El ser femenino que más me ha besado en los labios, en lo que llevamos de año pandémico, tiene poco más de tres años. Se llama Lucía y es mi sobrina. Cuando le digo que me dé un beso, me agacho para ponerme a su altura y ella se me acerca sin apuntar a ningún objetivo definido de mi cara
Lo que yo creo que ella no quiere es fallar y por eso centra el objetivo y nunca mejor dicho. A ella no le gusta irse por los extremos, los lados de las cosas están demasiado manoseados, por eso es tan difícil llegar a tocar un corazón. A Lucía no le gusta que le toquen la nariz y, por eso, cuando ella apunta con sus labios, el objetivo lo baja unos pocos centímetros.
Cuando contactan nuestros labios, se ríe nerviosamente y dice que le hago cosquillas con los pelos de mi bigote, que dan sentido al resto de mi barba. Me dice que elimine a esas hormigas que parece que se han perdido, pues no paran de hacer el mismo y ridículo camino. Y es que Lucía será una niña pequeña y por tanto inocente, pero eso no quita que ya sepa que, a veces, la violencia es la única manera de solucionar los problemas.
Lucía no es de las que pone la otra mejilla, y nunca mejor dicho. Pero lo que sí que sabe ella es que ha venido a este mundo a jugar, cosa que a los mayores se nos olvida demasiado pronto. Nuestros problemas comenzaron cuando empezamos a tomarnos demasiado en serio. Somos de una ridiculez lamentable. Nada es tan importante como para que no puedas jugar con ello. Los jugadores sabemos que se puede ganar o perder, pero que eso es lo menos importante del juego. Lo fundamental es saber que estás jugando, que es una suerte poder hacerlo, que el resto de jugadores te respeten, pues saben que es tarea fundamental para que este se desarrolle de la manera cordial que debe tener, pues ninguna otra es imaginable.
«Yo siempre te daré besos para curarte la cabeza»
Nada malo te puede pasar mientras estás jugando, ni siquiera perder, pues te has entretenido tanto para hacerlo, que es una cosa olvidable, como los problemas que nos creemos reales. En los juegos de verdad no hay jefes, ni reyes, ni presidentes… Las normas no te exigen que des nada que luego pueda hacerte falta en la otra vida. Y esto creo que ha quedado claro, la otra vida no es la muerte, sino la que empieza cuando termina el juego.
Lucía ha continuado jugando conmigo, me ha tirado al suelo y se ha dado cuenta de que tenía una calva en mi pelo a la altura de la coronilla con el cogote. No os recomiendo jugar a los peluqueros con vosotros mismos si buscáis ganar. Yo las pocas veces que lo he hecho siempre he perdido y, si lo he seguido intentando, es porque para mí eso no tiene consecuencias. Alguna persona se puede reír de ti o hacer un comentario irónico buscando molestarte, pero yo estoy jugando a que les escucho, hasta que me dejan en paz.
Pero a lo que iba, Lucía ha visto ese agujero y ha pensado que era una herida. Ella, que lo cura todo con besos, se ha puesto a mi espalda, ha colocado sus labios sobre el cráter y ha dicho unas palabras que me han hecho pensar: “Yo siempre te daré besos para curarte la cabeza”. Me he puesto algo triste al recordar que ninguna mujer me ha dicho eso cuando me ha besado. Cuando sus bocas acariciaban mi pelo y los dientes se les llenaban de hormigas. Me hubiera gustado que lo hicieran mientras me decían, “Esto calmará las vueltas que le das a la cabeza, tus pensamientos oscuros se volverán gaseosos hasta su inexistencia, hallarás la paz de tu mente, siempre belicosa”. Pero nunca ha sido así. Ha tenido que llegar mi sobrina, de menos de tres años, para saber que con lo único que no se juega es con mi cabeza.
La verdad es que tendríamos que tener siempre pensamientos simples y nobles como los niños, pero según crecemos perdemos inocencia y solo nos queda disfrutar de estas personitas pequeñas y aprender. Muy bonito Manuel
Muy buen artículo, felicidades