es algo de por vida. Como habrán podido percibir por lo que escribo, la fe está muy presente en mi vida y en este artículo, pero les animo a seguir leyendo incluso si son ateos, porque en breve la historia tomará otros derroteros bien diferentes. Por terminar lo del compromiso con los hijos, creo firmemente que, cuando fallecemos, seguimos cuidando de nuestros hijos desde donde estemos (llamémosle cielo, más allá o como quieran). En definitiva, hay que estar muy convencido o muy loco o muy enamorado de nuestra pareja, o todas las cosas a la vez, para decidir tener un hijo en los tiempos que corren. No digo que no se puedan tener hijos sin estar enamorados, pero sí que tener una relación totalmente consolidada ayuda, especialmente en los momentos de tensión a los que nos vemos sometidos cuando los hijos hacen cosas que no entendemos o nos gustaría que hicieran de otra manera.
Recursos
Continúo con los Recursos, la R del acrónimo PADRE, aclarando algunos matices: se pueden tener hijos sin recursos económicos, sociales o pedagógicos, pero a lo que yo me refiero es que, cuando alguien es padre, pone todos sus recursos al servicio de su(s) hijos. Da igual si tenemos mucho o poco dinero, si vivimos en una zona rural o urbana, si tenemos estudios o no. Cuando nos convertimos en padres, todo lo que tenemos, incluso lo que somos o sentimos, se lo traspasamos a nuestros hijos y hacemos lo que haga falta para que estén lo mejor posible dentro de nuestras circunstancias, tomando las decisiones que pensamos que van a ser mejores para ellos. Por supuesto que a veces nos equivocaremos, pero siempre lo haremos dándolo todo, sin reservas, sin condiciones.
Empatía
Finalmente, creo que la Empatía también es muy importante. Cuando son bebés, pensamos: «¿Lo cojo cuando llora o no?». Mi respuesta es a la gallega (con una pregunta): ¿y a usted qué le gusta que le hagan cuando está triste o necesita algo, que le atiendan o que no? Después, pasan a ser niños y algunos padres dicen frases tan terribles como: «Este niño es tonto / un inútil / más malo que un dolor de muelas / cualquier frase despectiva«, que me plantea la siguiente pregunta: ¿cómo nos harían sentir si en el trabajo nos dijeran que no servimos para trabajar, que no somos eficaces, que no sabemos trabajar en equipo? Luego, cuando son adolescentes, decimos: «No hay quien le entienda», olvidando que nosotros también hemos tenido esa edad, esas contradicciones, esas dudas, esos miedos. En definitiva, a veces nos acostumbramos a mirar el mundo de nuestros hijos con las gafas de los adultos, sin caer en la cuenta de que la graduación no es la misma según la edad.
Darle la espalda a un hijo durante más de 50 años
¿Y qué tiene esto que ver con el título del artículo? Pues muy sencillo. Lo que arriba describo son cualidades que considero que debería tener un hombre para ser un buen padre y que me esfuerzo por seguir día a día con mi pequeña, aunque soy consciente de que a veces fallo en algo. Por favor, que no se echen las manos en la cabeza las feministas, porque hablo de hombres y padres, y no de mujeres y madres. Ya escribiré algo sobre las madres en otro momento, que son los pilares que sostienen nuestra vida desde antes de que nazcamos. Hoy mi fuente de inspiración ha sido la bonita historia de reconciliación entre un hijo y su padre pródigo que, durante más de 50 años, no ejerció de padre a tenor de las afirmaciones anteriores: ni perdonó ni amó ni tomó las decisiones adecuadas ni puso ningún tipo de recurso a su disposición de su hijo ni tuvo lo más mínimo de empatía. Me refiero a Manuel Benítez, el Cordobés, que, hasta hace poco y tras sentirse obligado por los resultados de una prueba que confirmaba las sospechas de la mayoría de españoles, no reconoció a Manuel Díaz, el Cordobés. Y eso que son como dos gotas de agua y que el hijo no pedía nada a cambio, sólo poder decir sin que se le encogiera el estómago: «Este es mi padre».
No suelo ver la televisión, y menos aún los canales totalmente privados, que están llenos de anuncios publicitarios eternos. Pero anoche, tras una jornada intensa de trabajo, mientras zapeaba, vi El Musical de tu vida, presentado por Carlos Sobera y con Manuel Díaz (el hijo de Manuel Benítez), como invitado. Además de que el programa me parece una idea brillante por el cariño y la sensibilidad con la que homenajean a los invitados, creo que es muy necesario darle valor a los cientos de personas con talento, tanto en la danza como en el canto (o ambas) que hay en España y que están deseando que se les dé una oportunidad como esta. Así que enhorabuena a los productores y todo el equipo que hay delante y detrás de las cámaras y el escenario por hacer un formato original, divertido, cercano y muy emotivo. Espero que siga mucho tiempo para disfrutar con cada uno de los musicales que se hagan en el futuro.
Vuelvo a la bonita historia con final feliz que da origen al título. Tratemos de imaginar la vida de ese hijo que tiene un padre que le ignora, le rechaza una y otra vez, no le ayuda en los momentos difíciles y, en definitiva, nunca está ahí. Y, sin embargo, para él está tan presente que incluso habla imaginariamente y le pide consejo. Tanta es su admiración que arriesga su vida saltando como un espontáneo, sin ninguna experiencia delante de un toro, como el que está lidiando su padre, para captar su atención. Y pasa décadas intentando solamente poder hablar con su mayor ídolo, su fuente de inspiración, el espejo en el que se mira.
Finalmente, tras la presión social, ese padre que parece tener menos corazón que el propio Darth Vader (que sí llega a reconocer a Luke Skywalker como su hijo con esa legendaria frase de «yo soy tu padre»), el anciano torero, con más de 80 años, por fin reconoce a su hijo. Se funden en un abrazo y, desde ese momento, cambia por completo la relación.
Me impresiona y emociona esta historia por muchas razones: porque estoy sensible al ser padre y, al mismo tiempo, haber perdido al mío en un período muy corto, por ese anhelado momento de la reconciliación y, sobre todo, por el corazón tan enorme que tiene el hijo, que no sólo perdona por completo a su padre, sino que incluso le pide perdón por si le ha ofendido. Las palabras que le dedica a Manuel Benítez son dignas de grabarlas y repetirlas una y mil veces. No hay nada de rencor ni rabia ni siquiera dolor. Es una oda al amor, a la admiración, a la constancia que le ha llevado al final del camino y a todas las cualidades que debe tener mi padre ideal.
Así que os animo, padres del mundo, a perdonar lo imperdonable, a amar sin límites, a decidir siempre pensando en vuestros hijos, a poner todos los recursos que tengáis a su disposición y a mostrar la mayor empatía posible con vuestros ellos y ellas. No seáis como el padre de esta historia, que se ha perdido 50 años de disfrutar de todo lo bueno que le hubiera aportado su hijo, una grandísima persona (nos gusten o no los toros, que eso es otro tema). Y gracias a Manuel Díaz El Cordobés, por ser un ejemplo de padre y de hijo. ¡Va por usted, maestro!
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