En la agenda de las palabras, este mes le tocaba el turno a ‘amnistía’. Lo que estaba previsto era repetirla una y otra vez hasta provocar avisos de náuseas al respetable. Y lo cierto es que todo iba según lo previsto hasta que, sin previo aviso, otra palabreja se cruzó ante la cámara y los micrófonos: ‘tractorada’
Llevamos algunas semanas ya en las que las protestas de nuestros agricultores y ganaderos se están haciendo oír por toda la península, lo que un servidor agradece. En primer lugar, porque por fin se habla de un problema real, que son las cosas del comer. Y luego porque ya estaba cansado de ver y oír a tanto tonto puigdemoneando.
En una desmantelación progresiva de nuestro sector productivo, que ha dejado al país tiritando en lo que se refiere a su capacidad de «hacer cosas» (que diría el señor Eme Punto), le ha llegado el turno a la agricultura. Y no es que la minería, la pesca o los astilleros no fuesen importantes en su día, que lo eran y mucho, es que la agricultura y la ganadería son fundamentales.
¿Recuerdan hace unos años, cuando aquello de la pandemia, que andábamos sin mascarillas porque en todo el continente no había quien fuese capaz de juntar dos gomillas a un trozo de trapo? Hubo que hacer cola y esperar para poder tener mascarillas en nuestras farmacias. Y por el camino, claro está, algunas carteras engordaron. Pregunten si no entre el círculo de Ábalos, Díaz Ayuso… Sálvese quien pueda. Bueno, pues imaginen algo igual pero en nuestro sector alimentario, que es lo que se pretende al asfixiar a nuestro campo. No comeríamos. Tal como Francia nos robó partidas de mascarillas, nos robaría partidas de comida. ¿Lo dudan? Claro que no.
Lo que me tranquiliza es que esto lo hemos entendido, si no todos, la gran mayoría de los ciudadanos. Solo oigo palabras de apoyo a los agricultores de uno u otro lado. Me refiero a la calle, que a la tele ya ni caso. Y eso me reconcilia con este país con el que tantas veces me ha hervido la sangre. Porque, déjenme soñar: las protestas de los agricultores no son solo una reivindicación por un mejor precio. Que también. Sus protestas van más allá, son una expresión contra un sistema absurdo, disfrazado de algo a lo que han venido a llamar cadena de valor. Son un alegato contra toda una élite que, durante demasiado tiempo, les ha ninguneado, tal como nos ningunean a todos los demás, vendiendo nuestros intereses al mejor postor, que es siempre un postor extranjero. Me gusta imaginar que esos tractoristas son una voz que grita «basta, hasta aquí hemos llegado», ante esa oligarquía patria tan oportuna y bienintencionada -con ellos mismos, como siempre-, que poco a poco y suavemente se ha ido colando en nuestras casas para abusar cada vez más de nuestra confianza y nuestra nobleza. Tal cual como debió ocurrir hace 200 años, cuando nuestra afrancesada burguesía entregó las llaves de nuestras ciudades a una potencia extranjera a cambio de trajes de seda y perfumes sofisticados. Y tal como entonces, tuvo que ser un puñado de hombres de campo desorganizados pero con pundonor y agallas quienes pusieran las cosas en su sitio, contra todo pronóstico.
Nos hemos aburguesado al ritmo de los tiempos
Pues aquellos son nuestros agricultores. Son los mismos que los de entonces. Quizás ahora sean menos, porque muchos de nosotros nos hemos aburguesado al ritmo de los tiempos. Pero quizás también nosotros seamos aquellos fulanos de tal que se la jugaron un 2 de mayo cualquiera por las calles de un Madrid irrespirable. Quizás no o quizás sí.
Curiosamente, en mi último artículo sobre Gaza, me preguntaba a quién defenderían nuestras fuerzas armadas en caso de un conflicto de nuestra sociedad contra un sistema desbocado, llámelo usted Estado. Pues ya lo ha visto en algunas de las manifestaciones de los agricultores, puede ir haciéndose una idea de cómo sería. Sería como es.
Debo también decir que ya se han producido las primeras negociaciones con los agricultores y se han pronunciado representantes del gobierno y de los manifestantes. O lo que es lo mismo, ya se están llevando los oligarcas el conflicto a su terreno, que es el de la complicada palabrería en clave de os vamos a dar estas ayudas. Cuando todo es mucho más simple y nadie debería contentarse con ayudas, que es como afirmar que, efectivamente, su trabajo no vale lo que piden. Aunque sí lo vale, claro que lo vale.
Y como no puede ser que el kilo de naranjas que yo pago a un euro se le pague al productor a 10 céntimos, la solución sería tan simple como que el 50% del PVP de cualquier producto alimenticio vaya al productor sí o sí. Y punto. Retroactivamente, si hace falta. ¿No presenta usted su declaración de la renta cada año y le paga al siguiente al Estado en función de ella? ¿No paga el autónomo su IVA trimestral? Pues ala, los supermercados igual. ¿A cuánto han vendido la partida de tomates del Paquito? ¿A 98 céntimos? Pues toma Paquito, tus 49 céntimos. Se acabó. Los otros 49 céntimos para la cadena de valor, vagos y maleantes incluidos.
Y ya no hacen falta ayudas. ¡Que no son ayudas, hombre, que es el precio del trabajo de las personas! Por su parte las importaciones, o certifican las mismas exigencias que los productos internos o para atrás. Y sus aranceles, que el país hay que levantarlo entre todos. ¡Vamos tractoristas, que sois muchos más de los que creéis!
Gloria bendita leerle Gerardo. Solo un detalle, la cadena de valor o la distribución es muy compleja, y no es fácil regular su «comportamiento» sin causar un «estropicio». Que todos podamos comprar lo que queramos cerca de casita no es ni sencillo ni barato. Yo estoy del lado del agricultor, pero más que pedir precios justos lo que creo que se debe pedir es menos burocracia