El término ‘woke’ surge de la política estadounidense de mediados del siglo XX haciendo referencia a la necesidad de mantener una postura alerta y activa en el plano social
Martin Luther King llamaba a estar despiertos ante la discriminación del afroamericano. Así, en un primer momento el concepto woke se vinculó a la lucha contra el racismo, para más tarde pasar a asociarse a causas como la homofobia, el feminismo o cualquier otra situación de injusticia o desigualdad social. Más pronto que tarde, el ideario woke pasó a vertebrar el catecismo demócrata norteamericano.
Inicialmente usado en su sentido pleno, con el paso del tiempo el término woke fue adquiriendo connotaciones peyorativas. ¿Por qué? Pues porque la intensidad de sus eslóganes y los excesos de sus iniciativas, en muchos casos, se ubicaban más cerca de lo ridículo que de lo lógico, presentando serias dificultades a la hora de pasar el filtro de una argumentación razonada y pragmática. Se acerca de alguna forma a un fenómeno que, en psicología social y en sociología, se conoce como las minorías protegidas, según el cual determinados grupos minoritarios pasan a tener objetivamente más privilegios que la media debido a que la mayoría busca evitar el rechazo que supondría ser tildada de discriminadora.
Como nadie quiere que le llamen machista, se reservan cuotas para las mujeres en determinadas funciones, independientemente de su mayor o menor adecuación al puesto, por ejemplo. Y conste que servidor reconoce que vivimos en una sociedad machista, eso es evidente y denunciable. Pero determinadas medidas no resisten a la lógica, se pasan de guay: son woke en su sentido peyorativo. Así, intentando luchar por una causa, se le hace el peor de los favores: transfigurarla para que parezca ridícula.
El término suena a hueco
De difícil traducción al español en su sentido extremo-activista-guaydoso, el término woke suena a hueco, y aunque muchos lo quieren asociar al concepto progre, también con su tilde peyorativa, me temo que ambos conceptos bailan en diferentes compases. Inevitablemente. Y es que el Atlántico es mucho Atlántico y cualquier cosa que lo atraviese acaba por transmutar. Los rojos se tranforman en azules, los azules en rojos, los republicanos en reaccionarios. Y los demócratas… bien, ¿quiénes son los demócratas? Ya no se sabe si son todos, una parte o ninguno. Porque el hábito nunca hizo al monje.
El caso es que mirando al concepto woke como una actitud de intervención social, basada en ideales radicales de dudosa sensatez y en los que el fin, en todos y cada uno de los casos, justifica los medios porque las ideologías no tienen tiempo de detenerse en las miradas de aquellos a quienes afectan, cabrá decir que en nuestra política doméstica el calificativo woke le encaja a la perfección a todos nuestros ilustres grupos políticos sin excepción, de un extremo al otro del arco parlamentario. Discursos hiperbólicos, apelo continuo a la emocionalidad más animal del individuo, brochagordismo, interpretación selectiva de la realidad… todo ello sin más objetivo que el rédito electoral, los números y la estadística. Discursos huecos, propensos a la lágrima fácil o al enfrentamiento feroz, según el día.
Discursos woke. Política woke, para hacer y deshacer bajo cuerda, decidir el aumento de los precios del combustible sin que usted se entere o reducir las penas por corrupción mientras le entretienen con cuestiones vacías. Cuestiones woke, ruidosas, fantabulásticas, huecas. Agrupando en el redil de votantes a cada vez más corderos obedientes, en un gueto cada vez más alejado de la lógica más simple, aislado de las razones más evidentes, ajeno a los intereses más obvios.
Cada vez que un ciudadano decide colocar su voto en una urna, decide mudarse a ese gueto woke, donde puede sin duda elegir en qué calle quiere vivir. Porque es un gueto con calles y plazas variopintas de uno u otro clan, todas ellas inundadas por una niebla espesa, alejadas de la realidad como una guardería lo está de la plaza al otro lado de la calle. Y así, sumisos a la ideología de turno, conducidos con toda probabilidad al matadero (o en el mejor de los casos, a disfrutar la gracia del ostracismo), cabe incluso la posibilidad de que los corderitos acaben todos a ostias por la gilipollez más sublime. Cosas de guetos. Cosas woke.
Coincido con el autor en que el movimiento “Woke”, de unos comienzos nobles con M. Luther King, “pasó a vertebrar el catecismo demócrata americano”. Quiero aclarar, que en este contexto, la palabra “demócrata” no se refiere a la Democracia con mayúscula, está referida al Partido Demócrata Americano, es decir, al partido de “izquierdas” en U. S.A., al que pertenecen Clinton, Obama y Joe Biden, el mismo partido que en su día fundó el Ku Klux Klan.
El movimiento “Woke” actual es una adaptación de la vieja lucha de clases del comunismo internacional, para mantener la revolución de forma permanente en la sociedad, enfrentando a los diferentes, hombres con mujeres, heteros com homosexuales, blancos con negros, etc.
En lugar de luchar por la tolerancia, que todos seamos iguales ante la ley y tengamos las mismas posibilidades, se prefiere el enfrentamiento y con un falso buenismo de defender al débil, se culpabiliza a uno de los grupos. Últimamente se culpabiliza siempre al mismo, al varón, blanco, heterosexual, todavía más si es un trabajador duro y tiene éxito y si además es creyente, no tiene derecho ni a respirar.